Opinión

Mitología de los habitantes de Tierra del Fuego

“Las mujeres se transmitían los secretos del manejo de la situación en los ritos de la pubertad. Un buen día, ‘Kren’, cuando volvía de caza, descubrió fortuitamente las astucias femeninas a través de la imprudente conversación de dos niñas que participaban fascinadas de las ceremonias del ‘hain’. Así ‘Kren’ comunicó a todos los hombres y juntos tramaron la liquidación de la dictadura: decidieron asesinar a todas las púberes iniciadas y destruir el sistema”, escribe el historiador Juan E. Belza en su imprescindible obra Romancero del topónimo fueguino, Instituto de Investigaciones Históricas, Tierra del Fuego, Argentina, 1978.
Mitología de los habitantes de Tierra del Fuego

“Las mujeres se transmitían los secretos del manejo de la situación en los ritos de la pubertad. Un buen día, ‘Kren’, cuando volvía de caza, descubrió fortuitamente las astucias femeninas a través de la imprudente conversación de dos niñas que participaban fascinadas de las ceremonias del ‘hain’. Así ‘Kren’ comunicó a todos los hombres y juntos tramaron la liquidación de la dictadura: decidieron asesinar a todas las púberes iniciadas y destruir el sistema”, escribe el historiador Juan E. Belza en su imprescindible obra Romancero del topónimo fueguino, Instituto de Investigaciones Históricas, Tierra del Fuego, Argentina, 1978.

El hecho es que tan sólo cinco mujeres resistieron a aquella turba enloquecida. Cuatro de ellas se metamorfosearon en aves y volaron al monte y al mar. Entonces “Kren” –ya amarrada al tormento del “rogo”–, logró escurrirse de las manos de los justicieros: transformada en luna, huyó a través del firmamento con la cara chamuscada. Y tras ella se arrojó “Kren” –el joven sol– en una inacabable persecución.

En la época aún anterior a la ruptura del estrecho y a la hegemonía de los “aus”, y con más históricos perfiles, brota el episodio de “Juaniep”. Por ese tiempo los aborígenes de “Fueguía” no reconocían cacicazgo alguno, salvo el de la dependencia familiar y la conducción supersticiosa de los “jon”. Porque éstos eran “médicos”, una suerte de curanderos, profetas y líderes que externamente se diferenciaban por los adornos de plumas, que agregaban al “koel” o “vincha” tribal. “Su prestigio –nos explica el profesor y sociólogo Juan E. Belza– brillaba en hechicerías y curaciones, y se afirmaba en ciencia, astucia y dotes guerreras”.

Es preciso señalar que en aquellos remotísimos tiempos pareciera ser “Juaniep” el arquetipo de los “jon”: un gigantesco cazador, empinando una cabeza más alta que los árboles. Se trataba del hijo de “Kajel”, en tiempo “howen” un cabo al sur de Santa Inés, y de “Polpor”, laja roja del actual monte “Cornú”. Convívía junto a “Oklta”, su primera mujer, en las proximidades de “Silán” o cabo Inés, en donde cuidaba el “Cinuín”, esto es, el corralito de guanacos domesticados.

“Juaniep”, además de su robustez y estatura, portaba poderes “teúrgicos”. He ahí que, a fin de consumar discretamente sus amores con una joven que lo “chalaba”, desvió la órbita del sol y produjo la noche o “período de sombras” que celaba su intimidad. Se cuenta que en aquel arrebato, por azar, fijó las declinaciones del invierno y verano. El caso es que “Juaniep” sufrió la claridad de su prestigio debido a la celebridad y presencia del caníbal “Chaskel”, a criterio del profesor Molina, “un mestizo pámpido de la primitiva raza de los ‘Wuruwá”.

“Este ejemplar de estatura prócer había plantado su cubículo en el cerro ‘Chaskel-Kawi’, al norte del monte Blanco, y su hermana lo guarecía con pieles humanas, cosidas de cabellos trenzados”, asevera el docto historiador Juan E. Belza.