Opinión

En esto creo

Se nos fue Carlos Fuentes, a quien tanto queríamos. Nos dijo adiós a los 83 años. Unos días antes había dicho: “Mi sistema de juventud es trabajar mucho, tener siempre un proyecto pendiente. Ahora he terminado un libro, ‘Federico en su balcón’, pero ya tengo uno nuevo, ‘El baile del centenario’, que empiezo a escribir el lunes en México”.

Se nos fue Carlos Fuentes, a quien tanto queríamos. Nos dijo adiós a los 83 años. Unos días antes había dicho: “Mi sistema de juventud es trabajar mucho, tener siempre un proyecto pendiente. Ahora he terminado un libro, ‘Federico en su balcón’, pero ya tengo uno nuevo, ‘El baile del centenario’, que empiezo a escribir el lunes en México”.
La Parca lo llamó antes, como lo hará con cada uno de nosotros. Morir es la única verdad que existe en nuestra pitanza humana. Y es justo, uno debe descansar, la vida lastima mucho.
Del escritor uno recuerda sus tiempos placenteros. De sus muchos libros, nos quedamos con el titulado ‘En esto creo’, un recorrido por cada uno los vericuetos que le han ido dejando a lo largo de su existencia, como el poso de un buen vino grato.
Emprende el dilatado viaje por la A, con la sola intención de apuntalarse en la palabra base de la condición humana; Amistad. Tras un largo recorrido por los aposentos del alfabeto, finaliza en la vigésima séptima letra, que no es otra que la Z de Zurich, la ciudad suiza que en cierta forma le forjó en el conocimiento positivista sin volverlo jamás, como él dice, reloj de cucú, pero sí le ayudó a comprender las convulsiones atormentadas de Calvino, y entender la pasión de su admirado Thomas Mann hacia el deseo de un cuerpo joven, por encima del espíritu encendido e intelectual.
La escena patética sucedió una noche frente al lago Leman, convertido por unos instantes en la playa Lido de ‘Muerte en Venecia’, cuando el demacrado profesor Aachenbach, corriéndole el tinte del pelo sobre el rostro, observa con inflamada exaltación la última visión del afrodisíaco joven Tadzio.
En mitad de ese recorrido por el alfabeto interior del autor, me paré, casualmente, en la letra R, y allí estaba la voz Revolución, una expresión y un contenido social muy alejado de mis propias afinidades humanas, pues me asusta la pólvora y siento horror por esos bruscos cambios dolientes de los que han querido voltear el mundo, y siempre han dejado un interminable reguero de sangre.
Ya siendo todo esencia pasada del recuerdo, uno, en el campo misterioso que permite la muerte, le pregunta a Fuentes de qué se trata su último libro que va a comenzar ahora –que jamás empezará–, y él desde el espacio inmenso de la inmortalidad, nos dice que Nietzsche aparece resucitado en un balcón a las cinco de la mañana.
Por ese extraño mal del destino, hoy he pensado en la vereda de Chacaíto, donde tantas veces creé fantasmas y sentí y miedo y pavor.