Opinión

Cocina Galega

Una de las imágenes más entrañables del paisaje gallego es la silueta inconfundible del hórreo. De madera o de piedra, grandes o pequeños; aislados cerca de una casa rural, o agrupados en curiosas formaciones arquitectónicas, el hórreo ha sido una presencia insoslayable en nuestra vida aldeana. El hórreo era una pieza clave en el contexto arquitectónico, económico y cultural del medio rural.

Una de las imágenes más entrañables del paisaje gallego es la silueta inconfundible del hórreo. De madera o de piedra, grandes o pequeños; aislados cerca de una casa rural, o agrupados en curiosas formaciones arquitectónicas, el hórreo ha sido una presencia insoslayable en nuestra vida aldeana. El hórreo era una pieza clave en el contexto arquitectónico, económico y cultural del medio rural. Su función primordial de almacenar en buenas condiciones los frutos de la cosecha, hacia que de él dependiera en buena parte la situación económica de la familia. Hay muchas teorías sobre su origen, algunos hablan de un nacimiento incierto en zonas de Alemania o Polonia, otros lo atribuyen a los suevos, y aun a los celtas, con aportaciones posteriores de los romanos que habrían incorporado los pilares para aislarlos del suelo dándoles la forma definitiva. La cuestión es que estas hermosas construcciones, debajo de las cuales más de un lector habrá fumado furtivamente su primer cigarro, o robado el primer beso, siguen presentes en el amplio territorio del Antiguo Reino de Galicia (Asturias, Galicia, norte de Portugal y León, especialmente en la zona del Bierzo), aunque ya no cumplan con su objetivo original debido, entre otras cosas, a la modernización de las tareas agrícolas, y la despoblación de la mayoría de las pequeñas aldeas.
Ya que mencionamos a los romanos, viene a cuento la etimología de “patria”, del latín patria, familia o clan, patris, tierra paterna, pater, padre. Patria designa a la tierra natal o adoptiva a la que una persona se siente ligado por vínculos afectivos, culturales o históricos; pero también un hijo nacido en la diáspora puede llamar lícitamente patria a la tierra natal de sus padres, a la cual se siente ligado emocional y efectivamente.
Para los primitivos romanos, patria era la tierra de los antepasados, a la que consideraban como una donación de los dioses tutelares. Pero luego, con las sucesivas conquistas territoriales, el concepto ya no se refería específicamente a la tierra, al ‘country’ de las culturas sajonas, sino a lo cultural. En el cada vez más extenso Imperio existía una comunidad que se regía por una cultura única, un idioma y unas tradiciones comunes a todos los habitantes. Cuando esa férrea unidad cultural  se debilita comienza la decadencia de Roma y provoca una rápida caída del otrora poderoso Imperio.
Nosotros heredamos ese concepto de patria, inminentemente latino, y, teniendo en cuenta los acontecimientos históricos producidos en nuestro país durante los últimos 150 años, no es temerario trazar un paralelismo con la idea de patria que sostenían los romanos. Galicia no es un país imperialista, ni potencia militar; pero sus hijos se dispersaron por todo el mundo y sentaron reales en tierras alejadas de Finisterre. Pensamos que, de la misma forma que muchos hombres y mujeres eran considerados romanos aun naciendo en Hispania, las Galias o Britania, y vivían como ciudadanos romanos, ocupaban cargos políticos, militares, y aun llegaban a Emperadores sin haber conocido Roma, también los hijos y nietos de gallegos nacidos en el sitio elegido por sus padres para formar una familia, tienen plenos derechos para considerarse ciudadanos de Galicia.
La cultura es un componente esencial de la soberanía, patria sinónimo de cultura propia. Cuando la noche de piedra cubrió con su ignorancia y prepotencia la tierra gallega, cuando los dominadores comenzaron a destruir la memoria histórica y cultural, los símbolos patrimoniales, negaron el idioma y se mofaron de las tradiciones milenarias, los emigrantes se constituyeron en luchadores que defendieron el derecho del pueblo gallego de preservar el legado histórico y cultural; sin duda ganaron la batalla, y sus descendientes se convertirán en custodios para transmitir dicho legado a las futuras generaciones. En Galicia gozan de vital identidad cultural, en parte, gracias al esfuerzo de hombres y mujeres anónimos, la mayoría sin instrucción, que llevaron la patria en su mente, sus brazos, sus pies; que pensaron, como García Márquez: “si la patria es pequeña, uno grande la sueña”. Y Galicia, con tantos embajadores dispersos por el mundo, nunca será pequeña. Estamos orgullosos de haber mantenido, contra viento y marea, nuestra cultura y nuestras tradiciones en los países de acogida, es tiempo de abrir las puertas centenarias de las instituciones para que la mayor cantidad de gente posible sepa de lo peculiar de nuestra identidad nacional, cuan exquisita es nuestra gastronomía, que bella es nuestra lengua, nuestros bailes y nuestra música. Cuanta historia no contada hay desde antes de los llamados Reyes Católicos, y cuanta se desarrolló allende los mares.


Ingredientes-Zapallitos rellenos: 6 zapallitos / 100 grs. de jamón cocido / 150 grs. de pechuga de pollo cocida / 2 huevos / 1 cebolla / 100 grs. de manteca / 50 grs. de queso rallado / 1 hoja de laurel / tomillo / sal / 2 dientes de ajo / perejil picado / aceite.


Preparación: Cortar los zapallitos a la mitad, horizontalmente. Quitar la pulpa y cocerlos en agua con sal, escurrirlos y reservar. Picar la pulpa, desechando las semillas, y ponerla a estofar en un poco de aceite, junto con la cebolla picada, los ajos, y el perejil. Incorporar el jamón y la carne de pollo, bien picadita. Sazonar con sal, laurel y el tomillo. Añadir un chorrito de vino blanco, echar los huevos y revolver. Rellenar con esta mezcla los zapallitos, espolvorear queso rallado y poner encima una bolita de manteca pata que gratine mejor. Colocar los en una fuente, y llevar al horno a 180º durante 20 minutos, regándolos cada tanto con su propio jugo. Servir calientes.