Opinión

El tango ‘Felicia’ y el tango ‘El irresistible’

El tango ‘Felicia’ y el tango ‘El irresistible’

“Los dedos duchos de Enrique Saborido recorren en gimnasia de acordes el teclado del piano de la casa de bailes. Eso ocurre una noche –alta noche– de Buenos Aires, en 1907. El pianista está tomándose un descanso –y una copa, aceptando un convite– entre un tango y otro tango. El ámbito privado está lleno de conversaciones y risas –acuciadas por el licor–; de perfumes femeninos y humo de buen tabaco”, escribe el poeta y tangólogo Francisco García Jiménez en el libro Así nacieron los tangos, Ediciones Corregidor, 1ª edición, Serie Mayor, Buenos Aires, 1980.
Cerca del piano, pasan las parejas y, entre ellas, la que forman el autor teatral Carlos Mauricio Pacheco –nacido en 1881 y fallecido en 1924– y su mujer, Felicia Ilarregui, quien le pregunta a Saborido cómo se llama esa composición de hermosos compases. “No tenía nombre hasta ahora. Sea usted la madrina… y que se llame ‘Felicia”. Andando el tiempo, el propio Saborido diría: “Es el más tango de mis tangos”. El pueblo, en efecto, lo incluiría entre sus perdurables y favoritos de la música porteña. Felicia Ilarregui sobrevivió en mucho tiempo al sainetero Pacheco y también al músico Enrique Saborido, pues murió en 1973, a los noventa y cinco años de edad.
“Ya nunca veré mis playas/ ni aspiraré de las lomas/ los voluptuosos aromas/ de mis flores uruguayas…”, canturreaba, ya muy anciana, aquella letrilla escrita por su esposo Pacheco para el perenne tango titulado ‘Felicia’. La memoria nos conduce ahora al tango El irresistible, cuyo autor es Lorenzo Logatti, un clarinetista italiano, oriundo de Foggia, quien un día llegó a la Argentina con sus veintiséis años para intentar triunfar en su profesión. Fue en 1898. Se inscribió en el “nomenclator” de la Asociación del Profesorado Orquestal, a fin de procurarse, al menos, un medio de subsistencia. Logatti –fallecido en 1961– en seguida comenzó a frecuentar el celebérrimo “café de los artistas”, situado en la calle Paraná, entre Cuyo –hoy Sarmiento– y Corrientes, junto a la entrada de los camerinos y el escenario del teatro ‘Politeama’. El café ‘Sabatino’ –el de Don Sabatino di Pietro, ex-cofrade de la lírica–, tomaba los fondos de este teatro.
Lorenzo Logatti sobresalió con su clarinete en las afamadas orquestas líricas y clásicas. Durante varias temporadas perteneció al teatro de la Ópera, en la calle Corrientes, el cual reemplazaba desde 1888 al viejo ‘Colón’, el ubicado en la Plaza de Mayo, cerrado y vendido al Banco de la Nación. Por entonces maravillaba la batuta del maestro Luigi Mancinelli, en tanto que los nombres de Enrico Caruso, Rosina Storchio y Titta Rufo brotaban de similar notoriedad. El músico, originario de la vetusta región de la Apulia italiana, concedió al clarinete su sello académico para el tango. Hasta entonces, en la melodía porteña, hubo algunos intérpretes intuitivos, como Juan Carlos Bazán, pero ninguno de escuela. “Durante el Carnaval de 1908, época del descanso teatral veraniego en el hemisferio sur, Logatti compuso sus más resonantes piezas musicales. Una mujer, que esconde su bello rostro ajo el antifaz, interroga al autor: “¿Cómo se titula su tango, señor?”. “Aún no lo tiene, señora”. “¡Es irresistible!”, exclama ella. “Pues ya tiene título. Se lo dedicaré a…”. “Ponga solamente, cuando lo publique, ‘a L”. Ella fue el “hada madrina”.