Opinión

La agonía griega

Hay un punto de masoquismo en la negociación que se vive en vivo y directo entre Bruselas y Atenas para evitar que la hecatombe socioeconómica que vive Grecia desde 2010 no se convierta en el punto de quiebra de un proyecto europeo visiblemente atascado.
En las próximas semanas, Grecia debe hacer frente a una serie de millonarios pagos a favor de la troika, que le permita recibir los remanentes de un nuevo rescate financiero cuyo peso ahonda un claro proceso de ‘hipotecación’ de la economía griega para varios años.
La presión de la troika dirigida hacia un gobierno de izquierdas como el Syriza de Alexis Tsipras, la cual ya cobró hace meses la primera víctima política, con el cese del exministro de Economía Yanis Varoufakis, ha persuadido al primer ministro griego a tantear a Rusia (como anteriormente a China) como alternativa de colchón financiero que le alivie de esa presión.
Por surrealista que parezca, la interminable crisis griega es un ejemplo sintomático de la crisis europea y de la propia UE como realidad democrática. No es Bruselas sino Berlín como epicentro de un poder económico y político manejado igualmente por una troika que se ha convertido en una especie de capataz obstinado en evitar un eventual éxito de Syriza en la negociación, y cuyos efectos geopolíticos irradiarían hacia nuevas formaciones de izquierdas en el Sur europeo, especialmente en España y específicamente hacia Podemos el ‘hermano’ político de Syriza.
Pero el drama está más bien concentrado en el ciudadano griego, atribulado espectador marginado de una negociación cuasi perversa, y que ha venido sufriendo los embates de la peor crisis socioeconómica de la posguerra europea en tiempos de paz, obviamente exceptuando las guerras balcánicas de la década de los noventa. Ese ciudadano griego que sobrevive prácticamente sin llegar a final de mes, que observa cómo el hambre, la pobreza y el desempleo destruye un presente casi dantesco. Un atónito espectador de una agonía que se transmite por capítulos.