Opinión

Epistolario de ultramar

Epistolario de ultramar

“…Era aficionado a las tradiciones y leyendas de Galicia, sobre las cuales escribió algunos textos que se encuentran perdidos… Era, aparte, de eso, hombre jovial, inclinado a la caza, al juego y a la bebida, más de lo debido; y más de lo recomendado, a las mujeres, afición que acarreó su ruina, según decían en la familia”.

Un sorpresivo agasajo

Supimos, a finales del año de la gran peste de filiación monárquica, el turbulento 2019 austral, una funesta noticia, acaecida el Día de Inocentes (también día del Escritor, en Chile), que la casa petrucial (patriarcal) de nuestros abuelos paternos, se había quemado por completo. Así lo escribió uno de los nietos chilenos, afecto a la genealogía:

La casa de A Touza, en la parroquia de Santa María de Vilaquinte, de propiedad de nuestro bisabuelo materno, cuna de la familia paterna gallega, ha sido destruida por un voraz incendio, hace tres días...

En ese lar nacieron y se criaron los siete hijos emigrantes, entre ellos nuestro padre.

El solar y la casa de piedra, con su gran hórreo y bodega de vinos incluida, pasó a manos de algunos primos lejanos. Restaurada y en excelente estado, era casa de fin de semana y de vacaciones de sus familias.

Afortunadamente, nadie estaba en casa el día del siniestro…

Vuelvo a recordar al abuelo, el pariente para mí más enigmático, pues le conocí a través de las historias que de él se contaban, en mi infancia y también en la adolescencia, relatos cubiertos por un velo de críticas debidas a su impropio comportamiento, de acuerdo a los cánones morales y al implacable juicio burgués de la tribu, que suele traspasar las generaciones, a menudo sin los beneficios de la misericordia.

Ahora, pasados cuatro meses del siniestro ocurrido en el casal de A Touza, aldea de Santa María de Vilaquinte, Carballedo, Lugo, Galicia, he recibido el regalo de un curioso y sorpresivo hallazgo, que jamás hubiese imaginado. En primera instancia, pensé que se trataba de algún envío de libros gallegos, de los que solía recibir yo hace diez años, cuando ejercía como profesor de lengua y cultura gallega… Pero se trataba de un voluminoso paquete de correo aéreo, en el que venía una modesta caja de cartón, con una breve nota del primo:

-“Entre lo que logramos recuperar del incendio, encontramos estos papeles de tu abuelo. Como sé que te interesa la literatura, es posible que saques algún partido de estos papeles, fotografías antiguas y documentos”.

Dieciocho fotos en blanco y negro, cinco de ellas en sepia; treinta y nueve cartas manuscritas, escritas por el abuelo, entre mayo de 1920 y diciembre de 1924, y doce respuestas que, al parecer, no entregó a sus destinatarias o destinatarios, luego de habérselas leído, probablemente porque se trataba de vecinos analfabetos y estimaron que él se las podría leer en voz alta cada vez que lo requiriesen.

Cartas para La Habana

Las primeras de estas misivas, escritas todas por encargo de vecinos de la aldea y aún de paisanos que vivían más lejos y recurrían a él para comunicarse con sus parientes de ultramar, emigrantes forzosos a Cuba, Brasil, Uruguay y Argentina. En aquella época, sobre todo enviadas a la populosa y rica Buenos Aires, la Babilonia de la emigración hispana, y, especialmente, de la gallega.

Fue un auténtico oficio que el abuelo llevó a cabo durante diez años, aprovechando su excelente caligrafía y certera sintaxis, aprendidas en el Seminario de Tui. No sería mucho lo obtenido por aquel servicio circunstancial, aun cuando, para quien no era campesino ni participaba de las labores de la tierra, esa ocupación y otras como la caza y la pesca, le ayudarían a sobrellevar la monotonía aldeana.

-Don… teño que lle escribir ao meu marido, que está na Habana, como vostede sabe. Podería o señor escribi-la carta, mire que eu non sei nin ler nin escribire? (Don, tengo que escribirle a mi marido, que está en La Habana, como usted sabe. ¿Podría el señor escribir la carta, mire que no sé leer ni escribir?).

-Sí, muller, sí. Quérela en galego ou en castelán? (Sí mujer, ¿la quieres en gallego o en castellano?)

-Prefiro que sexa en castelán, xa que así vai poder le-la meu cuñado, que esqueceu a fala da aldea, y xa sabe vostede que aló non serve moito o noso xeito de falar, non si? (Prefiero que sea en castellano, ya que así la podrá leer mi cuñado, que olvidó el habla de la aldea, y ya sabe usted que allá no sirve de mucho nuestro modo de hablar, ¿verdad?).

