Opinión

Los ‘diaguitas’ y la lengua ‘quichua’ del imperio inca

Los ‘diaguitas’ y la lengua ‘quichua’ del imperio inca

“Iban a las guerras que se suscitaban entre ellos para defenderse o para extender sus áreas de predominio, y en el combate ejercitaban los varones sus cualidades guerreras, encabezados por sus caciques, a quienes obedecían respetuosamente. Para infundir temor a sus enemigos y para señalar su origen, cubrían su cuerpo con adornos o lo tatuaban con extraños dibujos, y algunos solían colocarse en el labio inferior un disco de madera con el que lograban adquirir una extraña fisonomía”, nos recuerda el historiador argentino José Luis Romero en su encomiable libro Breve historia de la Argentina, Fondo de Cultura Económica, 1963, novena reimpresión, 2009, y Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2009.

Los indígenas consideraban que toda la tierra se hallaba animada por un sinnúmero de misteriosos espíritus que la poblaban. Pues a sus designios atribuían los avatares de la Fortuna: la victoria o la derrota, la suerte o el fracaso al practicar la caza o la pesca, la crueldad o la benignidad de los poderes de la Madre Naturaleza. Tan sólo los hechiceros sabían sus secretos y semejaban capaces de conjurarlos, a fin de volverlos benévolos y con aspectos propicios. Ellos eran la sola esperanza frente a las enfermedades o las arriesgadas aventuras que entrañaban la diaria búsqueda de los alimentos y la permanente hostilidad de los pueblos vecinos.

Estimando las poblaciones autóctonas de la tierra argentina, habremos de pensar que mucho más compleja fue la existencia de las poblaciones que habitaban las regiones montañosas del noroeste. Valles longitudinales de la cordillera abrían caminos que vinculaban regiones muy distantes entre sí. Hubo pueblos que se desplazaron –con alternativa de victoria o derrota–, estando obligados a abandonar sus formas tradicionales de vida, así como la aceptación de aquellas que les imponían sus vencedores. Acaso ese fue el destino de los ‘diaguitas’, habitantes de aquellas comarcas.

A lo largo de los valles, los ‘diaguitas’ vivían en reducidas aldeas constituidas por casas con muros de piedra: el material que les brindaba el paisaje. Hábiles alfareros, empleaban platos, jarras y urnas de barro cocido en cuyo decorado manifestaban una rebosante imaginación al igual que mucho dominio técnico. Utilizaban, asimismo, para sus cotidianos utensilios, la madera y el hueso, la piedra y el cobre. Construían ‘terrazas’ en las laderas de las sierras para sembrar el ‘zapallo’, la ‘papa’ y el maíz, el soporte de su alimentación. Criaban además guanacos y llamas y vicuñas, con cuya lana elaboraban tejidos de variopintos dibujos que tenían con sustancias de origen vegetal.

¿Los adornos? Acostumbraban a ser de cobre y de plata. En piedra, eso sí, esculpieron monumentos de índole religiosa: los ídolos y los menhires. También en piedra construyeron los ‘pucaráes’, es decir, las fortificaciones con las cuales defendían los ‘pasos’ que concedían el acceso a los valles abiertos hacia los enemigos. ¿Quién podría ignorar los ríos de sangre en la quebrada de Humahuaca y en los valles calchaquíes? “Desde el Cuzco, el imperio de los incas se extendía hacia el Sur y un día sometió a su autoridad a los ‘diaguitas”, señala José Luis Romero. El ‘quichua’, la lengua del imperio inca, se difundió a través de los idílicos valles.