Opinión

‘Alma en pena’, tango de Anselmo Aieta y Francisco García Jiménez

‘Alma en pena’, tango de Anselmo Aieta y Francisco García Jiménez

“En septiembre de 1964 sepultamos a Anselmo Aieta. Buenos Aires, la ciudad donde él nació, que él amó y que de él recibió la ofrenda de melodías sensitivas, le expresó, a su vez, su agradecimiento, en el comentario de apenado cariño que la noticia suscitó en las páginas periodísticas y en personas de todas las clases sociales, en la afluencia extraordinaria a su velatorio, en su nutrido cortejo y, singularmente, en la presencia numerosa de gentes del pueblo, en el cementerio de la Chacarita, llevando manojos de flores –de la primavera recién comenzada– que depositaban sobre su ataúd en el recorrido desde el peristilo al panteón de los autores y compositores”, así escribe el gran poeta y compositor tanguero Francisco García Jiménez en su emocionado estudio y joya bibliográfica Así nacieron los tangos, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1980.

“Si para hablar de Aieta me caben ‘las generales de la ley’, que el amigo lector me permita hoy transgredir el formulismo forense ­–continúa nostálgicamente García Jiménez–, y ubicar un momento de la vida del músico con referencia a un tango de él y mío, como lo fueron casi todos los que compuso”. Porque, en efecto, en 1928 Anselmo Aieta se hallaba en pleno auge dentro de la música popular y ciudadana. Quince años de denodado aprendizaje cristalizaron en el triunfo. Con su bandoneón comenzó reemplazando en un cafetín del barrio de San Telmo a Eduardo Arolas, que marcaba el deslumbrante paso hacia el gran café ‘Armenoville’. Como discípulo del ‘tango’ Genaro, Aieta demostró una prodigiosa intuición para el “fuelle”, igual que su maestro.

Anselmo Aieta en 1920 toca en el tablado del viejo ‘Luna Park’, de la calle Corrientes “angosta”, frontera con el muro del templo de San Nicolás de Bari. Estaba flanqueado su bandoneón por las guitarras del ‘rata’ Iriarte y del rosarino Carmona. Al año siguiente, Aieta –aquel muchacho de las gafas oscuras a causa de su persistente irritación ocular– ascendió a toda honra al escenario del teatro ‘Nacional’, de la misma calle. Vaccarezza había estrenado el sainete Cuando un pobre se divierte, con la orquesta de Enrique Delfino en el cuadro del cabaret, así como la presentación del célebre tango La copa del olvido. Delfino le hizo tocar “solos de bandoneón”. Años después vendría la fama de sus actuaciones en el café ‘Nacional’, que lindaba con el teatro homónimo, al cual el pueblo otorgó el epíteto de “catedral del tango”. Aieta era “el brujo del bandoneón”.

Entre los años 1926 y 1928 Anselmo Aieta estableció su “reinado” entre ese café ‘Nacional’ y los cines de la calle Lavalle. He ahí las salas con programaciones de Julio De Caro y su “renovación armónica”, con el viejo “compás porteño” de Aieta, quien ha compuesto ya El huérfano, Príncipe (con Tuegols), La mentirosa, Siga el corso, Tus besos fueron míos, Bajo Belgrano, Carnaval… Algo más tarde, Entre sueños (con Juan Polito), Palomita blanca y Ya estamos iguales. A fines de 1928, merced a un torneo de tangos del disco ‘Nacional’, el público conocerá su última obra: “Alma,/ que en pena vas errando,/ acércate a su puerta,/ suplícale llorando…”. ¡He aquí Alma en pena! Cantado por Carlos Gardel, Ignacio Corsini y Azucena Maizani. Orquestado por Firpo, Lomuto, Canaro, y una ‘diva’ del teatro ‘Colón’, Nena Juárez. Sus derechos de autor, al igual que su columna de ingresos como ejecutante, alcanza las más altas cotas. Enriquecido, aunque siempre “alma iluminada y generosa”, al decir y sentir de García Jiménez.