Y el abuelo extendía los folios blancos sobre la cubierta de su escritorio con fuelle, mojaba la pluma en la tinta morada y aguardaba el discurso epistolar de la vecina, que iba escribiendo con ampulosa caligrafía.

A Xoan Mouriño, en La Habana.

Marido mío, espero te encuentres bien y en perfecta salud. Aquí estamos bien todos, las dos rapazas, el neno, la abuela y yo. La vaca parió ayer un ternero que está sano, gracias a la Virgen, a la que me encomendé antenoche… Le llevaré mañana algunas flores, para ponérselas en el santuario. Ayer vino Pedreira a pedirme un sacho grande, que dijo te había prestado antes de que te marchases. No lo encontré en el alpendre… Si te acuerdas dónde está, escríbeme. Puede que la abuela se lo haya devuelto por error al viejo Salgado, que anda siempre hurgando por cosas que dice son suyas…

Este año parece que va a darse bien el millo, porque los agromos (brotes) vienen con fuerza, de un verde oscuro y lozano. Hay seis gallinas chocas (cluecas), así es que tendremos más pitas para Navidad… Iremos la semana entrante a la feria de Carballedo, con huevos y patacas y las berzas que están enormes esta temporada…

Dime si has encontrado trabajo. Las hermanas Iglesias comentan que en Cuba sobran buenas ocupaciones para los gallegos. Cuéntame y dime cuánto tiempo piensas quedarte, porque te echo en falta como si estuvieses hace diez años por esas tierras lejanas, y solo te marchaste en el pasado diciembre… El tiempo es más engañoso que una meiga.

Tuya siempre, Carmiña.

Creo que el abuelo amaba las palabras; es posible que heredásemos algo de esa pasión en la caja misteriosa de los genes. El abuelo escribe y mejora el lenguaje de estas misivas por encargo, agrega adjetivos sugerentes, como si la carta fuese parte de él; a veces, como si estuviera escribiéndole a un ser entrañable.

Busco la posible contestación de Xoán a Carmiña. Aquí está, fechada en 3 de junio de 1921. En el folio se advierten dos escrituras distintas, incluso con diferente color, pues una parte de la escritura se aprecia más oscura que la otra. Xoán tampoco estaba alfabetizado y la carta habría sido también dictada a un tercero.

A Carmiña Novoa, en Santa María de Vilaquinte.

Recordada Carmiña, El tío Bouzo, ya sabes, el que recluta gente para La Habana y Buenos Aires, a dos mil pesetas por cabeza, nos llevó hasta el puerto de Coruña. Tardamos doce horas en llegar, traqueteando por malos caminos y extraños andares. La carreta iba recogiendo emigrantes entre pueblo y pueblo, hasta que completaron veinte pasajeros, hombres todos. Las mulas se negaron a moverse a la salida de Sarria, pero a punta de latigazos las echaron a andar de nuevo.

Llegamos a Coruña cerca de la medianoche. Un rapaz preguntó si alojaríamos en alguna posada, porque el vapor Antilo, que nos tocaba, salía dos días después. El tío Bouzo rio de buena gana y nos dijo: “Fillos do demo, ides durmir onde poidedes, enriba do carro o debaixo… Non é cousa miña… Xa volveredes coma indianos ricos”. (Hijos del demonio, tienen que dormir donde puedan, arriba de la carreta o debajo…  No es asunto mío… Ya volveréis como indianos enriquecidos).

Vaya sueño el nuestro, Carmiña.

Cuatro días más tarde nos embarcamos. Nos habían dicho que dormiríamos en los camarotes de tercera. Eran unos cubículos asquerosos, en el fondo de la sentina, de a tres jergones a lo alto, rellenos de paja nauseabunda, sin sábanas ni fundas, con su cubierta de esparto manchada de sangre, orines y mierda seca. La comida, patacas a medio cocer y sin pelar, al mediodía, y por la noche, un caldero de lentejas o de garbanzos ruines que olían peor que la comida que damos allá a los cerdos…

Los cinco primeros días padecí una diarrea que me hizo enflaquecer, creí que me moría, pero un paisano del Ferrol, que hacía el viaje por tercera vez, me dio una pócima de agua con miel y licor de orujo, que llevaba en un garrafón y con eso me alenté… En la cantina se podía comprar pan, chorizo seco y un vino tinto de sabor avinagrado, pero eran manjares al lado de la pitanza asquerosa de los calderos ennegrecidos que servían para treinta individuos.

