Opinión

Montevideo, Gerardo Matos Rodríguez y ‘La Cumparsita’

Montevideo, Gerardo Matos Rodríguez y ‘La Cumparsita’

“Montevideo. 1917. Domingo de Carnaval. Por la avenida ‘18 de julio’ avanzaba una mascarada de estudiantes, haciendo estaciones ante las concurridas mesas de los cafés para cantar letrillas de color subido. Luego proseguía el andar ruidoso e incesante, con su estandarte al frente. El pendón decía: ‘La cumparsita”, leemos a través de las entrañables páginas escritas por el poeta Francisco García Jiménez en su bien nombrada obra Así nacieron los tangos, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1980. Acto seguido, agrega: “Los acordes de una marchita acompañada de tamboriles, daban singular cadencia al paso de la comparsa del macarrónico diminutivo. Gustaba la marchita a la gente de las veredas. Le daba especial atractivo a la improvisada murga estudiantil. Muchos se iban detrás, tarareándola. El lunes de Carnaval ya se había corrido la voz: –¿Viste la cumparsita?... ¿Oíste la cumparsita?...”.

Aquella murga pertenecía a la más pícara muchachada de la Federación de Estudiantes del Uruguay, con sede en la calle Ituzaingó. No obstante, debían los alquileres de la casa y los muebles comprados a plazos. Se les embargó incluso el piano, propiedad del estudiante Walter Correa Luna, quien, junto con su cofrade Gerardo Hernán Matos Rodríguez –nacido en 1897 y fallecido en 1948–, se encargaba de teclear las notas sonoras. Estilizado y bello mozo, Matos Rodríguez dijo a su ‘barra’ de amigos: “¡Esto no es marcha, hermanitos! ¡Es un tango no más!” Se sentó ante el piano, con el papel pentagramado, y lo tituló: La cumparsita.

Matos y su ‘barra’ le llevaron el tango a Roberto Firpo, quien con su orquesta típica tan afamada ya en Buenos Aires, estaba tocando en el café ‘La Giralda’, donde hoy se eleva el ‘Palacio Salvo’. En seguida, Matos Rodríguez se fue a Buenos Aires para venderle la composición a la editorial ‘Breyer’ en unos escasos pesos. A partir de la década de 1920 su difusión por las más diversas fronteras rioplatenses es inimaginable. Acaso el tango por antonomasia: como suele decirse, “la madre de todos los tangos”. Abreviadamente, “la cumpa”. El inconfundible. Y después, la incesante “reconquista” de la propiedad malvendida por su jovencísimo autor. Reivindicación que más adelante consiguió la Asociación Argentina de Autores y Compositores. Tras diez años de su aparición, los autores Contursi –padre– y Maroni le adaptaron letra circunstancial para un sainete que estrenaron en el teatro ‘Apolo’.

El hecho es que el litigio se dilató por largo tiempo. Fallecido Gerardo Matos Rodríguez en 1948, sus deudos decidieron avenirse a un “laudo arbitral”. “Digamos, para corolario, que al famoso tango le cupo también la ley atávica –nos recuerda el inolvidable ensayista y tanguero Francisco García Jiménez–. En cuanto La Cumparsita llegó a Alemania, la incluyó en su repertorio una charanga del ejército prusiano. Oyendo en un desfile la familiar música un diplomático argentino, exclamó: –¡Qué bien suena este tango como marcha militar! De haber sabido lo que aquí he contado, nuestro diplomático le hubiera encontrado explicación a tan sorprendente marcialidad”.

¿Por qué no decirlo? Este tango posee un compás bien “negrero”. Aquellos valientes muchachos de Montevideo habían ronroneado la música en un coro “a boca chiusa”, otorgándole el ritmo “canyengue”.