Opinión

Alberto Vacarezza, Enrique Delfino y ‘La copa del olvido’

Alberto Vacarezza, Enrique Delfino y ‘La copa del olvido’

“El 19 de octubre de 1921 se estrenó en el Teatro Nacional, de la calle Corrientes, el sainete Cuando un pobre se divierte, de Alberto Vacarezza (1888-1959), en dos cuadros; el segundo, un ‘cabaret’, con la animación bailable de la orquesta de Enrique Delfino y la presentación del tango La copa del olvido, música del director de la orquesta y letra del sainetero”, nos refresca la memoria el inefable poeta tanguero y didáctico ensayista Francisco García Jiménez en su inmarcesible obra Así nacieron los tangos, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1980.
Digamos, pues, que el sainete Cuando un pobre se divierte subió a la escena merced a una compañía reclutada por Pascual Carcavallo y dirigida por el hábil hombre de teatro Atilio Supparo. ¿Quiénes desempeñaron los papeles principales? Manolita Poli, Antonia Volpe, Gregorio Ciccarelli, Marcelo Ruggero, Paquito Busto y Carlos Morales. Ellos, gracias a sus dotes cómicas y a la simpatía con que les obsequiaba el público, sostenían este género de libretos a veces atrabiliarios, de línea circense, hasta transformarlos en auténticos éxitos de “temporada”. “A razón de tres representaciones diarias (secciones ‘vermouth’ y primera y tercera de la noche), elevaban a tres o cuatro centenares el número de sus representaciones”, señala el inolvidable García Jiménez.
Conviene decir que José Ciccarelli –hermano del ‘gracioso’ Gregorio–, quien era un mediano actor del conjunto, pero que cantaba con buena voz y entonación, fue designado para el personaje ocasional que en el sainete interpretaba La copa del olvido.
El personaje –en cierta manera antecedente del estilo de Luigi Pirandello– era, en efecto, sólo “ocasional”. De lo que se trataba, no obstante, era de intercalar el “anzuelo” del llamado “tango-canción”. En determinado instante del cuadro de ‘cabaret’ tenía lugar un ‘vacío’ en la acción. Entonces José Ciccarelli, que estaba bebiendo, sentado en una mesa, se levantaba con una copa en alto y su ‘drama’ a cuestas, para solicitar refugio a su dolor y, asimismo, consejo a sus graves dudas lastimeras: “¡Mozo!, traiga otra copa,/ y sírvase de algo el que quiera tomar,/ que ando muy solo y estoy muy triste/ desde que supe la cruel verdad…”.
Y en la taquilla el consabido cartelito: “No hay más localidades”. ¿El héroe lírico-dramático? Naturalmente, José Ciccarelli. Vacarezza, según la opinión de Francisco García Jiménez, era “desmañado” por el sinnúmero de producciones, de modo que, entre la letrilla de marras, se “colaron” un par de resaltantes “gazapos”. Recordemos: “¡Mozo!, traiga otra copa,/ que anoche juntos los vi a los dos;/ quise vengarme, matarla quise,/ pero un impulso me serenó./ Salí a la calle desconcertado,/ sin saber cómo hasta aquí llegué,/ a preguntarle a los hombres sabios,/ a preguntarles: ¿qué debo hacer?...”.
Los ‘pescatores’ ironizantes le interrogaban acerca de qué clase de “impulso” se trataba, que era capaz de generar “serenidad”. ¡Ah! Y también de qué calibre era esa “sabiduría” de los parroquianos de ‘cabarets’. Enrique Delfino nos ha recordado su fama, tan extendida en España. Él mismo guardó reseñas periodísticas del tango en ABC de Madrid y en La Noche de Barcelona. “Nadie pudo escapar –escribe García Jiménez– a la epidemia sonorizante de La copa del olvido”.