Dicen que en La Habana hay menos oportunidades que en Buenos Aires. Quizá sería mejor continuar hasta allá… Si cambiamos el itinerario te avisaré. No sé si puedo aguantar un mes más en estas condiciones, pero nos damos ánimo con Manolo y Pepe. También ellos creen que será mejor desembarcar en Buenos Aires.

Tuyo afectísimo.

Xoán Mouriño (no hay firma).

Historias epistolares

A la mayor de mis primas, que fuera la nieta más cercana a mis abuelos en los días de Chile, década de los 40, el abuelo le narró varias historias relacionadas con emigrantes gallegos del primer cuarto del siglo XX, cuando los contactos epistolares eran casi un milagro, pues había que aguardar meses para recibir una carta. Muchos de ellos se perdían tras el “charco”, al otro lado de ese océano proceloso de las leyendas celtas y romanas, que seguía siendo, para aquellos migrantes forzados a dejar su tierra por el hambre, una barrera casi insondable. Las narraciones acerca del éxito económico de los “indianos” y de su explosiva prosperidad, se nutrían de algunos ejemplos de retornados que exhibían prendas, objetos y aun automóviles recién salidos de fábrica –los menos–, que desconcertaban a los vecinos de la aldea y creaban la leyenda de las Américas fabulosas, donde el dinero colgaba de los árboles y hasta los perros comían manjares desechados de la mesa.

El abuelo había estado un par de años en Cuba, buscando aquellas oportunidades que parecían fuegos de artificio. Volvió vistiendo un Panamá vistoso, un ancho sombrero de pita y un reloj de oro con leontina, que resaltaba una barriga ajena a cualquier sacrificio físico o esfuerzo manual; asimismo, algunas cajas de habanos, puede que un par de botellas de ron añejo y sin dinero en los bolsillos. Ninguno de los emprendimientos acometidos, con un misterioso primo lejano, llegaron a buen puerto. Las explicaciones de su fracaso, si las dio en detalle, puede que haya sido en alguno de los bares de Chantada, que solía frecuentar, sin el beneplácito de la abuela.

La prima me contó una de esas historias, acontecidas a un joven emigrante de Viñás, casal que se halla al sur de A Touza y del río Búbal.

“Xosé Grelas, a quien llamaban por alcume (apodo) O Boneco (El Muñeco), porque era de baja estatura y de rasgos faciales casi femeninos, tenía 23 o 24 años cuando marchó para Buenos Aires. Estaba casado con una mujer cinco años mayor, Perfecta Gómez, hija única que había heredado una modesta casa, cuatro fincas, tres vacas y un caballo. Tenían dos hijas pequeñas, de tres y cuatro años. O Boneco solía hablar de la posibilidad de embarcarse con paisanos de su generación, rumbo a la capital del Plata. Al parecer, su mujer no se inquietaba por tal propósito, pues era ya un tópico manido entre los jóvenes campesinos gallegos. Todos querían marchar, cumpliendo los versos de Rosalía de Castro, aun sin haberlos leído:

Vendéronlle os bois,

vendéronlle as vacas,

o pote do caldo

i a manta da cama.

Vendéronlle o carro

i as leiras que tiña;

deixárono soio

coa roupa vestida.

María, eu son mozo,

pedir no me é dado;

eu vou polo mundo

pra ver de ganalo.

Galicia está probe,

a Habana me vou...

Adiós, adiós, prendas

do meu corazón!

¡HACIA LA HABANA!

 

Le vendieron los bueyes,

le vendieron las vacas,

el pote del caldo

y la manta de la cama.

Le vendieron el carro

y las tierras que tenía,

le dejaron tan sólo

con la ropa vestida.

María, yo soy mozo,

pedir no me es dado,

me voy por el mundo

para ver de ganarlo.

Galicia está pobre,

y a La Habana me voy...

¡Adiós, adiós, prendas

de mi corazón!

“Una mañana, Xosé Grelas dijo a su mujer que iría a comprar tabaco al vecino casal de Meixón Frío. Puede que a ella le haya intrigado verle con la zamarra puesta, porque era mayo y las mañanas se abrían apenas con un leve frescor; quizá no advirtió que, bajo el hórreo comunal, O Boneco había escondido un pequeño fardel de vieja lona con pertenencias básicas, una hogaza de pan y tres chorizos.

“Como en el viejo chiste, Grelas había salido a comprar cigarrillos, para no volver…

“Tres meses más tarde, cuando en la comarca ya habían olvidado la desaparición del Boneco Grelas, Perfecta Gómez llegó a casa de los abuelos, para hablar con el petrucio.

