Opinión

El fin de la inocencia

Hace ya cuatro décadas, en mayo de 1968, mientras afuera en las calles de París arreciaba la rebelión estudiantil, el entonces ministro de Cultura André Malraux conversaba, casi sosegadamente, con su viejo compañero Max Gallo.
Hace ya cuatro décadas, en mayo de 1968, mientras afuera en las calles de París arreciaba la rebelión estudiantil, el entonces ministro de Cultura André Malraux conversaba, casi sosegadamente, con su viejo compañero Max Gallo. Ambos habían conocido otros momentos de camaradería, pero con roles diferentes, defendiendo la causa de los republicanos durante la guerra civil española o enfrentándose al fascismo y luego, directamente, a la ocupación nazi de Francia. Las reflexiones de ambos rondaban entre la melancolía y la desilusión que, viniendo de quienes venía, y en medio de la euforia utopista que entonces los rodeaba, parecían convertirlos en dos hombres agobiados por la edad y la experiencia, todavía no del todo convertidos en la antípoda de su propia juventud y, sin embargo, también amargamente lúcidos. Lúcidos con respecto a lo deseable de los ideales y a la comprobada opacidad concreta de lo real, su casi orgánica, visceral resistencia al cambio. En ese diálogo, que creo recordar figura incluso en uno de los últimos libros de Malraux, su amigo Max Gallo asumía aproximadamente el papel de la conciencia crítica, a la vez sobre el antiguo revolucionario entonces convertido en funcionario degaullista pero también, last but not least, al mismo tiempo proyectando la propia experiencia de ambos como veteranos rebeldes sobre la bulliciosa estudiantina libertaria que hervía fuera de donde ellos  estaban hablando –reitero que esto ocurría en mayo del 68–, por las calles de París.
Ya no pocas décadas después, y desde las páginas de una revista cultural portuguesa, el mismo Max Gallo volvió a asumir para mí ese rol de conciencia crítica, esta vez en el contexto de una nueva situación, ya acaso planetaria, de chato conformismo, también desde el enfoque de los viejos ideales: fraternidad, igualdad, libertad. Y esas palabras suyas de apenas anteayer se convierten en el mejor cierre posible para estas reflexiones a que me vi tentado: “Es preciso luchar, como si fuésemos optimistas”.