Opinión

Cocina Gallega

Hace unos días, un señor de avanzada edad (con lo que significa dicho por un cronista de 60 años) se acercó a este servidor y sin mediar palabras dejó sobre la mesa un libro. Reconocí enseguida las sencillas portadas de Ediciones Galicia (el sello del Centro Gallego de Buenos Aires). Se trataba de ‘Galería de Gallegos Ilustres’, Tomo I, de Teodosio Vesteiro Torres, impreso en Buenos Aires en 1955.

Hace unos días, un señor de avanzada edad (con lo que significa dicho por un cronista de 60 años) se acercó a este servidor y sin mediar palabras dejó sobre la mesa un libro. Reconocí enseguida las sencillas portadas de Ediciones Galicia (el sello del Centro Gallego de Buenos Aires). Se trataba de ‘Galería de Gallegos Ilustres’, Tomo I, de Teodosio Vesteiro Torres, impreso en Buenos Aires en 1955. En el prólogo, escrito por el autor en Madrid en 1874, leemos: “Si al nombre bendito de la patria no se enardeciera nuestra frente; si no redoblara sus latidos el corazón cuando una voz amiga llegara a hablarnos de nuestra cuna; si no hallase eco en nuestro pecho todo ideal generoso, noble, elevado, urna del recuerdo, centro de la esperanza, manantial de inspiraciones, talismán de sublimes empresas; con razón la pluma que inicia este libro caería despedazada de nuestras manos antes de trazar aun la página primera. Pero hay en el alma un sentimiento poderoso que no se ahoga nunca, a menos de marchitarse miserablemente el germen de purísimas emociones, no solo para sentir, sino también para obrar. El amor a la tierra en que nacimos es una ley de existencia. Ama la fiera su guarida; adhiérase el diamante a la arcilla en que brota; buscan los astros sin reposo el centro de luz, calor, vida y armonía que les presta rayos, fuego, movimiento y hermosura. ¿Podríamos imaginar nosotros la imagen de la patria, cuando, a nuestro despecho muchas veces lo último que perdemos es el acento natal?
Fuerte, muy fuerte debe ser ese lazo sagrado que nos une a los queridos hogares, si no acertamos a lanzar siquiera de los labios el sello que la naturaleza grabó indeleble en lo más íntimo de nuestro ser. Por eso sabemos que no en vano vibrará una voz cariñosa, convocando a los hijos y admiradores de un pueblo tan fecundo como heroico, tan honrado como desconocido, para renovar la memoria de nuestros padres, sombras de alto ejemplo en los mágicos lienzos de Clío, clarísimos fanales en la historia de la madre España. (…) La fe, que nos habla de Dios; la sangre, que es la prenda viva de nuestros abuelos; la tradición, cáliz de oro en que liban las razas; el idioma, nudo de armonías que enlaza hermanos con hermanos; todo se vincula en la patria, eje del universo moral, palanca más poderosa que la de Arquímedes, pues con ésta solo podría el matemático de Siracusa mover la materia, mientras que a la idea de la familia, del país, de la creencia, de esa entidad compleja que abarca lo que fuimos y lo que somos, agitase el mundo, invadiendo la revolución las serenas esferas de la inteligencia como las apasionadas regiones del sentimiento”. Vesteiro Torres, nacido en 1847, e inmerso en el romanticismo gallego, había ingresado al seminario de Tuy en 1860, y abandonado el mismo en 1870 para trasladarse a la Corte y consagrarse a la enseñanza musical. Al cumplir 29 años se suicida en una de las salas del museo del Prado, no sin antes destruir buena parte de su obra, parte de la cual fue rescatada de diarios y revistas de la época. Su poema Soledad, escrito en ocasión de la muerte de su madre en 1872, refleja sin duda la añoranza de la tierra, la morriña de los desterrados: “Lejos suspiro de la hidalga tierra. / En que deje mi amor y mi alegría, / Y fija existe en la memoria mía / La grata imagen de la paz que encierra. / Su mar, su cielo, el valle cual la sierra, / Dulces prendas del bien que poseía, / Tristes recuerdos son, hoy que la impía / Suerte de mis hogares me destierra. / Sin madre, sin amigos, sin amada, / Canto en la soledad de este vacío / Que encuentra por doquier mi mirada; / Y solo con mi ardiente desvarío, / Guardo en el corazón la fe jurada / A la madre, al amigo, al amor mío”. En el mes de Santiago, del Día de la Patria Gallega, no está demás, al margen de los muchos actos que se celebran para la ocasión, recordar a los pioneros, los abrasados por el amor a la Tierra Gallega como el malogrado Vesteiro Torres, y la labor de rescate de obras imprescindibles que llevara a cabo en la década del 50 del siglo pasado el Centro Gallego de Buenos Aires desde su muy activa Ediciones Galicia. Eran otros tiempos, cuando los empresarios ejercían su mecenazgo dejando a los artistas la gestión cultural; cuando se entendía que la difusión cultural era la única manera de mantener en el tiempo la presencia de Galicia en los distintos países de acogida, las fronteras abiertas a los hijos y los nietos de los emigrantes, el fuego encendido aun en tiempos de faragullos.


Tarta de maíz-Ingredientes: 300 grs. de harina de trigo, 200 grs. de harina de maíz, 100 grs. de manteca, ¼ litro de leche, 4 huevos, 1 cucharada de polvo de hornear.


Preparación: Mezclar las harinas, añadir la leche, la manteca blanda y el polvo de hornear. Amasar hasta obtener una pasta homogénea. Poner en un molde engrasado, y llevar a horno 160° unos 30 minutos.