–“Don, voulle pedir que escriba unha carta pra o meu marido…, sí, O Boneco foise hai moitas semanas, como vostede sabe, e querolle mandar unha carta… (Don, voy a pedirle que escriba una carta a mi marido…, sí, El Muñeco se fue hace muchas semanas, como usted sabe, y quiero enviarle una carta…)

-“Sí, muller sí, mais teñe vostede o enderezo onde se atopa aló? (Sí, mujer, ¿pero tiene usted la dirección en donde se encuentra allá?).

-“Non a teño, pero O Boneco terá de ser moi coñecido en Bós Aires, coido que sí, sendo el tan falangueiro… Xa terá unha chea de amigos. (No la tengo, pero El Muñeco tendrá que ser muy conocido en Buenos Aires, creo que sí, siendo él tan conversador… Ya tendrá un montón de amigos).

-“Non muller, iso non é posible. Ollade, Buenos Aires é una cidade enorme, coma si fosen A Coruña, Vigo e Ferrol xuntas, me entende? Moito máis ca un millón de habitantes, dos cales haberán trinta milleiros de galegos. É como atopar unha agulla nun palleiro. (No mujer, eso no es posible. Verás, Buenos Aires es una ciudad enorme, como si fuesen A Coruña, Vigo y Ferrol juntas, ¿me entiendes? Es como encontrar una aguja en un pajar).

-“E daquela, que podo eu facer? (Y entonces, ¿qué puedo hacer?).

-“Agarde a que O Boneco lle envíe unha carta. Paciencia muller, non é tan doado, no primeiro tempo da partida, escribir á xentiña da casa”. (Espere a que El Muñeco le mande una carta. Paciencia, mujer, no es tan fácil, en el primer tiempo de la partida, escribir a la gente de la casa).

Muchos años después, entre 1983 y 1985, conocí a Xosé Grelas en Santiago de Chile. Fue en la agrupación asociativa de gallegos, nominada hasta hoy como “Galicia del Último Reino”, entidad en la que oficié como director de cultura. Su apodo era aquí el Chico Grelas. Pasaba de los ochenta años de edad y era tamborileiro (tamborilero) del Conxunto de Gaitas e Danzas. Un chileno, hijo de gallegos, profesor de literatura, contemporáneo suyo, director de la institución y gaiteiro (gaitero) por añadidura, me contó lo que sabía de su existencia como emigrante. Xosé Grelas se embarcó en A Coruña, dos semanas después de su abrupta salida de Viñás, para viajar en un paquebote con destino a Montevideo y Buenos Aires. Vivió veinticinco años en la Argentina, trabajando como peón de panadería y luego como vendedor en el establecimiento de un ferretero vigués. Viajó a Chile, en el ferrocarril trasandino, en los primeros años de la década del 50. Acá logró asentarse económicamente, asociándose con un asturiano, para instalar una pequeña ferretería.

Conoció a una chilena, formó un nuevo hogar, como si fuese soltero, y fue padre de dos hijos varones. Nunca había vuelto a su aldea natal ni sabía de su mujer y de sus hijas. Bajó de manera intempestiva el telón de la memoria, como si le hubiesen parido al descender del barco en Buenos Aires… “Los gallegos descienden de los barcos”, como rezaba el título de una comedia bonaerense, cuyo letrero él leería alguna vez en uno de los teatros de calle Corrientes.

En mayo de 1985, la Xunta de Galicia organizó, en Santiago de Compostela, un encuentro universal de grupos folclóricos de la diáspora. Galicia del Último Reino recibió una invitación para quince músicos y su director. El Chico Grelas se apuntó. Después de sesenta años, regresaba a su tierra natal, con el atuendo y las trazas de esa figura tradicional que utiliza indumentarias populares extraídas del siglo XVIII, para mostrar un costumbrismo algo trasnochado.

Después de las actuaciones oficiales del Conjunto, de los agasajos y paseos dirigidos, sus integrantes contaban con cinco días libres para hacer lo que quisiesen. El Chico Grelas tomó una audaz decisión, haciendo uso temerario, por segunda vez, de su libre albedrío. Invitó al profesor Benítez, a la sazón gaiteiro, y juntos marcharon a Viñás, la mañana de un sábado. Iban vestidos con sus ropas civiles, en tonos grises, según costumbre chilena de la época.

