Opinión

Cocina Gallega

Cuenta la escritora Isabel Allende, en la introducción de su libro “Afrodita”, que aun sin entenderse demasiado, ya que ella apenas hablaba inglés, y el no dominaba el castellano, hubo un instante en el que se dio cuenta que podía enamorarse del hombre que luego sería su segundo marido: cuando lo vio cocinando para ella. Así lo relata: “… yo solo tuve ojos para ese hombre moviéndose con soltura entre sus cacerolas.
Cuenta la escritora Isabel Allende, en la introducción de su libro “Afrodita”, que aun sin entenderse demasiado, ya que ella apenas hablaba inglés, y el no dominaba el castellano, hubo un instante en el que se dio cuenta que podía enamorarse del hombre que luego sería su segundo marido: cuando lo vio cocinando para ella. Así lo relata: “… yo solo tuve ojos para ese hombre moviéndose con soltura entre sus cacerolas. Muy pocas mujeres latinoamericanas han tenido una experiencia semejante, porque en general los machos de nuestro continente consideran toda actividad doméstica como un peligro para su siempre amenazada virilidad. Admito: mientras él cocinaba yo lo despojaba mentalmente de sus ropas. Cuando mi anfitrión encendió las brasas de la parrilla y de un cruel hachazo partió un pollo por la mitad, sentí una mezcla de pavor vegetariano y primitiva fascinación. Después arrancó del jardín hierbas frescas y seleccionó de un armario varios frascos de especias, entonces comprendí que me encontraba ante un posible candidato con excelente materia prima, a quien unos cuantos años conmigo convertirían en una joya. Y cuando descolgó de la pared una especie de cimitarra y con cuatro pases de samurai transformó una insignificante lechuga en robusta ensalada, me flaquearon las rodillas y se me lleóo la cabeza de imágenes obscenas. Todavía me ocurre a menudo. Eso ha mantenido nuestra relación a punto de caramelo…”.
La imagen del hombre pacífico, tranquilo, con un mandil impecable, y atento delante de los fuegos de su cocina, cuchara en mano y revolviendo pacientemente su guiso, es hoy en día más frecuente de lo que se podría pensar. Paradójicamente, la mujer, definitivamente insertada en el mercado laboral,  es la que le dedica menos tiempo a las ollas y a las sartenes. Se eliminó casi totalmente el almuerzo, se come fuera de casa, se tiende al fast food, alimentos precocidos o congelados para resolver el tema de la alimentación. Queda casi descartado el placer de compartir, degustar, catar, comentar, la rica (espiritualmente) sobremesa. Si cocinar hizo al hombre, como afirma Faustino Cordón, se puede intuir que asistimos a una involución, que el hombre se repliega a las tinieblas de una caverna. Uno de los mayores elogios del guiso lo encontramos en el Antiguo Testamento: “…puso el hombre al fuego un caldero, y en el caldero aceite y tiras de cebolla que dejo sofreír despacio, echo luego verduras troceadas, ajo y hojas de laurel. Añadió unos cuantos puñados de lentejas y lo cubrió todo con agua. Preparó un aliño con hierbas aromáticas y lo volcó en el líquido del guisado que ya borboteaba. Tapó la olla y se sentó a la puerta. Al rato vio a lo lejos una silueta que se aproximaba y que tardó poco en reconocer; traía colgada del hombro hacia el que ladeaba la cabeza una aljaba con flechas y un arco, sobre el otro, una cierva muerta; se allegó a la tienda y lo saludó: era su hermano. Entraron. El mayor dejó la pieza de caza en el suelo y se acercó al hogar, destapó la olla, asomó la cabeza y olió la densa vaharada, luego se sentó y dijo: “Te ruego que me des a comer de ese guiso rojo, que estoy muy cansado”. Se adelantaba entonces el menor, con una cuchara en la mano y la agitación refrenada que trae la cercanía de una hora apetecida mucho tiempo, y respondió: “Si me vendes hoy mismo tu primogenitura”. El mayor volvía de pasar toda la mañana en los páramos, era diestro cazador y hombre de campo y se llamaba Esau, mientras que Jacob, su hermano, era apacible y amaba la vida doméstica. Esau dijo: “Si estoy desfalleciendo, si me siento morir de hambre y cansancio, ¿para que me sirve la primogenitura?”. Pero su hermano se lo hizo jurar: “Júramelo hoy, júramelo ahora”. Y Esau juró, y le vendió el derecho a Jacob. Entonces, Jacob extendió cuidadosamente una estera, puso en ella un cuenco y un vaso y le dio del pan que había amasado y cocido por la mañana, y del guisado de lentejas, rojo y oloroso como el vino adobado con ricas especias con el que llenó el vaso; y cuando se hubo saciado la sed y el hambre, Esau se levantó y partió.
Así se relata en la Biblia el momento en que la herencia de la casa de Abraham pasa de las manos de un hombre de acción a las de un diestro cocinero, que con un guisado de lentejas en su punto justo de cocción y aliño consiguió convertirse en señor de sus hermanos, un hombre astuto que al experto manejo de las armas opuso el conocimiento oral transmitido por su madre al calor del hogar, y la paciencia, el manejo del tiempo propio de su oficio para determinar el momento propicio para servir la mesa. La madre de Jacob, como las mujeres emigrantes, sabía que las tradiciones, la identidad de un pueblo, se transmiten mejor desde la calidez y dulzura de la comida compartida, que desde el filo de la espada.

Ingredientes-Pollo asado con manzanas y castañas: 1 pollo, 12 castañas, 2 manzanas, 2 ajos, aceite, pimienta, sal.

Preparación: Limpiar bien el pollo y untarlo por dentro y por fuera con los ajos, la pimienta, el aceite y la sal previamente machacados. Disponer luego el pollo en una fuente de horno, se rodea de las manzanas cortadas en gajos rociadas con un poco de azúcar, y las castañas cocidas. Se lleva al horno precalentado a 180° hasta que este asado., regándolo de vez en cuando con el jugo.