Opinión

O decreto

No podemos esperar que los gobiernos atiendan los intereses de reparto justo de la riqueza porque este sistema político que sufrimos les anima a servir fielmente a los que ganan mucho, aunque sean muy pocos. En otros aspectos tampoco se puede esperar una Administración más justa porque en lugar de atender a lo que es justo estos políticos atienden a lo que suena más equilibrado para la opinión pública, aunque sea un disparate.
No podemos esperar que los gobiernos atiendan los intereses de reparto justo de la riqueza porque este sistema político que sufrimos les anima a servir fielmente a los que ganan mucho, aunque sean muy pocos. En otros aspectos tampoco se puede esperar una Administración más justa porque en lugar de atender a lo que es justo estos políticos atienden a lo que suena más equilibrado para la opinión pública, aunque sea un disparate. Es esa búsqueda del llamado centro político del voto en la que tanto insisten los asesores sin ideología. El político no toma la iniciativa con sus ideas para cambiar el mundo, que es para lo que deberíamos meternos en política, sino que intuye cuál es la iniciativa de la mayoría de la gente para inventarse unas ideas pensando que en el punto medio está la mayoría. Eso le sucede a la Xunta con el maltrato que está dando a nuestro idioma gallego, despreciado institucionalmente como nunca había sucedido desde los tiempos de la Dictadura en que este idioma era clandestino en el espacio público y de perdedores en el espacio privado. Puesto que ha salido a la calle una organización que pretende, con mentiras, convertir al gallego en una lengua de segunda en la propia Galicia, el presidente Feijóo ha buscado un término medio entre estos ultraespañolistas y las personas normales de este país, creando un disparatado decreto lingüístico que refleja una Galicia irreal. Si un día surgiera una asociación que afirmase que los perros tienen ocho patas, Feijóo firmaría un decreto pretendiendo convencernos de que en realidad tienen seis.