No llevaban instrumentos. Grelas traía dos botellas de vino chileno, como posible agasajo… Arribaron al casal al inicio de la hora vespertina. Dos canes de la casa les ladraron, desconfiados y furibundos. Una rapaza se asomó en el portal, atisbándoles con curiosidad.

-Ola, boas, son Grelas, coñecido coma O Boneco… Estará dona Perfecta? (Hola, buenas, soy Grelas, conocido como El Muñeco … ¿Estará doña Perfecta?).

-Sí, ¿a quién debo anunciar? –respondió la niña, hablando en castellano a los forasteros.

-Soy Xosé Grelas, vengo de Chile a verles, con un amigo.

Diez minutos más tarde llegó al portal una anciana, vestida con larga saya, pañoleta negra, afirmándose en un báculo. Entrecerraba los ojos, como si le costase mirar… De súbito, la memoria abrió sus compuertas, como un estallido de aguas.

-Boneco, home, que che fixeches? (Muñeco, hombre, ¿qué te habías hecho?).

La mujer de Grelas, nonagenaria, estaba algo ciega, pero lúcida. Vivía con sus dos hijas, sus yernos y seis nietos. No había vuelto a tener marido; ¿pareja?, ni hablar... La casa está igual, pensó Grelas, salvo por algunos muebles modernos, el refrigerador y la tele… Los moradores beneficiaron un cordero lechón y ofrecieron el generoso condumio gallego. El Boneco Grelas se ubicó en la cabecera y ofreció repetidos brindis, como un petrucio. Cada cierto tiempo, se enjugaba los ojos con la servilleta. (Benítez dijo que había llorado en silencio). Al día siguiente, después del desayuno, los extraños abandonaron –para siempre– el casal de Viñás.

Alguien aseveró una vez: “Después de todo, los gallegos no somos muy rencorosos”.

Sueños y andanzas del abuelo

El resto de las cartas parecía no poseer mayor interés ni novedad narrativa. Pero había tres de ellas, en un sobre más grande, de varias páginas manuscritas cada una. La primera, fechada en noviembre de 1919, era del abuelo a su mujer, la abuela, escrita desde La Habana. Es presumible que fuese despachada alrededor de un año después de arribar a Cuba. Las otras dos son, una de enero de 1924, escrita en Buenos Aires por el primogénito de los siete hijos, instando al abuelo a vender la casa, dejarlo todo y marchar, con la abuela y el resto de los hijos, a la promisoria Argentina, donde aquél había obtenido un buen puesto de trabajo, en una incipiente agencia de turismo que iba a fundar, años más tarde, filiales en Valparaíso y Santiago de Chile. La última carta es de mayo de 1924, donde el abuelo responde la exhortación filial y comunica su decisión.

La Habana, 20 de noviembre de 1924

Querida y recordada esposa.

Los días vuelan veloces, como las golondrinas. Como te conté en las anteriores cartas, el primo Basilio me ha acogido con gran amabilidad y no me ha faltado nada en su vieja casa de La Habana, donde vive con una mulata que le sirve y cuida en lo doméstico. No tienen hijos.

Como parece que te había dicho, Basilio tenía varias ideas de actividades económicas para emprender aquí. Desde mi primera semana en Cuba, nos abocamos a desarrollar la primera de ellas, en la que trabajamos hasta hace dos semanas.

Consistía en fabricar unos pequeños barriles de madera, de dos galones de capacidad, para envasar cerveza, un producto muy apetecido en toda la Isla. Los cubanos la beben muy fría, pues la consideran eficaz paliativo contra el calor húmedo y la sed apremiante.

Basilio tiene acá un taller de carpintería, donde fabrica piezas y partes para diversos objetos comerciales. La madera es muy usada aquí, es abundante y barata. Pues bien, construimos –lo digo así, porque participé directamente– cien barriles. Tardamos tres meses concluir la estructura de madera y las huinchas metálicas de sustentación. En esta última faena, me corté el índice le mano derecha, pero sanó rápido.

Lo más complicado fue fabricar los tapones, que son de corcho con un reborde metálico y una pequeña llave o billa, como decimos allá, para verter el líquido sin que se pierda el gas de la cerveza, pues sin ese componente, sabe como si fuera agua de borrajas. Hace quince días concluimos con el envasado de los primeros cincuenta barriles. Las pruebas fueron satisfactorias.

