El ‘santiaguino’ y la capital de Chile
“Hablábamos de las minas. A pocos quilómetros de la capital, tenemos un importante centro minero: La Disputada de las Condes. Ya no volveremos a encontrar minas importantes más al sur, excepto Sewell, porque estos dos reventones metálicos son la última réplica a la locura mineral de los Andes norteños”, leemos en las páginas del libro Chile o una loca geografía, cuya autoría responde al imborrable geógrafo e historiador chileno Benjamín Subercaseaux, publicado en Editorial Universitaria, Santiago de Chile, sexta edición, abril de 1988.
Notorio es observar en Santiago una fortaleza de inspiración atacameña, que será sustituida más al sur por el “sí, pues” y el “mande” musical propios de Talca y Concepción. Por ello, en Santiago finaliza esa “otra cosa” que es el Norte. Y empezará “el Sur”, de cariz templado, impersonal y boscoso. He aquí cómo acaba la comarca heroica para entregar la mano a la fingida sumisión al inquilino, a la geórgica paz de los campos, al pacífico mugir de las vacas, a las astutas miradas, a las respuestas hurañas. Únicamente en el extremo sur –país de mares e islas vírgenes– volveremos a hallarnos con aquel hombre sufrido y sincero; mas en esta oportunidad, reservado hasta la indolencia, equitativo, frío como el mármol de su isla de Cambridge. Cortés en alguna medida, pero sin exhibir simpatía. O dicho sea de otro modo: el “magallánico perfecto”. Preguntémonos, pues: ¿cuál de estas dos zonas “es Chile”? Porque, en efecto, si Chile por un accidente histórico o geográfico, se viese reducido a la zona norte, en escaso tiempo, sería un Perú o bien una Bolivia latinizada. Una suerte de la región del “Chaco”, pero sin bosques ni serpientes ni indios. Si idéntico accidente ocurriera en el Sur, súbitamente veríamos una “Patagonia” del frío, con carácter de Argentina Central y Talca, fusionado con un espíritu práctico, germánico, al estilo de Bahía Blanca y Valdivia, sin olvidarnos de Valparaíso.
“El contrapeso psicológico de las dos mitades, unido a los factores secundarios y regionales –argumenta el admirado geógrafo Subercaseaux– los que determinan el “chileno”, ese ser extraordinario que finge olvidar su propio ‘yo’, simulando cualquier otro cuando lo acosa la mirada de su propia ironía o el temor desmedido al ‘qué dirán’ de los demás”. Sintetizando, admitamos que ese “tercer tipo” está cristalizado en el “chileno central” o, si lo preferimos, por el “santiaguino”. Algo confuso, extraño, no cabe duda.
¿Podríamos afirmar que Santiago es una ciudad construida en trocitos cuadrados, igual que un tablero de ajedrez? Situada en un espacioso anfiteatro de montañas, tiene su visión al “exterior” por los cuatro puntos cardinales. “Dentro de su aparente simplicidad, Santiago es un caos de sensaciones y miradas diversas”, a criterio de Benjamín Subercaseaux. Sólo la cordillera ha mantenido lo inmutable, esto es, la infinitud de la Naturaleza. ¡Cerro de Santa Lucía, verde sobre la nieve de los Andes! El Teatro Municipal, abrazado por los caseríos en las viejas estampas y una ancha calle, en 1870. “La Chimba” y sus cáscaras de sandía, sus naranjas, sus banderas chilenas flameando sobre los ranchos y ramadas. Asimismo, los “rotos” y mulatos de “sombrerillo calado”. Un inquietante pulpo con tentáculos en la “Avenida O’Higgins” hasta “Los Leones”, con otro brazo en la avenida “Vicuña Mackenna”.