Opinión

Recuerdos de un ‘artista’ frustrado

Recuerdos de un ‘artista’ frustrado

Para Antonio Dougnac

No es necesario ver completo el Festival de la Falsa Gaviota para darse cuenta de su reiterativa vulgaridad y creciente decadencia... Basta ojearlo, atrapar algunas imágenes, escuchar a supuestos “críticos de espectáculo” elogiando al cursi y relamido postfranquista Raphael, que poco canta, mucho gesticula y harto desafina, mientras prodiga sus ampulosos ademanes de torero de salón, para confirmar la mentalidad aldeana y cavernaria que nos agobia. No me referiré a otros ‘artistas’, como los reguetoneros o raperos, que ni cantan ni bailan, ni interpretan música, porque pertenecen a la categoría de la bazofia suburbana que requiere de dos compases de tam tam para excitarse...

Ver las perennes caras sonrientes de la farándula televisiva, posando felices ante la gran “caja de los idiotas”, aplaudidos por miles y miles de primates en permanente jolgorio... No sigo.

Vi por el 13 católico la apertura del festival, porque quise apreciar el homenaje a Lucho Gatica, que era auténtico artista en su género del bolero sentimental, y cantaba sin meterse el micrófono en las amígdalas ni utilizando parlantes o bocinas o ecualizadores para ‘arreglar’ balbuceos, ronquidos, estertores y modulaciones varias. Además –lo he dicho varias veces– las canciones de Lucho Gatica encantaron nuestra adolescencia, alentaron los bailes donde pedíamos pololeo a las incipientes candidatas y doncellas de la época.

...Estuvo bien la evocación musical de Lucho, aunque era evidente que se emitía grabada en play back, uno más de los engañadores subterfugios de nuestro tiempo falaz.

En 1957 organizamos, en el colegio Don Bosco de Gran Avenida (Liceo Manuel Arriarán Barros), nuestro viaje de estudios a la entonces opulenta República Argentina; en tren, desde la Estación Mapocho hasta Mendoza, donde estuvimos tres días, para luego abordar el tren que cruzaba la pampa hasta la estación Retiro, en el corazón de la amada Buenos Aires, donde vivimos dos inolvidables semanas... Íbamos a cargo de los profesores Urrejola y Bravo, y del padre de Antonio Dougnac, mi apreciado condiscípulo.

Era el señor Dougnac un perfecto caballero, a la antigua usanza, culto, afectuoso y con fino sentido del humor... Veló por la veintena de estudiantes como si todos fuesen sus hijos. Puso plata de su bolsillo para conjurar un hurto perpetrado por tres compañeros en una tienda de bisutería, hecho que confirmaba la proclividad chilena de hacerse con lo ajeno.

Vuelvo al propósito del título de este escrito a vuelo de pluma. Teníamos que juntar dinero para aquel viaje maravilloso. Los curas salesianos pusieron a nuestra disposición el auditorium del colegio, para organizar “actos artísticos”, exhibir películas, etc., cobrando una entrada a beneficio. Algunos compañeros tocaban guitarra y cantaban, improvisando conjuntos musicales. El Talo Cubillos me preguntó en qué podía yo participar...

-Bueno -le dije, puedo recitar poemas...

-Cómo se te ocurre, huevón, eso es una soberana lata.

Entonces, animoso y creativo, ofrecí hacer una “fonomímica”, es decir el precedente rústico del play back.

Yo me vestía igual que Lucho Gatica, con chaqueta azul marino, pantalones grises, camisa blanca, corbata granate y zapatos negros impecablemente lustrados. Tras una cortina se instalaba un tocadiscos sobre una pequeña mesa, con un disco 78 que contenía dos canciones del ilustre bolerista. Escogí ‘Por alto esté el cielo’, cuya mímica y gesticulación me sabía de memoria. El flaco Vicencio manipulaba el aparato.

Salí al escenario con singular desplante (no le temo al público, ni siquiera al conformado por escritores)... Sonaron los acordes de la melodía: “Por alto que esté el cielo en el mundo/ por hondo que sea el mar profundo/ no habrá una barrera en el mundo/ que mi amor profundo/ no rompa por ti...”.

Todo iba bien... hasta que el disco se pegó en la palabra “profundo” y comenzó a repetirse, como un rap diabólico: “profundo... profundo... profundo”.

Mi pobre oído musical no me permitió percatarme del desajuste y seguí gesticulando, impertérrito y fachendoso.

Fui abucheado y hube de recular hacia bambalinas. Si no hubiera ocurrido aquel percance técnico, quizá yo habría cantado en el Festival de Viña, como un artista resurrecto, en mis 78 años de existencia.