Opinión

Las ‘dalcas’ o piraguas de los indígenas de Nahuel Huapí

“La construcción de estas rudimentarias embarcaciones era muy curiosa e ingeniosos los procedimientos empleados para aprovechar los recursos naturales. Al navegarlas, Diego de Rosales pudo comprobar que, a remo y a velas, con viento favorable, la piragua ‘vuela sobre la espuma sin que la ofendan las hinchadas olas. Él fue quien nos dejó una descripción bastante detallada de su construcción”, nos explica el erudito historiador argentino Juan M. Biedma en su concienzuda Crónica Histórica del Lago Nahuel Huapí, ediciones Del Nuevo Extremo y Caleuche, 4ª edición actualizada, Buenos Aires, 2003.

Las ‘dalcas’ o piraguas de los indígenas de Nahuel Huapí

Porque, en efecto, al arribar los españoles a Chiloé, establecieron las piraguas de los indígenas –las que denominaban ‘dalcas’–, pues las consideraron más marineras que sus navíos, a fin de navegar entre las procelosas aguas de los canales del laberíntico –a modo de un collar de perlas o un encaje de bolillos– y centelleante archipiélago del Sur.

¿Cómo lo conseguían? Tomaban tres tablas de un largo equivalente a la eslora de la futura embarcación y las arqueaban merced a estacas y fuego. Las cosían con soguillas tejidas con virutas extraídas de los entrenudos de la cáscara del “culén” –es decir, la “caña coligüe”–, que no se pudre con el agua. Francisco Fonck, quien vio cómo las fabricaba el maestro piragüero José Mansilla, afirma que estos cordeles quedaban tan firmes y bien hechos, que costaba distinguirlos del lino o cáñamo. Aquella soguilla se pasaba por los “degüeñes”: una serie de agujeros en correspondencia y hechos a fuego. ¿Las rendijas? Eran calafateadas con “cochai”, esto es, la entrecorteza filamentosa del alerce; además, con “mepua”, las hojas de un árbol llamado el “tiaca”.

“Estas piraguas –señala el historiador argentino Juan M. Biedma– eran capaces de transportar hasta doscientos quintales de carga y de ocho a diez remeros, un timonel que la gobernaba con una pala o timón, y un achicador que usaba una batea como bomba de achique”. Evoquemos cómo los elevados y rectos cipreses proporcionaban excelente madera para el casco y uno o dos mástiles que soportaban las velas. Ahora bien, ¿cómo se servían de las piraguas los españoles en sus viajes? Diego de Rosales nos lo detalla: “Los soldados quando van a maloquear a las tierras del enemigo, llevan estas piraguas cargadas en piezas, y en llegando a un río cosen los tres tablones y en pasando los descosen y vuelven a cargar”.

Si nos atenemos a las palabras de Juan Fernández –el descubridor del lago Nahuel Huapí en 1620–, los indígenas de Nahuel Huapí “servían a las ciudades de Osorno y Villarrica, cuando estuvieron pobladas”. Puesto que estas ciudades fueron destruidas en 1604 y 1602, respectivamente, puede deducirse que, ya en el último tercio del siglo XVI, los españoles habían descubierto y visitado el lago Nahuel Huapí, pues es inverosímil que los indios “sirvieran” de modo espontáneo.

Atractivos datos nos entrega el jesuita Diego de Rosales. Al hablar de la laguna “Nagüelhuapí”, escribe que “contiene en su ámbito muchas islas habitadas de indios rebeldes que no están defendidas del valor de los españoles y de los indios amigos de Chiloé”.