Basilio consiguió reuniones sucesivas con tres importantes distribuidores de cerveza que son, a la vez, propietarios de los principales bares de La Habana y Santiago de Cuba. Cada uno pidió cinco barriles para examinarlos bien y probar su mecanismo. Habíamos calculado, Basilio y yo, que con una producción de entre dos mil y tres mil barriles mensuales, podríamos ampliar el taller en menos de un año y hacernos de una gran fábrica. Hermoso proyecto. Ya pensaba yo en enviarles los billetes para el vapor, que tarda entre doce y catorce días entre A Coruña y La Habana, y recibirles en una casa blanca de altas columnas.

Bueno, mujer, concurrimos, hace trece días, a la primera reunión, con un tal Méndes, de origen portugués, cazurro y desconfiado como una comadreja. Es un auténtico cacique en el comercio de cerveza, licores y vinos de Cuba. Llevamos cinco de nuestros barriles. Él nos esperaba con un supuesto socio y un empleado, al parecer el contable. Basilio comenzó a explicarle nuestra propuesta de negocios, con mucho detalle, como es su costumbre… Méndes lo interrumpió, diciéndole, con su pastoso acento lusitano: -Menos palabras. Veamos cómo funcionan estos tarros.

Basilio maniobró la válvula de entrada y colocó la billa de madera. Hasta ahí, todo bien. Dispuso un vaso cervecero y abrió la pequeña llave. No salió ni una gota de cerveza y por la boca de la billa se escuchó una especie de pitido, como la válvula de una caldera cuando expele vapor. De pronto, una especie de explosión; el barril reventó, empapando a los concurrentes con el espumoso líquido. Basilio pidió disculpas, pero en medio de sus explicaciones atolondradas, el portugués gritó: -¡Manda carallo, váyanse a tomar por culo!

En las dos reuniones siguientes no nos fue mejor. Aunque los barriles no reventaron, ninguno funcionó según lo previsto. Días más tarde, un tonelero de ron, especialista en fabricar grandes toneles, le explicó a Basilio que la madera utilizada para nuestro modelo no servía; que para ese tamaño había que usar la de un árbol que crece en Sierra Maestra, cuya madera es tan escasa como costosa. No iba a ser comercial fabricarlos, por ningún motivo.

Ahora Basilio está ideando otro proyecto. Se trata de un receptáculo para mantener las carnes y otros productos perecibles a baja temperatura. Es una especie de cajón de hojalata, revestido por dentro con cortezas de palma adheridas, las que son un buen aislante natural. A ver qué sale de esto. No hay que perder la fe, dice Basilio, por algo los gallegos somos tan pertinaces y creativos: inventamos la brújula, para no perdernos en las calles de Compostela, y la palanca, para mover las piedras de nuestras moradas…

Les extraño mucho, echo en falta a todos, también el calor de nuestro lar… Bueno, y las tertulias en Chantada, con los amigos. Acá, Basilio me introdujo en el Centro Gallego, que es de veras fastuoso. Tienen un bar y restaurante, donde se juega al tute y a la brisca rematada. Voy dos veces a la semana, solo, porque Basilio se queda encerrado en el taller, trabajando en lo suyo. –Las ideas nacen en el taller, no en el bar –me ha dicho, con algo de retranca gallega.

Agarimos e bicos para ti e mais aos rapaces (Caricias y besos para ti y también para los muchachos). Pronto volveré a escribirte. Díctale una carta a N para que la escriba por ti. Son necesarias tus palabras, querida.

Tuyo siempre.

El llamado de la ‘quinta provincia’

El primogénito había viajado solo a Buenos Aires, en 1923, para reunirse con un amigo franco-argentino, cuyo padre, propietario de un banco y de una agencia de turismo con sede en París, quería expandir sus negocios a Buenos Aires y luego a Santiago de Chile. Pronto, este hijo mayor se colocó en la incipiente empresa turística, que diez años más tarde abriría sucursales al otro lado de Los Andes.

Entre tanto, instó a sus padres y a sus hermanos menores a “cruzar el charco”, embarcándose en la incierta aventura de la emigración. Él les ofrecía su propio respaldo, con una certeza que jamás le abandonaría, confianza en sí mismo que fue clave para sus éxitos empresariales.

He aquí la segunda carta, enviada a su padre, quien había regresado, un año atrás, de su aventurado viaje a Cuba.

Buenos Aires, 6 de enero de 1924

Querido padre

Le escribo ésta, esperando se encuentre bien de salud y ánimo, al igual que Mamá y mis hermanos. El propósito de estas líneas es confirmarle, a usted y a toda la familia, la idea de venirse lo más pronto posible a la Argentina.

