Opinión

‘Anclao en París’: Barbieri, Cadícamo, Carlos Gardel

‘Anclao en París’: Barbieri, Cadícamo, Carlos Gardel

“Noche de Reyes…en París. Nieva sin tregua. La Ciudad-Luz reverbera en el manto gélido, para mayor brillo de los afortunados. Pero es un pesado sudario para los desamparados. Estos criollos que ni tienen ilusión ni están en la patria, y que se tutean con la miseria a orillas del Sena, son algunos músicos y bailarines del tango porteño”, describe el inconmensurable compositor tanguero Francisco García Jiménez en su obra Así nacieron los tangos, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1980. “Acudieron desde el Plata a los ‘cabarets’ de Montmartre tras un señuelo que fue tan dorado como falaz –prosigue García Jiménez–. En el reinado del placer, que comienza en la ‘Place Blanche’, todos los crepúsculos, y sube el camino fiestero que lleva a los amaneceres lívidos en la ‘butte’, el gran huésped triunfador ha sido el tango”.

Enrique Cadícamo –el excelente poeta del tango–, que vio la luz en 1900, ha llegado a París no en la necesidad de buscarse la vida y unos cuantos pesos, sino con el fin de gastarse alegremente los escasos que lleva. De boca de algunos de sus compatriotas escucha el relato de sus aventuras y peripecias en su requisitoria ante el ministro argentino en Francia y la negativa del funcionario a ayudarlos en su desgracia. A Cadícamo vienen las páginas de las “Escenas de la vida bohemia” antes de iniciar el ritmo y el compás: “Tirao por la vida de errante bohemio,/ estoy, en Buenos Aires, ¡anclao en París!/ Curtido de malas, bandeado de apremio,/ te evoco desde este lejano país…”.

Desde la buhardilla, en plena noche invernal, dentro de aquel modesto hotel, no cesa el canto elegíaco de aquel bohemio de la música porteña: “Contemplo la nieve, que cae blandamente,/ desde mi ventana que da al bulevar…”. Con la añoranza de su patria, entre bandoneonistas y bailarines, la vieja ilusión de la niñez: “¡Cómo habrá cambiado tu calle Corrientes;/ Suipacha, Esmeralda, ¡tu mismo arrabal!...”. Aquellos “anclaos” del tango lograron, mediante la generosidad de algunos amigos, volver a Buenos Aires. Y aquel buque, en medio de la mar, se cruzó con el que nuevamente llevaba a la ‘Ville-Lumière’ al gran artista de la canción porteña. ¡Y era el mismísimo Carlos Gardel! “No lo sabían ellos. Ni sabían que la vida es esa sucesión inconexa de fracasos y revanchas. Carlos Gardel iba a París para inscribir la atracción de su nombre en la marquesina luminosa del ‘music-hall Empire’, como dos años antes lo había inscrito en la del ‘dancing Florida”, señala el poeta y ensayista Francisco García Jiménez.

Enrique Cadícamo, ya galgueando sus últimas “lucas”, leyó sus estrofas al guitarrista Guillermo Barbieri, nacido en 1895 y fallecido en 1935, y éste en un santiamén se las llevó, entusiasmado, a ‘Carlitos’ Gardel: “¡Mirá esta letra, Carlitos! ¡Le voy a poner música en seguida!”. Se hallaban en una mesa de ‘La Coupole’, donde tomaban el aperitivo con Edmundo Guibourg, el afamado crítico teatral argentino en gira periodística por Europa. Él también la leyó, mientras a su mente venía la vieja comedia de García Velloso, titulada ‘El tango en París’. Recordemos: “¡Quién sabe, una noche me encane la muerte,/ y… chau, Buenos Aires, no te vuelva a ver!”. Y Guibourg afirma: “La real historia romántica de 1913 se repite en 1930”. La prodigiosa voz de Carlos Gardel nos obsequió aquella nostálgica cadencia, bohemia, eterna.