Opinión

Julio De Caro y el tango ‘Buen amigo’

Julio De Caro y el tango ‘Buen amigo’

“Promediada la segunda década del siglo XX, Julio De Caro (1899-1980) festejó el estreno de sus pantalones largos yendo con otros amiguitos al viejo ‘Palais de Glace’, de La Recoleta –“milonga” fina… y de la otra–, donde tocaba el cuarteto de Roberto Firpo que incluía el brillante arco manejado por Tito Roccatagliata”, evoca así, nostálgicamente, aquellos románticos tiempos el inconmensurable poeta tanguero y divulgador porteño Francisco García Jiménez en su memorable Así nacieron los tangos, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1980.

Julio De Caro –hijo de Don José De Caro, reconocido profesor de música milanés– se crió dentro de esa atmósfera tanguera del canto, del fuelle y de la noche bohemia. Su padre Don José había instalado su conservatorio en el corazón del barrio de San Telmo, calle Defensa al 1020, diseminando impagables conocimientos a dos generaciones de adeptos a la divinidad mitológica de Euterpe. “El ‘pibe’ de los ‘leones’ largos era ya, en manos de su progenitor, un pichón de águila musical”, subraya Francisco García Jiménez. Y sin que su padre se apercibiese mucho, Julio De Caro iba hilando en compás bailarín del “dos por cuatro” tanguero, al igual que sus hermanos mayorcitos y asimismo filarmónicos: Emilio y Francisco De Caro. Todo, como en el bandoneón-homenaje de Aníbal Troilo. Todo, como en Don Astor Piazzolla: “Decarísimo”.

Julio De Caro, ojos claros y nariz aquilina, era un “macanudo violinista”. Y Roberto Firpo lo invitó a subir al pacto orquestal. Y Tito Roccatagliata le cedió su propio violín. Julio De Caro tocó La Cumparsita, el tango que Firpo acababa de traer del Uruguay. Eduardo Arolas se aproximó a él, al pie del palco, y le ofreció un puesto en su orquesta del “cabaret Tabarín”, de la calle Suipacha. Dos años después, integraba un designado “cuarteto de maestros”, al lado Enrique Delfino en el piano, Osvaldo Fresedo en el bandoneón y Manlio Francia en el otro violín. Pronto lo requirió Juan Carlos Cobián para su agrupación musical. Y en 1928 abanderaba su “cuarteto” propio, junto con su hermano Francisco, pianista; Maffia y Petrucelli, en bandoneones, y el morocho Thompson en el contrabajo. “Nombres para cuadro de honor”, afirma el gran García Jiménez.

La orquesta del violín-corneta –modalidad del antiguo ejecutante típico Pepino Bonano, que Julio de Caro reactualizó– se convirtió en infaltable en las “confiterías” y salones de moda. Entre tanto, Julio había compuesto un tango que se definiría como uno de los mejores suyos. ¿Su título? Respondía a la reciprocidad en una tierna y noble acción, pues De Caro había intercedido ante el doctor Ricardo Finochietto a fin de que, merced a su milagroso bisturí, operara a la esposa de un camarada sin recursos económicos. La operación quirúrgica resolvió aquel caso extremo. Y como moneda de gratitud, el doctor le solicitó un tango. De este jaez, brotó el tango Buen amigo. Recordemos que, cuando Eduardo de Windsor, por entonces príncipe de Gales, vino por vez primera a Buenos Aires en el invierno de 1926, se entusiasmó con la orquesta de Julio De Caro y con ese tango. Se llevó la pieza impresa en discos y en papel para Inglaterra, comprometiendo a Julio para que se presentara en Europa con su conjunto. Debería ser en 1926, pero no lo fue hasta 1931. En ese “ínterin”, el fecundo lustro, introdujo el “arreglo” y la “orquestación”, con el auge del cinematógrafo. Pentagramas y tango heroico. ¡Aire “Decarista”!