Opinión

Cocina Gallega

Laura Isola, socióloga y periodista, en su artículo ‘Gombrowicz en Buenos Aires’, dice: “Al cruzar el Atlántico en sentido inverso, rumbo a Europa, no pude dejar de pensar en la Argentina. Y una vez más, el mapa territorio se desvanece y se vacía de paisajes para dar lugar a la especulación sobre la existencia (…).
Laura Isola, socióloga y periodista, en su artículo ‘Gombrowicz en Buenos Aires’, dice: “Al cruzar el Atlántico en sentido inverso, rumbo a Europa, no pude dejar de pensar en la Argentina. Y una vez más, el mapa territorio se desvanece y se vacía de paisajes para dar lugar a la especulación sobre la existencia (…). Al exilio le sobreviene la nostalgia, las dificultades de la afirmación de su propio lugar, y el viaje que lo trajo a las tierras americanas se confunde con la ruta del retorno. Él se cruza, en su imaginación, con él mismo yendo para Sudamérica veinticuatro años antes (…). Las rutas marítimas de ambos viajes, el de ida y el de vuelta, copian el efecto que el exilio produce sobre su lengua (esencial factor de identidad): acercarse al nuevo mundo implica traducir y traducirse. Mientras ese barco final avanzaba, levantándose y hundiéndose por los vaivenes del agua, Gombrowicz piensa: “Me sentía un tanto desvalido, porque quería amar a la Argentina y a mis veinticuatro años en ella, pero no sabía cómo”.
Muchos emigrantes, de cualquier nacionalidad, se reconocerán como protagonistas del viaje circular soñado. Intuimos que el escritor polaco, que había salido de su patria invitado por colegas argentinos en plan de promoción de su incipiente obra, y queda literalmente anclado en el Río de la Plata, debido al estallido de la Segunda Guerra Mundial, desde 1939 hasta 1963, se transforma como todo emigrante, exiliado o desterrado, en hombre de dos mundos, individuo capaz de observar con cierta perspectiva crítica su patria natal y el país de acogida. Tal vez en el caso de Witold Gombrowicz la manera de expresar amor por Argentina fue escribir ‘Diario Argentino’, crónica autobiográfica que culmina precisamente con su retorno definitivo a una Europa meca de muchos intelectuales argentinos. Refiriéndose a ellos, el polaco escribió: “A mí lo que me fascinaba era lo bajo; a ellos, lo alto. A mí me hechizaba la oscuridad de Retiro, a ellos las luces de París”. En las cartas de emigrantes que pude leer, y las respuestas de sus familiares quedaba claro la fascinación, el ansia de conocer algún día las maravillas americanas, sus ciudades, su riqueza de leyenda por parte de los que no habían subido a los barcos; la añoranza, las ganas de retornar a su tierra del que ya vivía allende los mares comprobando que la sentencia bíblica de ganarse el pan con el sudor de la frente tiene carácter universal.
En el mismo artículo de Isola podemos leer una cita de otro polaco, Josef Teodor Konrad Korzeniowski, conocido universalmente como Joseph Conrad (nombre que adoptó al optar por la ciudadanía británica): “Me di cuenta asimismo de que este viaje, emprendido con tanta prisa, iba a alejarme con cada paso de las realidades de mi hacer cotidiano. Lo aprecie, más que nunca, cuando al fin salimos al Mar del Norte, en una noche oscura y asaetada por rachas de viento y réplicas de los demás pasajeros. Aquella mar representaba para mí algo inolvidable, me dio más que un mero nombre. Durante algún tiempo había sido el aula donde aprendí mi oficio. Puedo decir con seguridad, que también mis primeras palabras fueron en inglés”. Idioma que fue su lengua literaria y lo llevó a la fama.
En estos días, los que pasan por la Embajada de España en Buenos Aires ven con cierto asombro unas sabanas, o lo que parecen sabanas viejas, más cerca del gris apacible que del blanco de capitulación, con la inscripción ‘Nuestros sueños no caben en sus urnas’. Es un desafío, un clamor pidiendo democracia real, humana, posible, resumen del movimiento 15M que llevó a la calle a millones de ciudadanos españoles desesperanzados. Pero desde aquí, desde nuestra perspectiva, también el reclamo para que no cercenen nuestro derechos como ciudadanos que vivimos circunstancialmente en el exterior y quedemos reducidos a la categoría de apátridas, situación que desde antiguo angustia al individuo tanto como la muerte anunciada. Hasta Grombrowicz, crítico de las identidades nacionales, en permanente conflicto con sus orígenes, enfoca sus historias, no puede eludir la mención de las tradiciones y la cultura polaca.
En gastronomía, la ahora llamada globalización comenzó con la llegada de Colón a América; la tremenda revolución que se desató en los fogones con la incorporación de cientos de nuevos alimentos, y la consiguiente fusión debida al choque de culturas todavía sigue vigente, lo podemos sentir, por ejemplo, con la moda de la cocina peruana que gana adeptos en todo el mundo en el inicio del siglo XXI. Así las cosas, vamos con un guisado de carne, bah, un gulasch moderno con el añadido del pimentón y las papas que viajaron de America a Europa en aquellos mínimos barcos de vela tripulados por sueños eternos.

Ingredientes-Guiso de carne:
1 kilo de carne de ternera, 100 gramos de manteca, 2 cebollas, 4 papas, 4 tomates maduros, 1 morrón rojo, 2 cucharadas de pimentón dulce, 1 cucharadita de pimentón picante, sal, pimienta, 1 ½ litro de caldo de carne, harina.

Preparación:
Cortar la carne en dados de 3 centímetros. Salpimentar, enharinar y dorar en la manteca. Reservar en una fuente. Saltear la cebolla picada, añadir los tomates pelados, sin semillas, y cortados en dados, cocer 10 minutos e incorporar el caldo caliente. Calentar y añadir la carne y su jugo, los pimentones, y el morrón en dados. Llevar a ebullición, tapar y dejar cocer a fuego lento 2 horas, hasta que la carne esté bien tierna. A media cocción añadir las papas peladas y cortadas en trozos gruesos. Se puede espesar la salsa con un chorrito de crema. Servir caliente.