Opinión

Los Busto

Escribí hace tiempo, y lo recuerdo siempre, que uno de los seres bellos, generosos y espléndidos fue el Dr. Ricardo Busto.  Abogado de la familia Penelas (mi padre se encargó, de manera tempestuosa e inconsulta, que así fuera). Eso originó al principio enojos, enconos, discusiones. Sobre todo por parte de mi querida hermana Raquel, que lo increpó al conocerlo. Temía que algo malo podría hacer en contra de mí.
Escribí hace tiempo, y lo recuerdo siempre, que uno de los seres bellos, generosos y espléndidos fue el Dr. Ricardo Busto.  Abogado de la familia Penelas (mi padre se encargó, de manera tempestuosa e inconsulta, que así fuera). Eso originó al principio enojos, enconos, discusiones. Sobre todo por parte de mi querida hermana Raquel, que lo increpó al conocerlo. Temía que algo malo podría hacer en contra de mí. Se trataba de una sucesión, una herencia y el reparto de bienes. Nada serio, pero ustedes se imaginarán. Las conductas humanas son difíciles. Y cuando hay nueras, imposibles de llevar. Lo cierto es que con el tiempo –gracias a su serenidad, su señorío, su elegancia, su talento, su cultura– nos hizo amarlo. Al menos a algunos de la familia. Otros, como siempre ocurre, mueren como nacen. Junto a él una mujer encantadora: la escribana Carmen Lage. Inteligente, vivaz, de una simpatía única. Don Ricardo falleció hace años pero continuamos –Rocío y yo– manteniendo amistad (y asesoramiento legal) de ella y de su hijo. Seres ejemplares, reitero. Honestos, discretos, llanos, trasparentes. Puedo escribir muchas anécdotas e historias de Ricardo y de Carmen, del gusto por la poesía y la pintura, del conocimiento que ambos tenían de la ópera y de la música clásica, del refinamiento cotidiano, de su visión sobre la libertad, de la amistad con Enrique Molina, el gran poeta argentino. Preferí que Carmen me escribiera unas líneas, que ella recordara algo de estos descendientes de don Gumersindo Busto, un hombre inolvidable para todo buen gallego. Seres, que como ellos, ya no hay más.

“Bomba de avión o cañón de mar”, gritó el peluquero.
La peluquería estaba a trescientos metros de Plaza de Mayo y era el 16 de junio de 1955. Don Ricardo Busto esperaba que le completaran el corte de su bigote cuando escuchó el estruendo y seguramente no le creyó al peluquero que seguía gritando: “¡Bomba de avión o cañón de mar!”. “A ver si me terminás el corte, que tengo mucho que hacer”, señaló don Ricardo.
En el sexto piso de ese edificio, donde estaba la peluquería, Diagonal Norte 628 de esta ciudad de Buenos Aires, se hallaba la escribanía, adonde don Ricardo, esperaba completar la tarde. No obstante el bombardeo el peluquero terminó con premura su trabajo y le explicó a Busto, que él conocía bien esos sonidos, había estado en la Guerra Civil Española.
Naturalmente, tanto el peluquero como su cliente hicieron mutis por el foro, rápidamente.
Don Ricardo con sus hermanos Julio, Héctor y Horacio compartían la Notaría donde funcionaba el Registro 125 que había pertenecido a su padre, don Gumersindo Busto.
Julio César Busto, el titular del Registro, era famoso por su mal genio y su fobia al peronismo. En aquellos tiempos, recibir una carta, donde se le indicaba que tenía que poner en lugar visible, en la escribanía, los retratos del “excelentísimo señor Presidente de la Nación don Juan Domingo Perón y su dignísima esposa doña María Eva Duarte de Perón”, era algo más que una sugerencia.
Nunca ví ese color violeta en la cara de nadie, hasta que don Julio leyó esa carta.
“¡Antes me matan!”, gritó. Y lo vi correr hacia el retrato de nuestro General San Martín, que estaba colgado en la Escribanía, desde hacía añares y retrato en mano, fuera de sí, fue a arrojar el inocente retrato por el pozo de aire. El insólito objeto cayó desde el sexto piso con un estruendo infernal.
Confieso que nunca pude entender, porqué San Martín fue el chivo expiatorio de semejante furia.
Quiero aclarar que la famosa carta, era apócrifa y que el autor intelectual de la carta usaba bigote y era un notario respetable.
Los hijos de don Gumersindo, eran ocho; Alfredo que enfiló hacia las calientes tierras de la provincia de San Juan, era empleado público y tuvo dos hijos. Julio César que como dije era notario y estaba aquí en la Capital en la misma Escribanía que Ricardo Busto. Héctor Busto, abogado, tuvo una hija, compartía el mismo estudio, que por cierto era muy grande como para albergar a tanta gente. Jorge Manuel Busto, promotor de seguros, vivía en esta ciudad, tuvo tres hijos. Bernardo Busto, también vecino de la Capital, era maestro mayor de obra, tuvo dos hijas. Horacio Busto, empleado en el estudio de Diagonal Norte, tuvo tres hijos; Santiago Oscar Busto, era Inspector de Tierras y se fue al Bolsón (unos 200 km al sur de Bariloche) tuvo dos hijos y Ricardo que era el menor de los ocho.
Todos fallecieron, ninguno hablaba gallego y apuesto que no lo entendían.

Con el correr de los años Ricardo ya titular del Registro 520 de esta ciudad, mudó su escribanía a la calle Esmeralda, donde se encuentra en la actualidad. Sí, la rúa Esmeralda, la misma donde el andalucísimo Federico ubicó ‘o seu Neno da Tenda’ uno de los seis poemas que escribió en idioma gallego.