Opinión

La figura de Francisco de Miranda y Simón Bolívar

La figura de Francisco de Miranda y Simón Bolívar

“Miranda se llama el hombre más célebre de América del Sur, y era también uno de los más célebres de su época. De aspecto marcial, constitución atlética, ancho de hombros, de andar pesado y paso firme, rostro atezado, nariz corta, mentón grande, sencillo y hasta brusco en sus contestaciones, dichas con voz clara y profunda; tal era este aventurero de sesenta años, vivo reverso de Bolívar, cuyo delgado porte de caballero, estatura más bien pequeña y ademanes ágiles y elegantes, rostro alargado, tez aceitunada y voz musical, manifestaban un carácter completamente diferente. Muy superior a Bolívar por su experiencia del mundo y sus profundos conocimientos, lo era también por su innato don de mando. Ambos no se parecían sino en un rasgo: el orgullo”, afirma el historiador de origen alemán Émil Ludwig en las páginas de su documentada obra Bolívar. El caballero de la gloria y de la libertad, editorial Losada, S.A., Buenos Aires, 1958, 3ª edición.

Recordemos que Francisco de Miranda había nacido en Caracas treinta y siete años antes que Bolívar. Asimismo descendía de un familia de raigambre española. Cuando joven, se enojaba porque ni a su padre ni a él les hubiesen querido reconocer las “preeminencias” de su sangre. Cuando contaba diecisiete años, arribó a España para alistarse en el ejército. Ya que aún no existía revolución en París, donde –por ser muy joven– no tuvo fortuna en la atmósfera “progresista”, partió como soldado a combatir por la independencia de América. Se batió a orillas del Mississipi. Distinguido después en cierta misión contra las Antillas inglesas, obtuvo el ascenso a teniente coronel. Fue así presentado a Washington por el embajador de España en Filadelfia, donde experimentó un privilegiado momento para un oficial mozo y revolucionario.

Adoptando como paradigma la admirada figura de Washington, se dispondrá a calibrar el propicio instante para convertirse en “el libertador de la América Española”. De modo que tanto en Miranda como en Bolívar aquella firme voluntad de “libertar” a su país despertó el “roce” de las ideas de la nueva Francia, consolidada con el ejemplo de los Estados Unidos. En tanto que a los veinte años Bolívar –joven rico y, a la vez, muy aburrido– vacilaba entre consagrarse a la libertad de su pueblo o a las ciencias, Francisco de Miranda, a idéntica edad –en inefable gozo de vivir– luchaba entre soldados y pueblos extranjeros. Éste perseguía un sendero hacia la acción, mientras que aquél “exaltaba la acción con el pensamiento”, según la expresión del historiador Émil Ludwig.

“Si el aristócrata Bolívar fundó un hogar a los diecinueve años para envolverse en un lujo romántico –asevera el historiador Ludwig–, a Miranda lo lanzan al mundo cuestiones de categoría social. Si aquél pasó su adolescencia entre danzas y cabalgatas, la de Francisco de Miranda discurrió en los campos de batalla”. Tanto las circunstancias como la osadía impulsaron al gran aventurero en seguida a alcanzar las atalayas de la vida: con apenas treinta años, ya había sido huésped del emperador en Viena, de Federico II en Postdam y de Catalina la Grande en San Petersburgo, presentándose como “conde de Miranda”.