Opinión

Bolívar, Fernando VII y Napoleón

“Napoleón se acercaba entonces a España. En medio de terrible incertidumbre, iban los sentimientos de Bolívar del temor al deseo. Como enemigo del poderío español, Napoleón era la esperanza de todos los americanos; como tirano, destructor de la libertad, había de inspirarle desconfianza a Bolívar; como genio, causarle envidia. El primer intento de Napoleón en América había fracasado; una parte de su ejército sucumbió en las islas, víctima de la fiebre y de la adversidad; tampoco tuvo buen éxito el enviado napoleónico a la Argentina, donde a la sazón era virrey un francés de nacimiento”, escribe el historiador de raíz alemana Émil Ludwig en su magna obra Bolívar. El caballero de la gloria y de la libertad, editorial Losada, S.A., Buenos Aires, 1958, tercera edición.
Bolívar, Fernando VII y Napoleón

Bolívar se haría la siguiente pregunta: “Si Napoleón tal vez se hallaba en España, ¿qué le sería imposible? ¿No les impondría a las colonias, como rey de España, una dictadura igual a la que había implantado en toda Europa? ¿Serían los franceses, bajo Napoleón, más libres que los oprimidos pueblos de América?” Ante los ojos de Bolívar brotó la cabeza del Emperador en el instante mismo del ceñirse la corona. Una imagen que se encontraba grabada en lo hondo de su memoria, acaso precisamente porque no la había visto.

Cierto día de julio de 1808 el gobernador mandó llamar al sabio y prudente Bello. De Trinidad llegó un haz de periódicos ingleses. Sin haberles prestado interés durante dos días, más tarde, cuando abrió el paquete, se enteró de que ni él mismo, ni el gobernador, ni todos los demás, eran ya funcionarios ni ‘súbditos’ del rey Carlos. Pues, en efecto, tres meses antes el príncipe heredero, Fernando, había destronado a su padre en Madrid, y al mismo tiempo, fue destronado por Napoleón. He ahí cómo la reina y su amante ponen los pies en polvorosa. José Bonaparte, pues, era rey de España y de las Indias. Conversa con el gobernador; se determina mantener todas estas noticias como ‘falsas’ y que, por lo tanto, preferible ocultarlas al pueblo.

Ahora bien, algunos días después arriba a La Guaira un barco cuyo pabellón tricolor anunciaba su procedencia. Suben a la ciudad dos oficiales franceses y proclaman solemnemente al gobernador –sirviéndole Bello de intérprete– que “América ya no pertenece a la dinastía de los Borbones, sino a la de los Bonaparte”. De súbito, en la plaza y en toda Caracas resuenan los gritos de “¡Viva Fernando VII y muera Napoleón con sus franceses!”.

Ciertamente, estas gentes caraqueñas aún no conocen a su rey; pero lo quieren, como es natural, por haber sido príncipe heredero. Los ciudadanos se manifiestan dirigiéndose hacia la Catedral, acompañándose de banderas y estandartes. Se reúne el Cabildo: “todo por el rey Fernando, todo contra el rey José”. Desolados, zarpan los franceses, apenas logrando refugiarse en su navío. Un buque inglés trae noticias al poco tiempo. En todas las provincias no invadidas de España se han formado ‘juntas’ contra Napoleón y a favor de Inglaterra.