Cadiz, en Ohio; la Sevilla de Filipinas; y la Córdoba argentina, entre otras

Casi un centenar de ciudades de los cinco continentes tienen nombres andaluces

Cadiz, Ohio, crece a la sombra de Los Apalaches; en la Sevilla de Bohol, en Filipinas, hizo escala Elcano tras la muerte de Magallanes y Córdoba es la segunda ciudad de Argentina. Alrededor de un centenar de localidades esparcidas por el planeta están denominadas como alguna de las ocho capitales andaluzas. Las hay por los cinco continentes. Y algunas de ellas se encuentran precisamente en el itinerario de aquella circunnavegación pionera.
Casi un centenar de ciudades de los cinco continentes tienen nombres andaluces
San Martín de Cordoba
Estatua del general San Martín en la plaza de San Martín de Córdoba.

Cadiz, Ohio, crece a la sombra de Los Apalaches; en la Sevilla de Bohol, en Filipinas, hizo escala Elcano tras la muerte de Magallanes y Córdoba es la segunda ciudad de Argentina.

Las fuentes históricas no aclaran si fue a la hora del desayuno o del almuerzo, pero lo cierto es que el 14 de febrero de 1861, Abraham Lincoln se bajó del tren al llegar a Cádiz, se dirigió a una especie de venta que había en un cruce y en ella se regaló una comilona tan opípara que le impidió dedicar siquiera una breve alocución a la población entusiasta, allí congregada para dar calor y color a la visita presidencial. “Estoy demasiado lleno para hablar” son las únicas palabras suyas que han quedado inscritas con letras de oro en la memoria del lugar. Desde la ventana de aquel establecimiento, el presidente de los Estados Unidos no pudo ver mientras comía la luz de la Caleta ni las callejuelas del Pópulo, ni tan siquiera, a lo lejos, el perfil difuso de la sierra rebosante de pueblos blancos, sino si acaso las primeras cumbres de los Apalaches. Porque se encontraba en un Cádiz sin tilde ubicado en Ohio, en un alto del viaje inaugural de la línea ferroviaria entre Springfield y Washington. Y allí podía oler a cualquier cosa menos a mar.

Este episodio singular forma parte de la crónica de esa ‘otra Andalucía’ integrada por los lugares del mundo que comparten nombre con los pueblos y ciudades de esta tierra. A estos enclaves se refirió el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, cuando en septiembre pasado propuso “empezar a tejer redes” con ellos y “establecer lazos que nos reúnan cuando sea factible en torno a la cooperación, al conocimiento, a la cultura, a los intercambios, al diálogo, a la forma de entender la vida, a los desafíos y los proyectos que puedan afrontarse juntos”. En aquella tribuna, publicada en el diario ‘El Mundo’, Moreno hacía coincidir esta idea con la conmemoración de los 500 años del comienzo de la Primera Vuelta al Mundo, citando entre otros ejemplos curiosos el de esa localidad norteamericana que además de quedarse sin oír a Lincoln tuvo el privilegio de ver nacer en ella a Clark Gable, uno de los más célebres actores de la edad dorada del cine, a la sazón gaditano.

Si comparten solo el nombre, eso está por ver. Pero algo de la socarronería sureña se le debe de haber pegado a este pueblo de granjeros para ponerle a su cementerio el nombre de ‘The Old Cadiz’, El Viejo Cádiz. La suya es una del alrededor del centenar de localidades esparcidas por el planeta denominadas como alguna de las ocho capitales andaluzas. Las hay por los cinco continentes. Y algunas de ellas se encuentran precisamente en el itinerario de aquella circunnavegación pionera que hace cinco siglos abarcó por primera vez el planeta. Es el caso de la Sevilla de Bohol, en Filipinas; un enclave que hoy podría ilustrar la expresión ‘paraíso turístico’ pero que entonces recibía al forastero con menos hospitalidad: a Magallanes lo acababan de matar en la isla de al lado, Cebú, y tras quemar la ‘Concepción’ porque hacía agua de forma irrecuperable, Juan Sebastián Elcano se hizo con el mando de la nao ‘Victoria’. Así que, si en Sevilla empezó el mayor viaje de todos los tiempos, también puede decirse que, de algún modo, la expedición volvió a tener un renacer en esta Bohol que hoy luce tan significativamente también el nombre de Sevilla.

En poco se parecen la de Andalucía y la de Filipinas. Si acaso, en que se tarda más o menos una hora en llegar al mar. Las marcadas diferencias entre los tipismos de un lado y de otro hacen extremadamente exótico el que compartan denominación. Pero por muy distintos que sean y por muy lejanas que queden la una de la otra tanto en el espacio como en el tiempo, siempre queda una huella. Y en este caso, se trata de una huella comestible: quien vaya a Bohol de vacaciones, que no se olvide de pedir adobo. Así, en español. Por supuesto, nada tiene que ver con la fritura de pescado que tal nivel de excelencia ha alcanzado en el sur de España, y más bien consiste en un preparado de carne ablandado con soja y vinagre. Pero no es un mal comienzo para recuperar la relación.