Supe hace unos días, por el primo Egidio, recién llegado acá como inmigrante, que usted habría iniciado los contactos para vender nuestra casa de A Touza, las fincas, herramientas, muebles, útiles y enseres. Me parece bien. Le recomiendo que cambie en A Coruña, antes de embarcarse, el máximo de moneda posible por dólares americanos. Aquí la peseta está muy devaluada y perderá un buen porcentaje si trae moneda española. En cambio, el dólar es muy apreciado en esta próspera economía, cuyos grandes resultados se deben al ex Presidente Hipólito Yrigoyen, que supo administrar y acrecentar los enormes caudales que obtuvo la Argentina con el conflicto europeo y, más tarde, en la posguerra, vendiendo a las potencias europeas, a inmejorables precios, el trigo y la carne, bases de sustentación de esta economía pujante.

Aquí hay mucho trabajo y grandes oportunidades… Padre, piense que Buenos Aires, junto con Londres y Nueva York, es una de las ciudades más grandes y populosas del mundo. Aquí funciona el tren subterráneo desde hace diez años, un medio de transporte de vanguardia, entre otros muchos adelantos. Ni qué decir de la intensa vida cultural y de espectáculos… Madrid se queda chico.

Don José Ortega y Gasset, a quien usted tanto admira, estuvo en Buenos Aires, por primera vez, hace ocho años, sí, en 1916. Aquí acompaño un recorte de prensa, del prestigioso Diario La Nación:

En julio de 1916 tuvo lugar el primer viaje de José Ortega y Gasset a nuestro país que se extendió hasta enero de 1917. Tenía 33 años y ya había publicado el primer volumen de El Espectador, la recopilación Personas, obras, cosas y, previamente, sus Meditaciones del Quijote. Acompañado por su padre, Ortega vino a ocupar la cátedra creada en la UBA por la Institución Cultural Española para pronunciar allí un ciclo de conferencias sobre los problemas más actuales de la filosofía. También dictó un seminario más restringido sobre Kant y otras tantas de sus disertaciones tuvieron lugar en Tucumán, Córdoba y Mendoza.

Le cuento, además, que existen aquí, al igual que en La Habana, centros gallegos, incluso uno de lucenses y otro de chantadinos. Por algo los gallegos de ultramar llaman a Buenos Aires la “quinta provincia”, que completa las cuatro de la Península: A Coruña, Lugo, Ourense y Pontevedra. No sería raro que se topara usted con algún conocido de Chantada. Yo me encontré el otro día con Ramón Iglesias, sí, el vecino de Meixón Frío, que trabaja como dependiente de una librería.

Padre, parece que todos los libros del mundo se pueden encontrar en estas enormes “casas del libro”, como las llaman los porteños. Libros en gallego también; compré el otro día O Porco de pé, de Vicente Risco y Retrincos, de Alfonso Castelao. Ya puede ver usted que se va a sentir como en casa. Al principio resulta apabullante la ciudad y su tráfago, pero buscaremos una casa grande, en alguno de los barrios como Chacarita, Almagro, Boedo, con jardín y huerta. Yo me encargaré de tenerla alquilada para cuando ustedes arriben.

En su carta anterior no me dice nada de sus dos años de estancia en Cuba, salvo que está bien de salud y animoso y que la Isla le ha gustado, aun cuando la idiosincrasia de la gente del trópico no iba con usted, lo que entiendo perfectamente. Pero, ¿cómo le fue en lo económico? Iba usted a trabajar para lograr algunos ahorros. ¿Pudo hacerlo? Sería ideal que contara con dinero extra para afrontar los gastos de los primeros meses en Buenos Aires… Al menos la comida es abundante y barata, se puede comer bifes (carne asada) todos los días, si se quiere. Las hortalizas, legumbres, patacas y frutas no son caras, si comparamos los precios con Madrid o Barcelona, por ejemplo.

No se olvide de escribirme pronto, para informarme de las gestiones. Debo reservar con tiempo los billetes para el vapor. Hay mucha demanda, como usted sabe. Aparte de los gallegos y españoles de otras regiones, están llegando muchos italianos, que aquí llaman “tanos”, amistosamente, y “bachichas” en sentido peyorativo.

Veo que las cosas en España están mejorando, en cuanto al orden y la disciplina para trabajar y al respeto de las instituciones, que es lo más importante. De lo contrario, desembocaremos en la anarquía y el caos. Por fortuna, aquí hay trabajo y se vive con cierta holgura, por lo que no penetran las nefastas ideas del comunismo internacional. Pese a que no le guste, porque debido al nuevo régimen perdió usted su puesto de administrativo en el Ayuntamiento de Chantada, Miguel Primo de Rivera es un gobernante serio y muy patriota.

