Opinión

Píldoras afrodisíacas

Píldoras afrodisíacas

Hubo un tiempo no tan lejano, antes de la llegada del émulo afrodisíaco o de fortaleza interior llamado ‘Viagra’, en que los viajeros de Cuba venían con unas cajas que la imaginación o la necesidad convirtieron sin razón científica alguna en una especie excitante sexual.

Fue un camelo como tantos otros de la medicina socializada, igual a esa otra recomendación tan extendida en la isla consistente en beber destilada todas las mañanas la propia orina para curar el cáncer de próstata.

Esas cajitas blancas y azules llamadas ‘Ateromixol, 5 mg.’, parecían contener  una mezcla de alcoholes y posiblemente ciertos derivados de la caña de azúcar.

De cualquier manera, para alcanzar tanto éxito y llenar las arcas vacías del gobierno cubano, el llamado ‘PPG-5’ debió de tener algún efecto. Por otra parte, desde la noche de los tiempos, brujos, chamanes y más tarde médicos graduados y prestigiosas universidades, han ido en pos de la mágica poción capaz de devolver el vigor y la seguridad perdida por el bajo vientre del hombre.

En cualquier tienda de especies naturales existen hierbas u otros elementos donde la alquimia casera hace alguno que otro ‘milagro’. Con canela, cárdamo, cilantro, nuez moscada, sésamo o azafrán, los actos de amor pueden ser más placenteros.

Antes, en ese campo, parece que los hombres se lo articulaban mejor. Todo el medioevo huele a estos aromas que, tanto alquimistas como despachadores de especies, mezclaban para devolverle el brillo de la virilidad. 

Tan parece que, en vez del famoso plato de yemas batidas, aquellos con planes erótico-amorosos depositaban sus esperanzas en un buen vaso de vino aromatizado con un poco de orégano. Si se disponía de suficiente dinero, uno podía recurrir a un remedio más costoso: almizcle y ámbar pulverizados y mezclado con agua de rosas y miel.

Por eso acaso el ‘PPG’, sin tener cuerno molido de rinoceronte, testículos de foca, piel de serpiente, cola de tigre, envuelve la imaginación de un deseo, de una necesidad tan apremiante, que al final todo lo hace, como siempre, el cerebro, esa caja donde guardamos todos nuestros anhelos.

Ahora bien, no hace falta ir a Cuba para encontrar la fuerza perdida cara al amor carnal, ya que uno sigue creyendo que el mejor afrodisíaco es el caviar, las trufas, un buen champán con ostras y todo, bajo una música suave, con el cuerpo de una mujer provocadora.

Uno ignora si las grandes revoluciones sociales como la cubana, había alguna vez pensado en eso, pero el sistema está a prueba de fallas.