Opinión

La poetisa Gabriela Mistral y Benjamín Subercaseaux, en Chile

“Yo no sé que haya un empleo mejor de nuestras potencias que decir el terrón natal: cuando escribimos en la América con pretensiones de universalidad, suele parecerme un vagabundaje sin sentido, un desperdicio de la fuerza y un engaño infantil de nuestras vanidades criollas”, escribe la perenne poetisa y premio Nobel de Literatura (1945) Gabriela Mistral en ‘Contadores de patrias’, el prólogo del libro Chile o una loca geografía, editorial Universitaria, Santiago de Chile, 6ª edición, mes de abril, 1988, cuyo autor es Benjamín Subercaseaux. Imprescindible obra que originalmente fue publicada por ‘Empresa Ercilla, S.A.’ en 1940. Esta sexta edición de editorial Universitaria corresponde a la décimonovena edición de la misma.

La poetisa Gabriela Mistral y Benjamín Subercaseaux, en Chile

“El texto de usted –agrega Gabriela Mistral en su prólogo escrito en Petrópolis, Brasil, 27 de febrero de 1941– está lleno de la rabiosa exigencia que es la del amor en grande. En buena hora ha venido a prestigiarnos el ensayo geográfico y a propagarlo entre los mozos”. Porque, ciertamente, otros antecesores fueron el argentino Ezequiel Martínez Estrada, en su impar Radiografía de la Pampa; el colombiano López de Mesa, en su Relato lírico de Colombia; el argentino Eduardo Mallea, en la descripción de la gigante patria puesta en su novela esencial, Pasión Argentina, y el chileno Agustín Edwards, ensayista de una geografía humanizada.

Tan clásico ya es este libro que, desde luego, sirve de guía al viajero, a la vez que al mundo pedagógico en la educación del país chileno. Gabriela Mistral afirma que el indio artífice y músico “veía y oía mejor que los mestizos”, ya que el conquistador español sólo tuvo intención de descubrir minas o “huacas”. De manera que el propio Alonso de Ercilla, autor del poema épico La Araucana, no fue capaz de ver la “selva araucana”. Ejemplar es la calidad y la calidez de Subercaseaux en su visión de naturalista. He ahí las plantas y bestezuelas indígenas o importadas. El nogal y las nueces que nos regalan el sonido de bolitas de billar. El “quillay” airoso, tan distante en las cuestas y tan presente en el “lavado de pelo”, vertiendo espuma entre los dedos. La “palma de miel” con sus tajos longitudinales igual que una diosa Juno alanceada. La “llareta” y el “cochayuyo”.

“Me hace usted ver el Chile minero en el capítulo ejemplar de la desolación norteña –continúa Gabriela Mistral– y sólo me deja vacante un deseo: la noticia del cobalto, cuya posesión nos tocó en suerte y del que no hemos dicho cosa alguna”. Después, la gran poetisa chilena afirma que preguntó en su Vicuña natal cómo se llama el cerro que, al caer el sol, arde como una lámpara excepcional. Y le contestaron: “Cerro de Vicuña”. Ella piensa que son muy escasos los entes “bautizados”, pues los criollos no sólo cortaron de súbito su menester de designar, sino que no han vuelto a tener la apetencia “nominativa”. ¿Nombres españoles? Monte de la Pena, Paso Come-Caballo, Vega del Agua Helada, Puente del Añil, Cumbre Baya, Paso del Lagarto. O bien: Calle del Peumo, Quebrada del Arrayán, el Florido (por un cerro tornasolado). Diríamos que “Juan-Pueblo es Juan Ingenio”, quien ha hecho allí su oficio maravilloso. Ahora escuchemos al indio mentador: “Chilli”, que es “donde acaba la tierra”. “Chiri”, que significa “frío” o “Huelén”, que dice “pena”.