Me despido de usted con mucho afecto y envío cariños para Mamá y hermanos.

Suyo afectísimo.

Esta vez, el abuelo fue diligente en la respuesta. Había tomado una decisión sin vuelta atrás, de consuno con la abuela y comunicada a los seis hijos. Iba a cumplir cuarenta y ocho años, pero debemos apreciar lo que significaba esa edad hace un siglo atrás. No era un hombre joven para emigrar, salvo que hubiese tenido un contrato previo o una colocación con algún pariente generoso.

Claro, las oportunidades se abrían y proyectaban para los jóvenes, esa mano de obra que se puede moldear y exprimir a voluntad, según los cánones socioeconómicos imperantes en la época. He aquí la transcripción que hago de esta carta que cierra para mí el breve epistolario.

Santa María de Vilaquinte, 21 de mayo de 1924

Querido hijo:

Espero que te encuentres muy bien y con buena salud. Por acá estamos bien, pasando este mayo muy lluvioso. Como reza aquel viejo refrán campesino gallego: “Chove, chove, na casa do probe; chove, e no meu corazón tamén chove” (“Llueve, llueve, en la casa del pobre; llueve, y en mi corazón también llueve”). Antes de partir ya estoy sintiendo la morriña. Sí, hijo, tomé la decisión y tu madre la acepta, al igual que tus hermanas y hermanos.

No será tan fácil ni rápido como quizá esperas. La situación económica es difícil. Llevamos cuatro años seguidos de malas cosechas y los altos precios de los alimentos en las ciudades no se condicen con lo que nos pagan por producirlos.

El otro día apareció un notario de Chantada, acompañado de un abogado que se interesaba por la casa, pero solo con el huerto trasero, sin las seis fincas que tenemos. Ofrecían un precio ridículo, menos de la mitad de lo que vale y querían incluir los muebles, las herramientas, los animales y aperos de labranza.

Nada hombre, no hubo ni principio de acuerdo. Tal van sucediendo las cosas, estimo que antes de fin de año o principios del que viene, será complicado marchar. Tu madre piensa lo mismo y también el tío Neira, quien, como sabes, es contrario a la emigración; tampoco yo soy proclive al desarraigo, más cuando pienso que soy viejo para desterronarme e iniciar una nueva vida tan lejos… Entiendo que sea una oportunidad para ustedes, pero tu madre y yo seremos casi un lastre. Bien sabes que nunca he sido un labrador ni menos un campesino apegado a estas labores; entonces, mi campo de acción se reduce a escribiente o tinterillo en una notaría o en el despacho de un abogado.

Pero no tomes en serio mis quejas. La decisión está hecha y la afrontaré con el mejor de los ánimos.

Me preguntas por mis veintiún meses en La Habana, desde la perspectiva de los resultados económicos. Nada, hijo, cero; uno más de tantos proyectos emprendidos, como las innovaciones que íbamos hacer en nuestros modestos viñedos o la crianza más o menos industrializada de cerdos.

Sueños, ilusiones tronchadas, no sé bien si por ineficacia o por eso que llaman destino, pues cada vez creo menos en la intervención de poderes ultraterrenos para regir los senderos de la existencia.

Echaré en falta la vida social que conozco, en la que he vivido todos estos años, con la breve excepción de los dos pasados en el Seminario de Tui, a donde ingresé con mucha esperanza, para terminar de entender que no tenía vocación religiosa. De paso, extravié la fe, si es que alguna vez la tuve como camino y pauta existencial. Tampoco he tenido empuje para los negocios ni menos para el duro trabajo del agro. Siento que debí de haber buscado algo distinto, pero es tarde para ello, los arrepentimientos de poco sirven sin la posibilidad de enmendar la conducta.

Todo esto que te digo no puedo compartirlo con tu madre ni con tus hermanos. Procuro mantener un tono de optimista curiosidad ante la perspectiva del viaje, pero no logro disimular mi desasosiego. Anoche, cuando recién nos habíamos acostado, tu madre me preguntó:

-Tú no quieres marchar a la Argentina, ¿verdad?

-Sí, mujer, por supuesto que quiero...

-No te lo creo; no te lo creería ni aunque me lo jurases sobre la tumba de tu madre.

Ella, tu madre, fiel y laboriosa como ninguna, nunca ha creído en mí. No es su culpa, después de todo.

Hijo, te mantendré al corriente de los preparativos y procuraré escribirte cada quince días. Sabes, pienso que a lo mejor me llega a gustar Buenos Aires.

Hasta pronto. Un abrazo.

Tu padre