El artista gallego-argentino fue una figura relevante del grabado en el siglo XX

Difundir la obra de Albino Fernández y convertir su casa en un museo, un reto para sus dos hijas

El Museo do Gravado de Ribeira recibió el pasado año una pequeña muestra de la ingente obra del artista gallego-argentino Albino Fernández –figura relevante del grabado durante el siglo XX en Argentina–, al cumplirse el centenario de su nacimiento. Las más de 60 xilografías que viajaron de Buenos Aires a Galicia con motivo de la efeméride se puede contemplar ahora y hasta el 11 de septiembre en el Museo do Mar de Galicia, en Vigo como parte del trabajo de difusión que su familia realiza sobre la obra del prolífico autor, amigo de exiliados como Luis Seoane o Arturo Cuadrado.
Difundir la obra de Albino Fernández y convertir su casa en un museo, un reto para sus dos hijas
Familia Albino14
Albino, con su segunda esposa Inés, sus tres hijos y la tía Aurora.

Argentina disfrutó otrora del genio creativo de intelectuales gallegos emigrados o exiliados que supieron hacer de ese vasto país su refugio y a los que, como figuras sobresalientes que son, se les rinde tributo cada vez que se presenta la ocasión. Otros, pese a disponer también de una importante y extensa obra, fueron menos conocidos entonces y también ahora, quizá debido a un planteamiento personal más volcado en difundir el trabajo ajeno que el propio.

Albino Fernández (La Habana, 1921-Buenos Aires, 2014), grabador, pintor y editor, y uno de los personajes más creativos de la colectividad gallega en Argentina, responde a este perfil, según apuntan sus hijas, Mariana y Marina, quienes, con motivo del centenario de su nacimiento, llevan un tiempo en Galicia promocionando sus xilografías, primero en el Museo do Gravado de Ribeira, y, desde el pasado día 14, en el Museo del Mar de Galicia, en Vigo.

Conocido sobre todo en los años 60 y 70 en el círculo de los “artistas plásticos” del momento y por “los más académicos” –fue amigo de Luis Seoane, de quien editó el manuscrito ‘Cierro los ojos y veo’, y de Arturo Cuadrado–, no gozó del mismo crédito “a nivel popular”, porque, si bien “se han hecho exposiciones” de sus trabajos, estas no han sido tantas, ocupado como estaba en propagar el trabajo de los demás, mientras descuidaba hacer lo propio con el suyo. 

Con una mentalidad poco o nada mercantilista del arte –la misma que caracterizó al Club de la Estampa, del que fue el ‘alma mater’– “donó obras a un montón de lugares, pero vender, no, nunca lo hizo”, asegura Marina. Y ello se debe a que Albino “siempre fue muy reactivo”, y cuando conseguía hacer una exposición tasaba sus cuadros con “cantidades elevadísimas, porque no los quería vender”. Y es que sus trabajos “eran sus hijos”, apostilla Mariana.

La buena sintonía con el historiador y crítico gallego de arte Carlos L. Bernárdez y con el director del Museo do Gravado de Ribeira, Xoan Pastor, a quienes agradecen su disponibilidad y colaboración, hizo posible que más de 60 xilografías que se cuentan entre los miles de trabajos que se guardan en su casa de la Columna 6, en el barrio bonaerense de Caballito, se muestren, durante un tiempo, en Galicia y puedan difundirse por otros lugares de España. Eso sí, después “tendrá que volver toda la obra” completa, porque las láminas “vinieron por Cancillería y no se puede vender nada”.

La iniciativa es parte de esa labor de promoción que Mariana y Marina, junto con su hermano, Lino, están llevando a cabo para cumplir con el plan que se han marcado: difundir la obra de su padre y que se acondicione su casa como museo, porque en ese espacio se guardan infinidad de trabajos del autor –“Contamos más de mil óleos y grabados”, dicen–, pero también de otros artistas con los que se intercambiaba obras –entre las que citan esculturas de Héctor Nieto– y láminas que llenan “cajones y cajones”.

“El gusto de Albino era que se mantuviera esa casa como museo” y si esa labor de difusión y recuperación “no la hacemos nosotros, no la hace nadie”, reconocen. Cuentan que crearon una asociación civil con la idea de que la casa quedara como museo, pero “burocráticamente topamos con muchas paredes”, aseguran.

