Opinión

Realidad y mitología en ‘Os Lusiadas’ de Camoens

Realidad y mitología en ‘Os Lusiadas’ de Camoens

Os Lusiadas de Luis de Camoens refleja el anhelo de engrandecimiento del Imperio a la vez que la expansión de la Fe cristiana y la cultura europea, la por entonces de mayor y más eficiente capacidad humanizadora. Había entre los poetas portugueses del siglo XVI un afán por consagrar aquella singular gesta mediante un poema de inédita grandeza. “No me oiréis ensalzar –escribió Camoens, consciente de su musa poética– con fantásticas hazañas ni con fingidas empresas a los vuestros, como lo hacen las musas extranjeras, deseosas de engrandecerse; pues vuestras maravillosas proezas son tan grandes, que exceden a las quiméricas y fabulosas del feroz Rodomonte y el vano Ruggiero y aun a las de Orlando, suponiendo que tales héroes hayan existido”.

El poeta portugués aludía a las creaciones de sus iguales Boyardo y Ariosto. Pues, en efecto, el destino lo eligió a él para otorgarle la “larga experiencia” y el “honesto estudio”. Mas no olvidemos la popularidad de que gozaban las obras de la Antigüedad Clásica, fundamentalmente las de historia y poesía, cuyos temas sobresalientes conformaban las guerras de conquista y los viajes de aventuras. En la mente de los vates portugueses de la época figuraban las estrofas de Antonio Ferreira y las páginas historiográficas de Barros o de Castanheda. El sueño de los poetas –como nos recuerda Taine– fue en todo tiempo sobrepasar los límites de lo real, cualquiera que sea su ropaje, profundidad y altura.

Los mitos sustanciales de Os Lusiadas son Venus y Baco. Según el poeta luso, Venus nos ama porque ve en nosotros a los descendientes de sus predilectos, los romanos, de cuya lengua “tan cerca se encuentra la nuestra”. Y porque “además prevé que nuestro talante amatorio difundirá su culto por toda la tierra”. Hace ya bastantes años que los ensayos sociológicos de Gilberto Freire y los análisis y observaciones referidas por Boxer testimoniaron que ese mito asume una mayor transparencia ante el mestizaje en África, en la India y en el Brasil. En cuanto a Baco, el profesor Bowra estima que el dios de la embriaguez, instintivo y en continuo movimiento, simboliza el “desorden oriental, de histéricas explosiones, tan opuesto a la armonía de estirpe latina”. Para el mismo Camoens era el dios que nos odiaba a causa del “temor de ver eclipsada su fama en Oriente,/ si llegaban a pasar por allí los portugueses”, según leemos en el ‘Canto I, 30’.

El dios Baco, es, pues, la personificación de los intereses creados –tanto musulmanes como venecianos–, a los cuales se oponía la empresa lusitana de la expansión de la Fe y del Imperio, así como también la representación de las fuerzas de la Naturaleza que iban a conocer y a desafiar. Si consideramos el itinerario de la acción, junto a Venus y Baco hay diversas alegorías que, en ocasiones, representan los constantes imperativos de la realidad, humana o física; en otras, se limitan a conceder colorido y resalte imaginativo a los episodios de la historia. Es el caso de la defensa que hacen Venus y sus ninfas de la nave almirante a punto de naufragar en Mombasa. O bien de un mero accidente de navegación, como cuando esas mismas ninfas –siempre a las órdenes de la diosa– calman los vientos que Baco ha azuzado contra los portugueses durante la travesía del Índico.