Opinión

Trágico Líbano

Llaman la atención los sangrientos combates en Beirut entre militantes del Hizbulah y diversas facciones del Ejército libanés y otras confesiones étnico-religiosas, cuya perspectiva pareciera retrotraer un nuevo escenario de guerra en el ‘país de los cedros’.
Llaman la atención los sangrientos combates en Beirut entre militantes del Hizbulah y diversas facciones del Ejército libanés y otras confesiones étnico-religiosas, cuya perspectiva pareciera retrotraer un nuevo escenario de guerra en el ‘país de los cedros’.
El Líbano es un formidable mosaico de confesiones religiosas que, en los últimos 30 años, han dado más que hablar por su capacidad conflictiva que por la tradicional convivencia que durante muchos años hizo considerar a este país como la ‘Suiza de Oriente Medio’.
El pulso político y militar entre el Hizbulah y el frágil gobierno libanés puede aumentar a tal nivel que el caos incontrolable derive en una repetición de la guerra civil acaecida entre 1975 y 1990. Es una incógnita cuál será la capacidad exterior para detener este conflicto en marcha, aún tomando en cuenta que la ONU tiene tropas en el sur de este país, tras la breve guerra entre el Hizbulah e Israel en agosto de 2006.
Para los movimientos islamistas Hizbulah y Amal, que cuentan con el apoyo tácito de diversas facciones de cristianos maronitas descontentos con el reparto de poder realizado por el acosado presidente Fuad Siniora, el único aparentemente capaz de revertir la situación es llegar al poder por la fuerza. Caso de lograrlo, cambiaría radicalmente el nivel de fuerzas geopolíticas en Oriente Medio.
El Hizbulah ya mostró su fortaleza política y militar no sólo durante la guerra civil en los años ochenta sino con la breve y reciente confrontación con el Ejército israelí. Separado del actual gobierno de Siniora, al que considera “ilegítimo” y “protector de los intereses de EE UU, Francia e Israel”, su única fortaleza para acabar con un gobierno que prácticamente no gobierna es afrontar un pulso armado con repercusiones sumamente delicadas para mantener el tejido social en el país.
La actual crisis libanesa venía anunciada desde hace meses. Las enormes rivalidades existentes entre diversas facciones políticas (y no menos armadas) entre los maronitas, los drusos, los sunnitas y los chiítas, muchas de ellas amparadas por ex señores de la guerra aún vigentes políticamente, condicionan a un gobierno y un ejército incapaces de representar la unidad nacional ni el necesario orden político y social.
La crisis del Líbano está también determinada por diversos intereses externos, principalmente de Siria, Irán, EE UU, Francia e Israel, cuyas rivalidades e intereses están representados en sus apoyos a las diversas facciones político-militares.
Otro aspecto que llama la atención es, que estando el Líbano aparentemente pacificado durante los primeros quince años de la posguerra civil (1990-2005), de repente derivara en una situación de violencia, esporádica o no, precisamente tras el asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri en febrero de 2005. Hasta ese momento, la realidad libanesa parecía enmarcarse en una saludable pacificación y recuperación económica.
Mientras Beirut vuelve a vivir los duros años de atentados y enfrentamientos de los ochenta, con barrios y zonas atomizadas y cercadas por los respectivos jefes político-militares, Europa y EE UU asisten impasibles a la aparicion de otro conflicto en Oriente Medio, sin aparente capacidad para revertirlo.