De lo que habría que ocuparse, entienden, es “de arreglar la casa, hacer un catálogo bien informado, exhaustivo, digitalizar un archivo”, y eso, consideran, “tiene que hacerlo un experto”. El problema es que no parece que surjan muchos interesados en Argentina.

No sucede lo mismo en Galicia, donde la familia de Albino percibe “una bienvenida” y una “acogida” entre tanta gente, y “gente importante”, que les hace soñar. Hasta el punto que se plantean, aunque sea con la boca chica, “traer todo” el trabajo a Galicia, porque “aquí la gente que sabe de arte, lo reconoce y leyó sobre él”.

Para ellas, no deja de ser “una desilusión” que su padre, que estuvo ligado a personas relevantes del mundo del arte como Héctor Nieto, Lino Spilimbergo, Antonio Berni, Luis Seoane o Arturo Cuadrado, entre otros, tenga más reconocimiento aquí [en Galicia] que allá”, donde todavía “quedan algunos de sus alumnos”. Pero “la nueva generación, no lo conoce”, comentan, con pesar.

Albino, cuenta Marina, era hijo de “los típicos emigrantes de la época”, ambos de la zona de Chantada (Lugo), que salieron de Galicia hacia América en busca de mejores condiciones de vida. Después de un tiempo en Cuba, donde nació el artista, retornaron a Galicia y, de nuevo, emprendieron un viaje transatlántico, esta vez con rumbo a Buenos Aires, dejando a sus tres hijos en la aldea de San Pedro de Viana, al cuidado de la abuela paterna, Mariana –nombre que Albino eligió también para la mayor de sus hijas– y de la tía Aurora, lo que creó en él “un vínculo muy fuerte con la gente de acá” y, aunque no llegó nunca a retornar, sí visitó España en tres ocasiones.

Cuando lo reclamaron, junto a sus hermanos, no conocía otro idioma que el gallego y llegó a Buenos Aires hablando la única lengua en que podían expresarse, lo que le influyó en el ámbito académico, aunque no lo bastante para impedirle desarrollar su vocación.

Hombre “trabajador”, “decidido”, “focalizado”, “muy generoso y solidario”, como lo definen sus hijas, estaba compremetido con las ideas de izquierda, pero después de la etapa de la juventud, en que pasó por una época de militancia, se desencantó “de políticos y políticas” y se centró en el arte, tanto que, sobre todo, al final de su existencia, se hizo “muy casero”.

La vida de Albino estuvo marcada por la creatividad artística desde muy pronto –cuentan que llegó de una excursión del colegio al Museo de Bellas Artes convencido de que quería ser artista plástico– y también por el infortunio.

Todavía joven, se tuvo que enfrentar a la muerte de su padre y colaborar al sostenimiento familiar. Una vez casado, con 33 años, la fatalidad vuelve a llamar a su puerta, con el fallecimiento de su esposa, con la que tuvo dos hijas. Tres años tan solo duró el matrimonio de Sara –también vinculada al mundo del arte– y Albino, que se volvió a casar en segundas nupcias con Inés y tuvo un hijo, Lino, quien se dedica al diseño gráfico.

Galicia es un referente para los tres hijos de Albino Fernández, que han elegido profesiones muy alejadas de la de su padre. Y es que el artista “era muy exigente” y “siempre tenía algo para corregirte en vez de dejarte desplegar y probar y equivocarte”, reprocha Marina, quien se dedicó a la música.

Al contrario que su padre, que nunca se planteó el retorno, porque “estaba muy apegado a la mama”, los tres sueñan con establecerse en la comunidad autónoma, porque “aquí la gente es más tranquila”, apunta Marina. 

Mariana, investigadora científica hasta que se jubiló, es una asidua. La visita cada año, fuera de pandemia, y se acerca a la aldea de la abuela por parte de padre, Trazar do Carballo, también en Chantada, donde, siendo niña, pasó un tiempo de estancia junto a su hermana, mientras Albino exponía en Madrid. De aquellos años vividos con su padre les ha quedado el regusto por Galicia y una idea: que se difunda su obra. “Eso nos tocó a nosotras y poco a poco vamos logrando que se lo vuelva a reconocer”, concluyen.