Opinión

La muralla romana de Lugo, patrimonio de la Humanidad

La muralla romana de Lugo, patrimonio de la Humanidad

Lucus Augusti es, por antonomasia, la ciudad romana de Galicia. La muralla de la urbs de Lugo representa, desde luego, uno de los más innegables monumentos legados por el Imperio Romano. Singular en su carácter debido a estar conservada en casi toda su extensión; además, se halla intrínsecamente vinculada a la ciudad, condicionando a la vez su evolución urbanística. Fundada por el legado de Augusto, Paulo Fabio Máximo, en el año 15 antes de Cristo –tras haberse pacificado el Noroeste–, Lugo se transforma en la capital de la Gallaecia septentrional: el Conventus Iuridicus Lucensis, dicho sea en la ‘jerga’ administrativa de Roma. Goza, desde sus inicios, de las ventajas de la civilización: los baños públicos termales a las orillas del río Miño, los cuales están activos escasos años después de la fundación de la ciudad, al tiempo que muchas casas urbanas –agrupadas en ‘manzanas’– se decoran ya con pinturas, ya con bellos mosaicos.
Durante el siglo III, a causa de la inestabilidad y los constantes conflictos, se decide fortificar la urbs. Al adaptarse a la topografía del terreno, la poderosa muralla origina un nuevo espacio urbano. Un sector, eso sí, se abandona: aquel que se extendía hacia el Sur, las actuales calles de Recatelo, Ribadeo, Rodríguez y Mourelo. Y nuevos ámbitos se abarcan, explicándose así la paradoja de que en la Plaza de Ferrol –intramuros– se descubriera un cementerio de tumbas de incineración. Lo cual es impensable para la costumbre romana, que distinguía entre el espacio de los vivos y de los muertos. De modo que la nueva ciudad establece sus cementerios, en los que predomina ya el rito de la inhumación, en el exterior, en los alrededores de la Puerta de San Pedro. Reflejo de la ‘memoria’ de este lugar, se perpetúa en un pequeño Museo erigido en el jardín de San Roque, a fin de proteger una “piscina” ritual, un horno cerámico así como varias sepulturas.
A lo largo de los siglos, Lugo jamás dejó de ser romano, pues las infraestructuras que le otorgan su identidad continuaron en uso. El acueducto, por ejemplo – reformado por el obispo Izquierdo en el siglo XVIII–, les proporcionaba agua a los lucenses durante el pasado siglo. Las termas, construidas durante los primeros años de nuestra Era, prosiguieron siendo baños públicos hasta fechas recientes, y hoy mismo están tuteladas por un moderno balneario. El subsuelo urbano está perforado por enormes alcantarillados, que son susceptibles de ser recorridos sin excesivas dificultades, y que canalizan las aguas residuales en dirección al deleitoso río, Padre Miño.
He aquí esta defensiva muralla romana, que fue levantada entre los años 265 y 310 de nuestra Era. Mide 2.157 metros de longitud y el adarve presenta una anchura que oscila entre los 4,5 y los 7 metros. La altura bascula entre los 8 y los 12 metros. En el momento presente conserva un total de 82 torres, recordando las 85 o bien 86 del inicio, si bien no todas son originales ni tampoco pertenecen a idéntica época. Hemos de señalar que lo más genuinamente romano de la muralla reside en su interior al igual que en su trazado, tan sólo modificado en el denominado “reducto Cristina”. Como es natural, el uso, sin solución de continuidad, de la muralla durante tantos siglos, hizo necesarias numerosas reformas y reconstrucciones. De ellas, las más señeras, las últimas, que tuvieron lugar en la década de 1970.