Opinión

165º aniversario del General Libertador José de San Martín

165º aniversario del General Libertador José de San Martín

“Atleta de las fuerzas morales, San Martín nació para luchar y triunfar. Su gesta comienza en tierra española. Allí recibe el bautismo de su brillante carrera militar y obtiene el galardón de teniente coronel. En 1810 resuena el clamor de la libertad de la Patria lejana”, leía Susana Berta Beguiristain Salinas hace ya bastantes décadas en la escuela pública ‘Nacional nº 60’ del idílico pueblito de Los Pinos, perteneciente a Balcarce, en la inconmensurable Pampa húmeda, al sur de la provincia de Buenos Aires. Y Susana se admiraba y humildemente se inclinaba ante el pabellón nacional argentino –“¡Te amo, oh mi bandera!”– al mirar cómo la enseña bicolor flameaba en la cumbre del mástil.

Imagina ahora Susana aquellos instantes en el que el joven soldado José Francisco de San Martín y Matorras –cuyo 165º aniversario de su fallecimiento el 17 de agosto de 1850 en Boulogne-sur-Mer hoy conmemoramos– desembarcaba, pletórico de ilusión y entusiasmo, en el suelo natal, acompañado de Carlos María de Alvear, su entrañable amigo de armas y corazón. Consigo conducía para la revolución el talento de su genio organizador y, a la vez, su alma ávida de orden y disciplina. Ése era el derrotero de la victoria en pro de la causa de la comúnmente denominada “emancipación sudamericana”.

“Estoy recordando –continúa Susana, emocionada– el formidable Mausoleo del General José de San Martín en la Catedral de Santa María del Buen Aires, donde, junto a él, se colocó la urna del Soldado Desconocido de la Independencia”. Los países que el prócer general argentino libertara, lo aclaman, agradecidos, con los más gloriosos y mejor conseguidos títulos: capitán general de Chile, brigadier general de la Argentina, generalísimo del Perú. El ‘Héroe de los Andes’, no obstante, los rechaza y, tras la histórica conferencia de Guayaquil con el general Simón Bolívar, otorga a la nobilísima causa de la libertad americana el postrero de sus sacrificios: el de su propia persona. Rodeado de sus indeclinables ‘laureles de la gloria’, se retira a su pacífica ‘ínsula cuyana’, es decir, a su siempre querida provincia de Mendoza, que años antes fuera el sólido escenario y el celebrado puntal de su imperecedera epopeya. Hasta allí mismo la inquina y la incomprensión lo persiguen. Fue entonces cuando el vencedor de los hombres y también de sí mismo, asimila la convicción de que para lograr la paz del retiro le es insoslayable ausentarse de la Patria y de América.

Susana Berta intenta evocar cómo Don José de San Martín, alejándose de los seres y las cosas que le son tan amadas, vuelve su adusta y estoica mirada a Europa, para fijar su residencia en un solitario rincón de Francia: Boulogne-sur-Mer. Durante aquel ‘ostracismo voluntario’ de reflexión y silencio transcurren los años de su senectud, a cada momento endulzada por el amor y la ternura de sus familiares. El anciano soldado –desconocedor de rencores, odios y venganzas– vuelve sus fatigados ojos a la Patria distante. “Quisiera que mi corazón reposara en Buenos Aires”, expresa así su perdón y su amor hacia sus conciudadanos.

Susana recrea a aquella niña en su escuelita ‘Bernardino Rivadavia’ de Los Pinos, embebida en su libro escolar ‘Abriendo Horizontes’, su ‘Libro de Lectura’ para 4º Grado, editorial ‘H.M.E.’ de Buenos Aires, 1952, casa ‘Peuser’. Y contempla el sello de ‘Casa Rey’, librería e imprenta de Mar del Plata.