Opinión

Viejos y nuevos fanatismos

Si enciendes el televisor, verás redonda la pantalla, circulares las caras de los comunicadores, en repetida curva todas las palabras… Fuera del balón, de la pelota de fútbol, no hay otras esferas de interés; noticias significativas caen y dan bote en la redondela nebulosa de la tontería…Ayer jugué una combinación de números de lotería que sigo desde hace dos años.
Viejos y nuevos fanatismos
Si enciendes el televisor, verás redonda la pantalla, circulares las caras de los comunicadores, en repetida curva todas las palabras… Fuera del balón, de la pelota de fútbol, no hay otras esferas de interés; noticias significativas caen y dan bote en la redondela nebulosa de la tontería…
Ayer jugué una combinación de números de lotería que sigo desde hace dos años. El dependiente estaba absorto en el partido que iba ganando Argentina por goleada. Me atendió sin despegar la vista de la caja azulada, como si fuera a perderse el minuto más trascendental de su vida. Cuando extendía el comprobante con las monedas de cambio, me preguntó qué equipo me gustaba para campeón. Le dije que Argentina, por su buen juego, y después, Brasil... Un tipo que esperaba por la compra de cartones clavó en mí ojos de águila enfurecida y me dijo: –“Y Chile, ah… acaso usted no es chileno…”. Le miré sorprendido, respondiéndole “y qué tiene que ver la chilenidad con la pelota, la nación con el fanatismo de los hinchas…”. El fulano abandonó el local, mascullando improperios, entre los que escuché “antipatriota”. También resulta que es redonda la patria, como gran gónada gregaria.
Murió José Saramago, uno de los grandes de la literatura; también el cronista mexicano, de mucho mérito, Monsiváis, aunque el portugués acaparó los titulares y textos que escaparon al barullo del mundial de Sudáfrica. Un dilecto poeta argentino me envió el comentario sobre la flagrante omisión del diario cubano Granma respecto a la muerte de Saramago, quien, como comunista libertario y algo ácrata, no era bien querido por el oficialismo de Castro y sus adláteres. Reenvié el artículo a mis ‘lectores cautivos’, que tengo bajo el subtítulo cibernético de ‘Amigos’. Uno de ellos me respondió, molesto, instándome a no sumarme a los “ataques a Cuba”. Le respondí lo que he asumido desde que escribo, lo que espero no traicionar jamás: ser testigo insobornable de mi tiempo, como lo preconizara Albert Camus. Vale como norma para el modesto espacio en que se mueve mi escritura, entendiendo que siempre habrá feligreses que sientan atacadas sus iglesias.
(ACLARACIÓN INTERPÓSITA: Mi buen amigo Carlos Penelas me indica recién que Granma, el órgano oficial de Cuba, sí dio amplia difusión a la noticia de la muerte de Saramago, aunque algo desfasada… Pero lo medular no cambia, en cuanto a las actitudes del gobierno cubano frente a los intelectuales “disidentes”, asunto inaceptable.)
El ‘pasamento’ de Saramago no dejó indiferentes a los escribas del Vaticano, que hace tiempo le tienen inscrito en el Índice, esa ominosa lista de grandes autores y de muchos buenos libros, porque los inquisidores, sean tonsurados o rojos –“realismo socialista”– poco han sabido y saben de estética literaria y menos sobre la libertad del artista.
‘En un artículo firmado por Claudio Toscani titulado La omnipotencia (relativa) del narrador, subraya la “ideología antirreligiosa” de Saramago, a quien define como “un hombre y un intelectual de ninguna capacidad metafísica, (y que vivió) agarrado hasta el final a su pertinaz fe en el materialismo histórico, alias marxismo”. Para añadir: “Se declaraba insomne por las cruzadas, o por la inquisición, olvidando el recuerdo de los gulags, de las purgas, de los genocidios, de los samizdat (panfletos de la Rusia soviética) culturales y religiosos”. En resumen, escriben, se distinguió por “la banalización de lo sagrado” y “un materialismo libertario” radicalizado con los años’. (1)
La opinión de la curia periodística carece de toda objetividad, porque se alimenta de los rescoldos de un viejo fanatismo, que nada tiene de “sagrado”. Saramago no fue un escritor que callara ante ningún genocidio; fue un intelectual libertario, enemigo de las manipulaciones ideológicas, fuesen o no infligidas por sacerdotes o militantes. Esto le enemistó con cúpulas de poder, como la que hoy impera en Cuba; de ahí que Granma quisiera preterirlo a la hora del homenaje póstumo. La irreligiosidad del portugués iba dirigida, no contra la espiritualidad religiosa, sino contra viejos poderes terrenales que han usado –y siguen empleando– la religión como mero instrumento para anestesiar la conciencia de las grandes mayorías, en beneficio de los poderosos de la tierra.
El escritor Carlos Fuentes nos recuerda que “José Saramago nunca escribió un mal libro. Toda su obra mantiene un altísimo nivel, una gran calidad. Fuimos amigos personales aunque a veces diferimos políticamente. Pero una prueba de la amistad es saber estar en desacuerdo y mantener una gran amistad. Saramago tenía un carácter fuerte, sabía enojarse con justa causa. Dio batallas políticas importantes en México y en el mundo. Pero al fin y al cabo, lo que sobrevive de un escritor no es su ideología sino su literatura”.
Discrepo con el novelista mexicano. Creo que hay libros mediocres también en Saramago, como ‘La balsa de piedra’ y como ‘El Evangelio según Jesucristo’, obras en las que –a mi modesto juicio– la intencionalidad supera el valor estético y el lenguaje se torna manido, a la vez que los personajes y situaciones resultan, estéticamente hablando, poco verosímiles. Sin embargo, los textos menores también sirven para refrendar la grandeza de un creador, como antes les ocurriera a Cervantes, a Shakespeare o a Dostoievski, si me permiten.
Concuerdo en que el escritor vale por su literatura y no por las ideas o causas políticas o religiosas que sustente. Esto es tan válido en Saramago como en Borges; en Verlaine como en Claudel. Sólo los escritores mediocres necesitan instituciones que consagren y avalen sus libros.
Mientras escribo estas líneas, la selección chilena de fútbol marca el gol de la victoria contra los suizos. Se desata indescriptible algarabía en las calles de Santiago del Nuevo Extremo… Estamos a punto de clasificarnos para la segunda ronda. A los bocinazos seguirán los asados y los brindis; después, los desbordes callejeros bajo el flamear de las banderas… Olvidaremos la crisis, el alza de pasajes en la locomoción colectiva, el desastre educacional; también a los damnificados del terremoto…
Es verdad. El fútbol es ahora el auténtico “opio del pueblo”. Lástima que José Saramago no lo haya intuido a tiempo.

(1) Diario ‘El País’, junio 21, 2010