Opinión

Orígenes y evolución histórica de Chile

Orígenes y evolución histórica de Chile

“Hay hombres que tienen cierta locura heroica y empeñada cuando se proponen realizar una idea. Así, aquella mañana del 22 de noviembre de 1520 debió parecer un desatino a los capitanes españoles, harto menos sedientos de gloria pura que el valiente y porfiado portugués. Magalhães había descubierto el Estrecho”, escribe el geógrafo e historiador chileno Benjamín Subercaseaux en su imprescindible obra Chile o una loca geografía, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, abril de 1988.

Después, cuando el viento amainaba y la atmósfera ya era más nítida, en la lejanía se podían columbrar otras costas más bajas: el archipiélago “Reina Adelaida”. Aquella calma oleosa pudo acompañar a Magalhães hasta “cabo Deseado”. Y más allá, el caos. Un mar gris sobre la espalda de las olas desatadas hacia el norte; un cielo recargado y oscuro que casi se confundía con el océano. ¡He ahí el mar Pacífico, después de haber pasado el Estrecho! “Diez mil años de vida cuaternaria transcurrieron en este Chile que tenemos bajo nuestros pies”, asevera Subercaseaux. A su juicio, el hombre del sur –si exceptuamos el “chilote”– es de hombros estrechos, de mala dentadura, ladino, débil de músculos y desconfiado. Hacia el norte el carácter es más abierto, la sonrisa entre dientes muy blancos y parejos.

Dos corrientes acaso señalaron, a su vez, dos tipos humanos. Una que siguió por los contrafuertes de los Andes hasta los canales (¿los “alacalufes” serían tal vez el último vestigio puro de esta segunda migración?); otra que se extendió a lo largo de los 4.300 quilómetros de costa que nos ofrece Chile. Evoquemos cómo los andinos enterraban a sus muertos en cuclillas y sabían decorar sus cacharros. Los “costinos” los sepultaban tendidos y fabricaban una cerámica lisa, huérfana de ornamentos. Datos que, anecdóticos en apariencia, nos abren los ojos para descubrir estas “dos corrientes neolíticas” en los “tipos” que más adelante les sucedieron. “Trescientos años más tarde –continúa Subercaseaux–, empezaron a desprenderse del Alto Perú grandes masas humanas que cubrieron el territorio hasta el río Limarí”.

Se trataba, pues, de un pueblo vigoroso y refinado. Sabían hilar la lana del guanaco y construir sus monumentos. Sus sepulturas se presentaban coronadas de túmulos. Las ruinas de Tiahuanaco, en Bolivia, son un exponente de esta civilización; acaso la única que nos legó monumentos perdurables, junto con la incásica. En Chile raudamente se extinguieron. Al término de 100 años (400 después de Cristo) fue barrida por los atacameños. Hermosa raza, sin mezcla extranjera, que se estableció en los oasis del desierto y sus costas. He aquí cuando comienzan los primeros datos históricos. De manera que conocemos cómo los atacameños resistieron a los potentes ejércitos de los incas y les infligieron una sangrienta derrota, cuando éstos intentaron descender a Chile por el camino de la costa.

Los incas, entonces, se aventuraron por el interior, a fin de imponer su tributo a las poblaciones del sur. Así, los atacameños, distanciados de las rutas enemigas, fueron capaces de crear una civilización propia, floreciente en el año 900 después de Cristo y que aún subsistiría tres siglos más tarde.