Opinión

La tribu de los ‘aus’ de Tierra de Fuego

“Muy pronto ambas parcialidades –los “choncóiucas” y los “sélknames”– debieron advertir que no vivían solas. Rastrearon huellas de cazadores primitivos y toparon a ‘canoeros’ que los habían precedido desde cincuenta siglos. Al fin tropezaron con una tribu compacta y de larga experiencia lugareña, los ‘aus”, leemos en el magnífico libro del historiador Juan E. Belza cuyo título responde a Romancero del topónimo fueguino, Instituto de Investigaciones Históricas de Tierra del Fuego, Argentina, 1978.

La tribu de los ‘aus’ de Tierra de Fuego

“Muy pronto ambas parcialidades –los “choncóiucas” y los “sélknames”– debieron advertir que no vivían solas. Rastrearon huellas de cazadores primitivos y toparon a ‘canoeros’ que los habían precedido desde cincuenta siglos. Al fin tropezaron con una tribu compacta y de larga experiencia lugareña, los ‘aus”, leemos en el magnífico libro del historiador Juan E. Belza cuyo título responde a Romancero del topónimo fueguino, Instituto de Investigaciones Históricas de Tierra del Fuego, Argentina, 1978.

Porque, en efecto, muy remota era la antigüedad de los “aus”, que los últimos contaban, con añoranza de continentes erráticos, que sus ancestros procedían del Sur: tierra de nieves y hielos, o, cuando menos, del “Jaius”, la actual “isla de los Estados”, en una época en que aún la ataban a la tierra firme poderosas lombas morénicas. He ahí que los “aus” se propagaron por toda la superficie de la denominada “isla Grande”, diseminándola de nombres que los recién llegados adoptaron de buen grado. Numerosos topónimos transmitidos por “choncóiucas” y “sélknames” no pueden renegar de sus orígenes “aus”. Incluso la mitología que los “doctores de las palabras” pertenecientes a las tribus modernas comunicaban a sus “klóketen” o novicios, durante las ceremonias de iniciación juvenil, brotaban de la cosmogonía “aus”.

“A propósito de las fábulas escenificadas junto a las cabañas de los ritos del ‘haín’ o referidas para educación de los ‘klóketen’, es importante observar que en el fondo superan el perfil ceremonial, didáctico o histriónico y el nivel de los elementos subjetivos y simbólicos, para reconocer sedimentos reales que un buen apoyo arqueológico debería permitir esbozar en ‘esquicios’ protohistóricos”, señala el señero historiador Juan E. Belza.

A criterio del profesor Belza, indudablemente los aborígenes fueguinos “sitúan o se proyectan” hasta los antros más profundos de la prehistoria: siglos antes de la falla del estrecho, al tiempo “howen” o antiguo, vocablo “aus” que bien pudiéramos asimilar por sus consecuencias al ya generalizado de “tótem” de los algonquinos. Así, pues, todo cuanto abrazaba al “aus” en el tiempo histórico –cosas, plantas y animales– había vivido en condición humana en el tiempo “howen”.

Digno de recordar es el hecho de que, cuando por los más diversos motivos la muerte irrumpió en el mundo aborigen y su tiempo subjetivo, las víctimas que sobresalían se fueron metamorfoseando en aves, plantas o estrellas; a su vez también en cabeza o imagen del “clan” de sus descendientes. De modo que los “aus”, al igual que sus herederos culturales –tan huérfanos de expresiones plásticas–, representaron al “howen” mediante el maquillaje, esto es, su arte más primitivo.

¿Qué significan, empero, las leyendas “aus”? Digamos que lo más vetusto de la época “howen” transcurrió alrededor de la polémica del matriarcado. Los historiadores, luego de algunos indicios de homosexualidad, plantearon el dilema del “mando”. El viejo “sol, el pegado al cielo”, tenía un hijo varón, joven y hábil guanaquero, llamado “Kren”, casado con “Kreen”, la “doctora” de los grupos femeninos que esclavizaban a los hombres.