Opinión

Los mitos celtas según el profesor Ramón Sainero

Los mitos celtas según el profesor Ramón Sainero

“La literatura celta, pese a ser poco conocida, eminentemente por la dificultad de comprensión de la lengua en que ha sido escrita, ha influido de modo poderoso en la historia de algunos capítulos de la poesía europea”, asevera Ramón Sainero en su obra Los grandes mitos celtas, Ediciones Brontes, S.L., Barcelona, 2012. “La primitiva literatura celta, con su riqueza temática, ha servido de base para que poetas franceses, ingleses, alemanes, españoles, irlandeses, escoceses y de otras nacionalidades escribieran en las lenguas de sus países una serie de poemas cuya trama central era la de los primitivos versos celtas de la poesía galesa, bretona o gaélica eminentemente –agrega el filólogo y ensayista, el profesor Sainero–. Si la importancia y prestigio de las naciones lo medimos por sus instituciones y creaciones literarias, países como Gales, Irlanda o Escocia por su rica y variada literatura primitiva, a la manera de Grecia, deben ser considerados con gran admiración”.
Conviene recordar que la literatura celta posee una estimable variedad: la poesía heroica, la poesía lírica y la poesía amorosa. Tres ciclos suelen considerarse en el marco de la poesía celta de enorme influencia en las literaturas europeas posteriores: el ‘Ciclo del Ulster o Materia de Irlanda’, el ‘Ciclo Ossiánico o Baladas de Ossián’ y el ‘Ciclo de Arturo o Materia de Bretaña’. Evoquemos las hazañas del héroe mítico del Ulster llamado Cuchulain o las venturas y aflicciones del rey Arturo. También los encendidos episodios del guerrero gaélico Finn, narrados por su hijo, el bardo Ossián.
A los guardianes de la sabiduría celta de un reino o de un ‘clan’ se los conocía bajo los nombres de filidh, duidh y bard. El filidh era el poeta máximo, pues no sólo componía poesía sino que asimismo ‘guardaba’ en su memoria los hechos históricos y las leyes de su pueblo, además de transmitirle oralmente al pueblo y a los poetas que, a su muerte, deberían ocupar su espacio. El druidh era fundamentalmente el encargado de la magia y la filosofía. Y el bard, en fin, era un poeta menor cuya misión era transmitir los conocimientos que le eran enseñados por los dos estamentos mencionados con anterioridad. Merced a las inscripciones ‘rúnicas’ y ‘orgánicas’ tenemos conocimiento de esta mágica poesía en épocas tan antiguas como el siglo IV. No olvidemos que la cultura celta fue sobre todo de carácter oral, aunque no significa que sus versos fuesen toscos o de ínfimo valor. Los primigenios poetas irlandeses sabemos que precisaban hasta doce años de hondos estudios antes de recibir su título. Y como la mayoría de su saber era aprendido “de memoria” –sobre todo en verso para ser mejor recordados–, hay que deducir que eran, por así decirlo, ‘la biblioteca viva’ de un ‘clan’, una comunidad o un país.
“Los manuscritos, pese a ser elaborados en época cristiana y en su mayoría por monjes cristianos –afirma el profesor Sainero–, sorprendentemente nos muestran en muchos de ellos una cultura pagana y opuesta a la civilización cristiana”. Por la propia figura del venerable ‘Bede’ sabemos que los ‘britons’ eran enemigos del cristianismo. Si bien también es cierto que no pocos monjes celtas llegados de Irlanda fueron los que ‘cristianizaron’ y propagaron la cultura de la época entre los anglosajones y britanos de Gran Bretaña.