Opinión

Y llegó a la Argentina, ‘¡Che, bandoneón!’

Y llegó a la Argentina, ‘¡Che, bandoneón!’

“Imitador formal del guapo y del compadre (del ‘compadrito’, sería más preciso), el ‘compadrón’ es un cobarde enmascarado de valiente. Madrugador y ventajero, hiere a traición y hace de ‘la parada’ un recurso defensivo y publicitario”, asevera el ensayista Domingo Casadevall. “El ‘compadrón –prosigue– se desempeña como guardaespaldas de compadres o encargado de garitos, o portero de mancebías, o soplón de comisarías”.

Por otra parte, el ‘malevo’ es, digamos, la postrer escala del desprecio social. Porque es cobarde y abusador de débiles y mujeres. Jugador con ventaja y tramposo. Desleal con los amigos, se “achica” al primer embate. A traición mata. También no le preocupa encarcelar a un inocente. ¿Acaso no es el asiduo “villano” de los sainetes? “Le gusta que le teman, pero se ‘achica’ ante un rival de envergadura. Ventajero y madrugador, suele ser el gritón del ‘conventillo’, el primero que ‘arruga’ al llegar la policía, aunque no es infrecuente que vista uniforme y en ese caso se aproveche de la autoridad que inviste”, señala el insigne poeta y ensayista porteño Horacio Salas en su ineludible obra El tango, Planeta Argentina Ediciones, Buenos Aires, agosto de 1986, primera edición.

“El ‘fueye’ es nuestra válvula de escape, la almohada blanca en la cual hundimos la cabeza afiebrada por la rabia o los celos. Gime, se queja, brama, llora, araña, ruge, amenaza, muerde y reza; pero no sabe reir ni compadrearse un cacho de alegría”, he ahí estas hondas reflexiones poéticas de Last Reason.

Como en los versos del célebre tango de Homero Manzi, bien podríamos exclamar: “¡Che, Bandoneón!”. No el cómo ni el cuándo es lo significativo, sino el hecho de que llegó. Cierto día del siglo XIX alguien condujo el primer instrumento a la Argentina. ¿Tal vez un marinero alemán que en un escaparate de la ciudad portuaria de Hamburgo se entusiasmó por esta especie de ‘concertina’ de cajas hexagonales inventada por Heinrich Band hacia 1835 y que sólo tenía unos cuantos ‘botones’ para cada mano?

El bandoneón –etimología que rinde homenaje al “herr” Heinrich Band– es, ciertamente, un instrumento “portátil”, idóneo para la música campesina que se interpretaba durante las dilatadas travesías por el océano Atlántico. ¿Quizás no haya sido –como defendió el compositor Augusto P. Berto– sino un muchacho brasileño de quien sólo se recuerda que la decían “Bartolo”? La realidad es que en 1864 su creador había comenzado en Hamburgo la fabricación en serie de los afamados “bandoneones AA” y que, al año siguiente, ya había un ejecutante identificado: el negro José Santa Cruz, padre del celebrado Domingo, que entretenía las tediosas noches de las trincheras de la Guerra de la Triple Alianza con un “fuelle” que llevaba la marca “Band Unión”, derivada del apellido del conocido fabricante, así como de la cooperativa que se arriesgó a producirlo comercialmente”.

Ante mis asombrados ojos tengo el “bandoneón” del señor Antonio Piedrafita Nieto. “En el teclado –me dice– hay 38 teclas a la derecha y 33 a la izquierda. En total, 71 teclas. ¡Ah! Y con 4 cambios de tono”.