Opinión

Cocina gallega: Una pascua diferente

Cocina gallega: Una pascua diferente

Una Pascua diferente. No es el título de una película, o un cuento infantil. Una Pascua diferente es, sin duda, la que nos espera este año. La pandemia de Covid19 nos condicionará a todos. El judaísmo y el cristianismo que esperan esta fecha con ansiedad, con regocijo y esperanza, se encuentran en una encrucijada: llegó abril y el virus altera con su sombra la luz tan esperada de la primavera, y aquí en el sur nos amenaza con el invierno tan temido. Nosotros, los humanos de cualquier raza, ideología y religión debemos pensar en que todo cambia, que nada permanece inalterable, y que todo pasa. La Historia nos lo recuerda cada vez que decidimos recordarla. Oímos, aquí y allí, que la crisis, sanitaria pero de graves consecuencias económicas, puede ayudar a generar solidaridad, a borrar diferencias absurdas, a unirnos en un frente común ante el enemigo “invisible”, a dejar de lado el individualismo y la inmediatez característicos de la posmodernidad, reconsiderar valores olvidados ante la fascinación de la tecnología. Pero tal vez todo sea una ilusión, y volvamos menos humanos aún, cuando esto termine. Otras epidemias, guerras, catástrofes ha sufrido la humanidad, y seguimos involucionando, no aprendemos de los errores. He releído el libro de Daniel Defoe (1660-1731) ‘Diario del año de la peste’, que narra la terrible epidemia de peste bubónica que arrasó con la ciudad de Londres durante el reinado de Carlos II, convertida en un gigantesco cementerio. Albert Camus se inspiró en el libro para escribir ‘La peste’, que nosotros, jóvenes conmovidos con el mayo del 68 en Francia, la revolución cubana y el movimiento hippie, leíamos junto a Sartre y otros existencialistas mientras nos convencíamos de que podíamos cambiar al mundo. Y nada cambió para bien, ni siquiera bares, como La Paz o el Ramos, donde artistas en ciernes e intelectuales sumergían en ginebra sus delirios y amores postergados son los de entonces.

Sin duda nos espera una Pascua diferente en este abril de 2020. Claro que nosotros, los emigrantes al hemisferio sur, siempre festejamos una Pascua diferente, en otoño en vez de primavera, como debiera ser; una celebración de primavera en la antesala del invierno, una oda al florecimiento de la naturaleza con los caminos llenos de hojas secas, doradas pero inertes. Algo absurdo para nuestros antepasados, que se esmeraban en respetar los ciclos naturales; algo en lo que las civilizaciones primitivas han sido muy estrictas. Los celtas, por ejemplo, adoraban a la diosa Ostara (o Eostre), nombre que le daban al mes de abril, pero que respetando el calendario lunar podía caer a fines de nuestro marzo o mayo. Se festejaba el equinoccio de primavera. El cristianismo, como hizo con otras fiestas, asoció la festividad a la Pascua y la resurrección de Cristo. Eastre en inglés significa Pascua. En la celebración celta, las doncellas se vestían de blanco, en honor a la diosa, símbolo de la muerte del invierno y la renovación de la naturaleza floreciendo. Los paganos veían que la tierra se volvía fértil, e iniciaban los cultos a la fertilidad. Sucedía algo similar en todas las civilizaciones, a lo largo y ancho del planeta. Eran ritos que se conservaban desde el neolítico, cambiando apenas el nombre de los dioses. No es casual que el símbolo de la diosa Ostara fuera la liebre, o el conejo, de carácter sagrado desde épocas remotas, y abundantes en la Hispania que conocieron los romanos. Las liebres también se asocian a la diosa nórdica Freyja, que las tenía por mascotas representando la fecundidad de la primavera, y el amor carnal que precisamente lleva a la reproducción de la especie. Los conejos, y el huevo, símbolo innegable de nueva vida, fueron adoptados luego como íconos de la Pascua cristiana. Claro que al principio los huevos no eran de chocolate, sino simples huevos de gallina que se comían para augurar un buen comienzo de la primavera y celebrar la salida del duro invierno.

La Pascua, me gusta pensar, no es el tiempo de los héroes solitarios. Desde tiempos inmemoriales los humanos, después de sobrevivir a los crudos inviernos, festejaban la llegada de la primavera. Fiestas de resurrección, de pasaje de un estado adverso a uno mejor. Así, lo sintieron los judíos al salir de la esclavitud en Egipto y pasar a una tierra que prometía leche y miel en abundancia, y así lo entendieron los cristianos al recordar la muerte y resurrección de Cristo, celebrando una nueva vida. La Pascua es el tiempo de celebrar la solidaridad entre todos los miembros de la comunidad, la que permitió sobrellevar la noche y ver el amanecer del nuevo día. Con optimismo, y renovada confianza, vamos a la cocina con uno de los clásicos de Semana Santa, y un deseo universal: que nunca se apague el fuego del hogar.

Leche frita

Ingredientes: 1 litro de leche, 100 gr de harina, 100 gr de azúcar, 3 yemas de huevo, 1 huevo, 1 rama de Canela, 1 corteza de limón, Aceite, Manteca.

Preparación: Se reserva un poco de leche en un recipiente, y el resto se pone al fuego con la canela y la corteza de limón. Con la leche reservada se mezcla la harina y el azúcar, removiéndolo hasta que quede bien disuelto. Una vez que esté bien mezclado, sin grumos, se agrega a la leche hirviendo y se remueve enérgicamente durante 5 minutos, añadiendo las yemas. Se retira del fuego y se vierte en una placa previamente untada de manteca. Cuando la masa esté fría se corta en porciones, se envuelve en harina y huevo batido y se fríe en aceite. Se puede servir espolvoreando azúcar impalpable y canela molida.