Opinión

El affaire Assange

La polémica causada por la puja diplomática entre Ecuador y Gran Bretaña tras la aceptación de Quito de otorgarle asilo político a Julian Assange, fundador de la red Wikileaks, así como las presiones de Londres por entrar a la fuerza en la sede diplomática ecuatoriana para extraditar a Assange a Suecia bajo presuntas acusaciones de acoso sexual en su contra, deja en entredicho la fiabilidad de la justicia internacional.

La polémica causada por la puja diplomática entre Ecuador y Gran Bretaña tras la aceptación de Quito de otorgarle asilo político a Julian Assange, fundador de la red Wikileaks, así como las presiones de Londres por entrar a la fuerza en la sede diplomática ecuatoriana para extraditar a Assange a Suecia bajo presuntas acusaciones de acoso sexual en su contra, deja en entredicho la fiabilidad de la justicia internacional.
Para nadie es un secreto de Assange es una incómoda “patata caliente” para los poderes fácticos en Washington y sus aliados. La proliferación de revelaciones, a través de material desclasificado por parte de los cables de Wikileaks, sobre las violaciones de derechos humanos cometidas por Washington y sus aliados en las guerras de Irak y Afganistán, la lucha contra el terrorismo global, así como sobre los responsables de la actual crisis económica global, entre otros tantas revelaciones, auguraba un final poco deseable para Assange, un periodista desconocido para la opinión pública mundial hasta que Wikileaks lo convirtió en un azote de conciencia.  
No deja, por tanto, de ser curioso que cuando Wikileaks más golpeaba, la reacción contra Assange se dejara entrever en unas oscuras acusaciones de presunto acoso sexual contra dos secretarias, un método anteriormente utilizado por los “poderes fácticos” cuando un personaje se convierte en un incómodo estorbo. Poco se sabe si realmente Assange es culpable de eso, pero lo que sí es cierto es que él mismo y su organización tienen la “culpa” de haber revelado los sucios juegos políticos de las grandes potencias y los grandes poderes mundiales.
Su refugio en la embajada ecuatoriana de Londres y el asilo político otorgado por el gobierno de Rafael Correa Delgado le otorgan a Assange una nueva dimensión, de gran carga simbólica, en la incierta lucha por alcanzar una justicia global. Un simbolismo que no puede ser de otro modo más eficaz al tener al juez Baltasar Garzón Real como su defensor, toda vez él mismo ha sido víctima en España de la atroz persecución de esos poderes fácticos que no quieren que la verdad salga a la luz pública, como en el caso de Garzón fueron los crímenes cometidos por el franquismo.
El gobierno de Correa ha tenido la habilidad diplomática de elevar el affaire Assange a instancias internacionales, en este caso la UNASUR, con un apoyo unánime por parte de este organismo para su asilo político en Ecuador. Pero cuesta creer y resulta inaceptable que un país como Gran Bretaña, dotado de un sistema judicial donde los derechos humanos adquieren un peso de gran calado, reaccione con la virulencia y la prepotencia de amenazar con violar la legalidad de una representación diplomática internacional para atrapar a Assange.
No sabemos en realidad cómo terminará este problema, pero el affaire Assange, con o sin sus revelaciones, ya tiene ganado su lugar en la historia. Un lugar que, marcando las obvias diferencias, se asemeja al famoso affaire del coronel francés Alfred Dreyfuss que, en 1899 desató una guerra mediática entre dos enemigos históricos como la Francia republicana y el Imperio alemán, ante las presuntas (y aparentemente erradas) acusaciones de espionaje de Dreyfuss a favor de los alemanes. Paradójicamente, Assange no espía sino que revela los crímenes cometidos por el espionaje de las grandes potencias.