Opinión

Don Edmundo

Don Edmundo es un caballo joven, potro aún, color de rocín, como el noble corcel del Caballero de la Triste Figura. Vive y pace en la comarca de Pirque, al sur de Santiago, en verdes parajes flanqueados por cerros de la precordillera. Una vieja amiga me lo regaló, hace un par de años, para mi hija Sol, a quien le gustan los caballos.
Don Edmundo es un caballo joven, potro aún, color de rocín, como el noble corcel del Caballero de la Triste Figura. Vive y pace en la comarca de Pirque, al sur de Santiago, en verdes parajes flanqueados por cerros de la precordillera. Una vieja amiga me lo regaló, hace un par de años, para mi hija Sol, a quien le gustan los caballos. Como carezco de posesiones terrestres (salvo la tierra de mis zapatos), hube de buscarle morada a don Edmundo, en casa de Nemesio, campesino de tomo y lomo.
Yo no le había puesto nombre, pese a algunas sugerencias de Sol, como ‘Farolito’, ‘Rucio’, y otros por el estilo. Una tarde, mientras acariciaba su testuz aterciopelada, escuché la voz de Nemesio que me llamaba desde considerable distancia: –“Don Edmundo, don Edmundo…”. Entonces, ocurrió algo curioso. El rocín trotó hacia Nemesio, se detuvo frente a él, relinchó contento e hizo una airosa venia con su largo cuello dorado.
No dudé un instante. Se llamará Don Edmundo, dije, asertivo y seguro. Aunque no quise endilgarle apellidos, para evitar esas molestas confusiones que suelen producirse en el Registro Civil.
A mí nunca me ha gustado que me digan “don Edmundo”, pero es inevitable con el correr de los años, y no porque uno lleve trazas de especial donosura, sino porque la edad te otorga cierta compostura solemne… A propósito –ya lo conté; me repito mucho, lo tengo asumido– que una alumna madura, ex bailarina, de ojos muy azules y bella estampa, gallega por las cuatro ramas de su árbol genealógico, se dirigía a mí en clase, diciéndome: –“Don Edmundo aquí, don Edmundo allá…”. Le rogué que no antepusiera el “don”, o que me llamara, simplemente, “profe”… –“No puedo –me respondió–, lo hago por respeto”. (Es el respeto de la vejez –pensé– casi como una tardía limosna que nos cae del cielo). Muy serio y decidido, le dije: –“Me gustaría que alguna vez me perdieras el respeto…”. No dijo nada, pero empezó a tratarme de “profe”…
Ahora que estudio Historia portuguesa, en la maravilla virtual de la “educación a distancia”, recibo el trato epistolar de Excmo. (excelentíssimo senhor), propio de la solemnidad del protocolo lusitano –muy parecido al gallego, por lo demás–. Y esto sí que me suena extemporáneo e inapropiado para mí, que jamás he tenido aspiraciones de alto servicio público ni de diplomacia remilgada.
Además, excelentísimo no le calza a ningún caballo, ni siquiera al bueno de Don Edmundo.