El Estado de Pará fue uno de los principales destinos de la emigración gallega a Brasil

El Centro Galaico Belem Pará, una institución creada al amparo de la explotación del caucho

El Centro Galaico Belem Pará, antigua institución gallega en el Brasil, se extinguió en silencio. Ni las autoridades de la Xunta de Galicia, ni los viejos asociados tuvieron noticias de que aquella histórica asociación había desaparecido, de muerte natural. Se había fundado en Belem, en el Estado de Pará, el 16 de mayo de 1907. Las zonas de Pará en el Amazonas fueron uno de tantos destinos de la emigración gallega.
El Centro Galaico Belem Pará, una institución creada al amparo de la explotación del caucho
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Grupo de socios del ‘Centro Galaico’ que mandó hacer el estandarte junto al que posan.

El Centro Galaico Belem Pará, antigua institución gallega en el Brasil, se extinguió en silencio. Ni las autoridades de la Xunta de Galicia, ni los viejos asociados tuvieron noticias de que aquella histórica asociación había desaparecido, de muerte natural. Se había fundado en Belem, en el Estado de Pará, el 16 de mayo de 1907. Las zonas de Pará en el Amazonas fueron uno de tantos destinos de la emigración gallega. Nuestros emigrantes llegaban fascinados por la riqueza que generaba el caucho. La prosperidad que produjo la explotación del caucho fue rápida y efímera. Brasil era y es la poseedora de la mayor reserva mundial de siringueiras nativas, árbol del cual se extrae el látex.

A partir de 1890, con el comienzo de la producción automotor y el uso industrial del caucho, la explotación de este producto tomó un gran impulso. En el año 1890 llega a 7.000 toneladas; en 1897 se elevará a 17.000; en la década 1901-1910 alcanzó a 34.500; en 1922 llega a su máximo con 42.000 toneladas. Posteriormente vio la gran crisis. Los ingleses se apropian de las semillas de siringueira y comienzan su plantación intensiva en Oriente. 

La explotación del caucho trajo crecimiento y prosperidad arrolladora en la región amazónica. La población creció allí de 337.000 habitantes en 1872 a 1.1000.000 en el 1906. Fue una verdadera ‘fiebre del caucho’. 

En plena Amazonia se irguió la moderna ciudad de Manaos, a 1.500 kilómetros del Océano Atlántico, que disfrutó de una prosperidad inmensa. Se construyeron elegantes y modernos edificios de gran lujo: el Teatro de la Opera, la Aduana, la Casa del Gobierno, la Biblioteca pública, además del fastuoso Hotel de Manaos, el Aquarium y el Jardín Zoológico. 

A Manaos llegaron por aquella época los más destacados artistas del momento, contratados por aventureros enriquecidos, en esos años de bonanza. 

La ruina vendría en pocos años, con un proceso de despoblación general. Los aventureros se irán en la búsqueda de nuevos horizontes. 

En el Estado de Pará, limítrofe con Manaos, según la historiadora Elda González, en 1884, había una colonia que estaba conformada por 600 personas, la mayor parte procedentes de Galicia. Ocupándose mayoritariamente en la hostelería, la refinación del azúcar, almacenes de comestibles, aserraderos de madera, etc. En 1912 los emigrantes gallegos eran aproximadamente 3.000, la mayoría de ellos de la provincia de Ourense. 

Algunos de los gallegos que llegaron a Belem-Pará atraídos por ‘La Fiebre del Caucho’ fueron, entre otros, José Benito Barcia Boente, quien, después de una temporada, decide seguir río arriba hasta instalarse en Iquitos (Perú). En aquel país se convierte en ‘El Rey del Caucho’. El mismo camino siguió Cesáreo Mosquera, quien, después de tener una peluquería, se traslada a Iquitos, donde pone una librería llamada ‘Amigos de él País’. 

Quizás el más simpático de los personajes que pasaron por aquella zona fuera Alfonso Graña, el cual, después de una corta temporada en Belenm, se traslada a la selva peruana, convirtiéndose en ‘Alfonso I Rey da Amazonia’. Graña, seguramente el más aventurero de todos nuestros compatriotas, llegó a tener bajo su mando a miles de indígenas de la región amazónica. 

En aquella zona tan inhóspita fueron los gallegos mayoritariamente los que trabajaron en la construcción de la línea férrea Madeira-Mamoré, dejando sus vidas centenares de nuestros compatriotas. El Madeira-Mamoré fue un ferrocarril construido entre 1907 y 1912 que unía las ciudades de Porto Velho y Guajará-Mirim, en el estado de Rondonia. También conocido como el ferrocarril del diablo (Ferrovía do Diablo en portugués), debido a las miles de muertes ocurridas durante su construcción, el último trecho de la vía fue inaugurado el 30 de abril de 1912. Tal ocasión registra la llegada del primer tren a la ciudad de Guajará-Mirim, ciudad fundada en esa misma fecha. El ferrocarril fue iniciado por el mega empresario estadounidense Percival Farguhar y tenía como propósito principal transportar la producción de caucho de Bolivia y Brasil hacia el puerto de Belem, en el Océano Atlántico.  

Las condiciones laborales y las enfermedades tropicales diezmaban a nuestros emigrantes. Las campañas publicitarias de las empresas de navegación y la necesidad de aquellos estados brasileños de poblar aquellas bastas geografías, llevaban a muchos emigrantes a realizar aquella titánica odisea. Más de 6.000 trabajadores fallecieron en aquella titánica obra ferroviaria.

Testimonio de Cesáreo Mosquera de su paso por el Estado de Pará

“El 29 de mayo de 1900 embarqué en Vigo en el vapor inglés ‘Brasil’ por emigración gratuita, en compañía de mi vecino y compañero amigo Ramón Lorenzo Pérez, hijo de Bartolomé y Vicenta de Costeira. A los 10 o 15 días de llegar a Pará murió de fiebre amarilla en un hospital. Yo temí con aquella peste y, por no tener dinero para regresar a España, quedé allí, y Antonio Arroyo de Maquiás, que estaba en Pará, me empleó en una panadería donde se trabajaba de noche y de día como negros. Era difícil aquel trabajo, pero por fin ya lo iba aguantando. A los 40 días enfermé y me retiré a un cuarto de la vivienda de una familia española, y me sané a los pocos días. Pero al volver a la panadería ya habían ocupado con otro mi lugar. Me alegré, porque aquello no me gustaba y tenía que cargar a cuestas un cesto de pan a las espaldas de 60 kilos y a la tarde, otro y repartirlo por los hoteles. En vista de aquello regresé al cuarto y yo recorrí las peluquerías de Pará pidiendo trabajo por tener la práctica de afeitar algo en la milicia. Encontré un empleo y sólo trabajé un día, pues era algo de lujo y yo, con el temor, barbeaba peor del que sabía. Al día siguiente procuré ponerlo redor y encontré otra donde ganaba 4.000 reyes diarios y dormía en la peluquería del patrón y comía en la casa de una familia española por 2 mil reais diarios. Al fin y a la postre de medio año o menos dijo el portugués se quería comprar la peluquería, y me prestó 200 mil reais. Y se la compré. Enseguida se los pagué al prestamista y empecé mandando mayores sumas para mi madre, pues en cuanto fui empleado sólo mandaba 10 pesos y 20, pero siempre mandé dinero a mi madre y hermano y otros ‘regaliños’ propios, etc.”.