Opinión

Bolívar en España y París

“El palacio donde lo recibieron en Madrid era más brillante y alegre que el de Caracas. Un hermano de su madre, célibe, vivía allí con sus dos hermanos, rodeado de amigos. Casi todos elegantes ociosos, dilapidaban su patrimonio en la corte y en la alta sociedad, cuando no lograban aumentarlo con hábiles matrimonios o por algún accidente afortunado. En 1800, considerábase todavía a Madrid como el centro del mundo, pues Londres quedó desposeída diez años antes de sus mejores colonias, y París, república para entonces, no era aún el centro apropiado para un gentilhombre”, asevera el reconocido historiador de origen alemán Émil Ludwig en su imprescindible obra Bolívar. El caballero de la gloria y de la libertad, editorial Losada, S.A., Buenos Aires, 1958, tercera edición.

Bolívar en España y París

Ciertamente, Madrid poseía el resabio del más vasto imperio colonial, atestado de oro y codicioso de mayores riquezas. Bolívar no olvidaba las enseñanzas de Rodríguez, su revolucionario preceptor. Hallaba, no obstante, al hombre que significaba aquel orden de cosas: Mallo, uno de los amantes de la reina María Luisa; la otra figura era el poderoso Godoy. Así era natural la inquietud del criollo adolescente en medio de blasones y “ejecutorias” que probaban la “limpieza de sangre”. Bolívar se albergaba en el palacio de uno de sus parientes, el anciano Marqués de Ustáriz, filósofo muy admirado, quien le enseñó la educación propugnada por Jean-Jacques Rousseau.

¿El amor? La muchacha de quien a los diecisiete años se enamoró Bolívar era algo mayor que él: María Teresa del Toro, cuyos abuelos y hermanos se habían enriquecido en Caracas; si bien española de nacimiento, pertenecía a la nobleza de Venezuela. Breve tiempo estarían juntos. “Ahora se trata de un juego en que es menester ganar, porque, a causa de la juventud de los novios, el padre ha impuesto un plazo y la carta en que el joven solicita el consentimiento de su tutor no tendrá contestación, sino al cabo de algunos meses –señala el historiador Émil Ludwig–. Le aconsejan trasladarse a París, para poner a prueba su corazón en el trato con otras mujeres, pero no hace caso y pasa un año más en la sociedad madrileña, mientras la novia, con su familia, en sus tierras cerca de Bilbao, aguarda pacientemente”.

Por entonces Napoleón no era sino Bonaparte, pues era todavía ‘Primer Cónsul’. Para el joven Bolívar su figura era fascinante. Todo cuanto le había explicado Rodríguez acerca de los ‘Derechos del Hombre’ semejaba cristalizarse en París. El hecho es que no se conoce ningún documento sobre la primera impresión que causó Napoleón en el inquieto criollo. Seguramente el resentimiento contra el poderío español comenzó a dominarlo, tras unos meses en la capital francesa. Como oficial del rey, Bolívar tuvo que pedir permiso para casarse. “Durante algunos meses vivieron los etéreos sentimientos, el amor juvenil que se basta a sí mismo –estima el historiador Ludwig–. En los valles de Aragua, en la residencia campestre de sus padres, entre los halagos de nobles y poderosos parientes, dejaron correr los días, cautivados por la realización de cuanto podían anhelar”.