Jaén, desde Filipinas a Perú

Por Filipinas puede visitarse también el municipio de Jaén, este en la isla de Luzón, y formando parte nada menos que de la provincia de Nueva Écija. Pero más prestancia y enjundia parece tener la Jaén peruana que fundara el capitán andaluz (y jiennense, por si cabía alguna duda) Diego Palomino hace 470 años en recuerdo de su tierra. Eran tiempos de descubrimientos y hazañas, y en ese avanzar entusiasta pero también nostálgico fueron abundantes los pueblos creados a la sombra de la nomenclatura española en general y andaluza en particular: es el caso de Nueva Jerez de la Frontera, fundada en 1535 justamente en esa misma zona.

Hoy, la Jaén peruana, con más de 90.000 habitantes, y su matriz andaluza se hallan en un proceso de acercamiento. Es un ejemplo de ese interés por el reencuentro que, bajo la excusa de compartir nombre y un vínculo más o menos fuerte en el origen, puede propiciar interesantes intercambios culturales, económicos, científicos y de toda índole. Solo en el caso de Málaga, hay una en Noruega, otra en África, varias en Estados Unidos (Nuevo México, Ohio, Kentucky, Nueva Jersey...), un buen manojo en Hispanoamérica e incluso una más en Oceanía: en la provincia de Madang, perteneciente a Papúa Nueva Guinea. En esta última, las tiendas de recuerdos venden camisetas con el lema ‘I Love Málaga’, pero sin tilde. Quién iba a decir que nuestros antípodas iban a encontrarse con este interesante prêt à porter.

Donde no falta el acento gráfico es en la segunda ciudad más importante de Argentina, Córdoba, fundada por un sevillano hace cerca de 450 años y que con el tiempo fue adquiriendo vida y relevancia, gracias, sobre todo, a su vocación cultural y universitaria. No pasa por ella el Guadalquivir, que cae un poco alejado: no el de España, que también, sino el de Bolivia, que baña (bañar es un decir, porque baja muy contaminado) la ciudad de Tarija.

Es el río Suquía el que atraviesa esta Córdoba pampera, llamada la Docta, que tiene cuatro veces más población que la califal que le da nombre: 1.330.000 habitantes. Y como todas las urbes históricas que miran hacia el futuro sin remilgos, su extenso casco ofrece una agradable mezcla de rutilantes edificios modernos y antiguas iglesias, un ambiente juvenil y dinámico que empapa los monumentos de su legado jesuita, un sano equilibrio entre la época colonial y el siglo XXI. Y si en la Córdoba andaluza se alcanzan temperaturas de fusión llegado el mes de julio, en su tocaya argentina no se andan cortos con el termómetro, solo que allí, por esos caprichos de los hemisferios, los picos de calor son en diciembre: más de 42 grados se han llegado a medir.

Andalucía, más allá del tiempo y del espacio

El globo terráqueo se ha quedado pequeño para contener la huella andaluza. Desde 1992, año del quinto centenario del descubrimiento de América, el Nuevo Mundo, Andalucía cuenta con un lugar en el espacio: es Almería, un asteroide cercano a la Tierra (los llamados NEA) y que forma parte del grupo de los llamados Amor. Sus dimensiones son más bien modestas, unos quince metros, aunque el de Cheliabinks, que apenas medía un par de metros más, desató en su explosión una energía similar a la de treinta bombas atómicas cuando reventó sobre el cielo ruso en febrero de 2013.

No obstante, no cabe esperar noticias catastróficas de esta Almería cósmica: aunque se encuentra entre la órbita de Marte y la de la Tierra, no cruza la de nuestro planeta. Lo descubrieron en el observatorio de Calar Alto los astrónomos alemanes Kurt Birkle y Ulrich Hopp, quienes propusieron el nombre de Almería en agradecimiento a la hospitalidad que les dispensaron en ese retal andaluz.

Y es que Andalucía continúa, siglos después de aquellas primeras expediciones temerarias, descubriendo el mundo de algún modo. Dice la tradición que la isla de Granada, antes bautizada como Concepción por el almirante Cristóbal Colón, fue llamada así por la semejanza con Sierra Nevada que su perfil despertó en unos marineros que la divisaron en 1523. A partir de ahí, este hermoso y volcánico cofre de las especias antillanas avivó muchos amores: españoles, franceses, ingleses y, prácticamente, todo el que fue llegando, creándose así una especie de extravagante aleación cultural tan colorida y diversa como las casas, las playas y los mercados que constituyen su escenario.

