Mapas de Chile y cordillera de los Andes
“Visto en el mapa de América, Chile aparece como un largo ribete amarillo que bordea a la Argentina por el oeste. Se diría una simple coquetería cartográfica para que las fronteras de aquel país no mojen en las aguas heladas del Pacífico. Mirado en un mapa regional, Chile aparece un poco más ancho y dividido en provincias de diferentes colores. Es lo que llaman un mapa político. Su aspecto es deplorable y confuso. Su estudio también”, escribe el geógrafo e historiador chileno Benjamín Subercaseaux en las páginas de su clásica obra Chile o una loca geografía, Editorial Sudamérica, Santiago de Chile, 6ª edición, abril de 1988.
Chile, a su entender, posee una extensión mayor que cualquier país de Europa, a excepción de Rusia. Sus montañas son las más altas del mundo, después del Himalaya. Sus costas figuran entre las más extensas y complicadas que existen. Y su extraña configuración a lo largo de 4.200 quilómetros constituye un pequeño mundo escalonado en los más variados climas y tipos que nos brinda la Tierra. Mirando el mapa, veremos que la nueva frontera con el Perú hace una salida en el norte abrazando una región montañosa y atormentada por donde sube –jadeando, jadeando– el ferrocarril de Arica a La Paz. Se trata de un fragmento del macizo Tres Cruces, el más grande de los Andes. A través de valles, de peligrosos “caracoles” y empinadas cuestas, asciende el tren internacional hasta una altura de 4.200 metros (Alto de Puquíos), y cruza la frontera de Bolivia en Colpas (Visvire), a 4.039 metros.
Entre los muchos mapas que Benjamín Subercaseaux ha debido consultar para escribir esta Geografía, hay uno que proclama su excelencia: el de Servicio de Mensuras y Clasificación de Tierras. Mas no aparecen en él los relieves del suelo; en lugar de montañas hay cifras indicando las alturas. De este modo, este macizo denominado “Tres Cruces” –el primer perfil de Chile que tomamos en lo alto– nos ofrece el “parecido” del desierto y, con él, el auténtico retrato de la región. El hecho es que la cordillera, en esta parte, se halla dividida en cordones paralelos que dejan entre sí altas mesetas cubiertas de rocas volcánicas. En el extremo sur, la cordillera “Domeyko” sirve de baluarte a la más extensa de estas planicies: la Puna de Atacama. Y he aquí cómo, en su parte norte, se yergue un oasis, un consuelo tras tantas millas de aridez que es imprescindible recorrer, a fin de alcanzarlo: San Pedro de Atacama. Se encuentra situado a 2.400 metros de altura, siguiendo la ruta del afamado “Camino de los Incas”.
No olvidemos que la enorme anchura de los Andes en estos parajes, así como la distancia que los separa del mar –pues desde la costa no se divisan– les restan ese imponente, poderoso aspecto, tal como se les ve en la capital, Santiago, donde existen días en que la claridad de la atmósfera parece echarlos encima. En pocas regiones como en ésta, empero, podríamos hallar diez cumbres de más de 6.000 metros, una de las cuales alcanza los 7.000 metros. Altura tan grande como la del Aconcagua en la región central ¿Volcanes? Aquí son numerosos. “A ellos les debemos –asevera el geógrafo Subercaseaux– la riqueza mineral y la especialísima calidad del suelo”. Los más altos, al sur, dominados por el “Llullaillaco”, el más grandioso de todos.