Opinión

Cocina Gallega: Nuestros ancestros celtas no escribían

Cocina Gallega: Nuestros ancestros celtas no escribían

“Nuestros ancestros celtas no escribían, pero en su eterno peregrinar recogían historias que los bardos y druidas transmitían a sus discípulos y éstos a los suyos. Cuando estos guerreros trocaron combates sangrientos por el arado y el horno de pan, decidieron asentarse en el Finisterre gallego, bretón, o en las verdes islas de Irlanda, alrededor del fuego siguieron contando sus mágicas sagas, historias fantásticas de cada clan; los monjes cristianos tomaron nota y nos legaron la rica mitología celta, en muchos casos, como en la leyenda del rey Arturo, cristianizada. Un pueblo entero se salvó del olvido por la sana costumbre de transmitir sus tradiciones de generación en generación”. Las palabras precedentes son del prólogo que escribí para el libro ‘Correrías en Celeiros’, del amigo y paisano José María Pérez Feijóo, editado por Xun.tar Ediciones en 2008.

Han sido muchos los emigrantes que han sentido la necesidad, aun sin ser escritores profesionales, de escribir y publicar libros dando cuenta de su pasado y su experiencia de vida como desterrados. Recuerdo, por ejemplo, a Antonio Paz Miguez, que en su libro ‘Galicia, tierra de peregrinar’ escribió: Hay un río en Galicia que tiene su leyenda, y como toda leyenda, una oculta verdad que no siempre se alcanza a revelar. En latín, como ahora, su nombre es el de Limia: del olvido, lo mismo que el Leteo, que era uno de los cuatro ríos infernales de la Roma pagana. Tito Livio refiere que los soldados de Roma, los invencibles legionarios, no se atrevían a cruzar el río Limia, y que fue necesario que el general que los conducía, Junio Bruto, en gesto casi heroico, lo atravesara llevando en alto el estandarte para que obligadamente lo siguieran sus amedrentadas tropas, y aquella acción que a todos debió parecerles extraordinariamente audaz y temeraria, le valió desde entonces que le confirieran el glorioso mote de ‘Gallaico’, al igual que al vencedor de Aníbal y conquistador de Cartago se lo conoció como el ‘Africano’.

Antonio Paz, emigrante en Buenos Aires, habrá pensado cuando recordaba la leyenda del Limia que el peor castigo para un hombre es el destierro definitivo, no poder regresar nunca a su tierra. Muchos de estos libros quedan relegados al olvido, pero en otras ocasiones, sin llegar al libro, la inspiración poética de un paisano en Argentina, se hizo popular.

No resisto a la tentación de compartir un relato publicado en la revista ‘Cuando el pago se hace canto’, La Paz (Entre Ríos), enero de 1996, con el título original ‘La más difundida y popular de las estrofas patrióticas fue compuesta en La Paz’: Hay una cuarteta que podernos decir sin exagerar, son muy pocos los que alguna vez no la repitieron. Es aquella que dice: “En el cielo las estrellas, en el campo las espinas, y en el medio de mi pecho, la República Argentina”. Hasta 1966 nada se sabía sobre quién era su autor. Pero en ese año, el 1°de Febrero, el diario ‘La Razón’ de Buenos Aires comenta el origen de tan difundida cuarteta de sentido patriótico. Su autor había sido don José Piñeiro, pontevedrés residente en Buenos Aires, mayoral de tranvía, y emparentado con una antigua familia de La Paz, donde compuso la famosa cuarteta en 1901 para la hija de 4 años de su prima Generosa, que requería unos versos para recitar en un acto patrio en el colegio. Es posible que la maestra anotara la cuarteta y siguiera enseñándola a sus pequeños,  pues se difundió de boca en boca y hasta llegó a vulgarizarse en La Paz. Cincuenta años después de aquella visita a La Paz, mientras don José esperaba un tren en Capilla del Señor, oyó a un niño repetir la poesía, lo que le produjo gran emoción porque ignoraba su popularidad. El tiempo siguió. Los decenios fueron sumándose, y los cuatro versos se repitieron por todas partes, alcanzando el mayor honor al que aspira un poeta: que el pueblo lo cante aun sin saber quién es el autor.

No puedo imaginar la suerte que le espera a la novela ‘Aurelia quiere oír’, un libro recién editado, cuya autora, María Rosa Iglesias, también emigrante nacida en Galicia y llegada a Argentina en la década del 50 del siglo pasado con apenas 5 años, relata en clave de ficción la angustia de vivir entre dos mundos como desterrada, y entre los sonidos y el silencio por su condición de hipoacúsica. Pero estoy seguro que tendrá muy buena acogida de público y crítica, pues está muy bien escrita, con un excelente manejo del lenguaje y construcción de situaciones y personajes, bellas imágenes que aun en prosa dejan entrever poesía, rumor de ríos y ecos de montañas y valles eternamente verdes. Y ya que de sutilezas poéticas  hablamos, los panaderos anarquistas, la mayoría inmigrantes en Argentina, bautizaron a fines del siglo XIX a la receta de hoy ‘bolas de freile’.

Buñuelos de viento

Ingredientes: 150 gramos de harina, 250 gramos de agua, 30 gramos de manteca, 50 gramos de azúcar, 1 cucharada de esencia de vainilla, 4 huevos, la piel rallada de medio limón, un pizca de sal, aceite para freír y azúcar impalpable para espolvorear.

Elaboración: Poner en un recipiente el agua, la manteca blanda, el azúcar, la ralladura de limón y la sal. Llevar al fuego y cuando empiece a hervir, echar la harina, y sin retirar del fuego remover con una cuchara de madera hasta que la masa se desprenda de las paredes del recipiente. Retirar del fuego y dejar que la masa se entibie, entonces incorporar los huevos de uno en uno, hasta que el primero no se haya integrado en la masa, no incorporar el siguiente. Una vez finalizada la elaboración de la masa de buñuelos, dejarla reposar una o dos horas. Pasado este tiempo, poner una sartén con abundante aceite a fuego suave, y echar cucharaditas de masa poco a poco, ya que la masa se inflará y necesitará espacio. Dar la vuelta para que se doren y se inflen por todos lados. Retirar los buñuelos depositándolos sobre papel absorbente para eliminar el exceso de aceite, posteriormente pasar los buñuelos a un plato para espolvorearles azúcar impalpable.