Sus olores son los del cacao y la banana, el clavo y la canela, el pimentón y el jengibre, el azúcar en abundancia y su joya de la corona, la nuez moscada, que son parte importante de su riqueza. Pero lejos de conformarse con su talento para la especiería, Granada cuenta desde 2006 con otro tesoro imponente que se encuentra entre las grandes maravillas de nuestro tiempo: el Parque de las Estatuas Sumergidas, obra del inglés Jason de Caires Taylor. Cuesta imaginar algo más asombroso que esta sociedad de hormigón atrapada en su dulce sueño submarino.

Estas figuras ancladas en un mar sin tiempo constituyen un arrecife artístico destinado a la recuperación de los corales dañados en su día por un huracán, para que la vida lo recubra todo y la naturaleza concluya la obra con su caprichoso toque de improvisación. Pero también es, y así lo ha llegado a explicar el autor, una manifestación de la curiosidad por descubrir que toma el fondo marino como territorio. Es, por lo tanto, el hallazgo de un mundo. Como aquellos que los españoles protagonizaron a lo largo de la Edad Moderna y que ahora, en este caso tan peculiar, también lleva nombre andaluz: Granada.

La huella andaluza en la cultura y las costumbres

La influencia andaluza no se limita solo a la denominación de los lugares y los pueblos. Córdoba es, asimismo, el nombre de la moneda de Nicaragua, llamada de esa manera en recuerdo del conquistador Francisco Hernández de Córdoba, que era de Cabra y que hoy es recordado por aquellos lares ultramarinos como el fundador del país. Donde, por cierto, puso en pie una ciudad llamada Granada. Un córdoba se cambia por aproximadamente 2,7 céntimos de euro, pero está claro que su valor sentimental es muy superior.

Las tradiciones del sur supieron abrirse camino en el Nuevo Mundo con tanta o más pericia que los primeros exploradores. Es el caso de la Semana Santa, que anidó en Hispanoamérica y especialmente en la actual Colombia a imagen y semejanza hispalense. Hay un Cristo del Cachorro, réplica del que gobierna la trianera calle Castilla, en las procesiones de Popayán, declaradas nada menos que Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad hace diez años en esta ciudad que no en vano es conocida como la Sevilla Suramericana.

En el mismo país, aunque con unos desfiles procesionales más modestos, quien vaya en busca del Paraíso se encontrará con Sevilla en pleno corazón del Valle del Cauca, donde la ruta cafetera hace un alto para compartir la alegre locura de una población que supo plantar cara con determinación, con ganas de vivir y con cultura a las peores vicisitudes sufridas por el país.

Quien lo haga en agosto se encontrará, junto al resto de alicientes, el afamado Festival Bandola, donde los sevillanos hacen de la música un homenaje a la diversidad y a sus propias entrañas campesinas, mezclando el tango y el reggae, la cumbia y el joropo en una fiesta sin fin, donde se brinda por la Luna en el llamado Cantorío de Mujeres y cuyo Carnaval de Abrazos no deja a nadie en riesgo de soledad. Y todo ello, oliendo a café. El famoso café de Sevilla.

Para lo grande que es el mundo, se puede decir que a no mucha distancia de allí, apenas 730 kilómetros mal contados, se encuentra la finca bananera llamada ‘Macondo’, de donde Gabriel García Márquez obtuvo el nombre del pueblo cuyo solo nombre vale por media historia de la literatura: el que fundó José Arcadio Buendía en una de las mejores fantasías que ha parido este planeta: ‘Cien años de soledad’. En las primeras líneas del libro se habla de aquel río “de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”. Puede que no sean muchos los andaluces que sepan que aquella lustrosa corriente también tiene nombre en el plano real, porque atraviesa la citada finca bananera. Es el río Sevilla.

En las inmensidades del firmamento. En el fondo del mar. Entre las divisas del mundo. En todos los continentes, ya sean poblaciones, playas, bahías, cuevas o cualquier otro paraje. Los nombres de los pueblos, los barrios y las ciudades de Andalucía se encuentran en Sudán, Marruecos, Guinea Ecuatorial, Filipinas, Australia, Wisconsin, Nebraska, California, Indiana, Misisipi, Minnesota, México, Cuba, República Dominicana, Jamaica, Panamá, Francia... Quizá sea el momento, como señaló el presidente Juanma Moreno en su artículo publicado el pasado mes de septiembre en ‘El Mundo’, de empezar a descubrir “esa apasionante y sorprendente huella andaluza que se extiende por todo el planeta, sus orígenes y su diversidad”.