Opinión

El Papa en Cuba

La diplomacia vaticana enfocó su atención recientemente en dos giras pastorales realizadas a México y Cuba a finales de marzo. De ambas, y por obvias razones del momento político que vive ese país, la de mayor interés estratégico se focalizó en la realizada por el Papa Benedicto XVI a la isla caribeña entre el 26 y 28 de marzo.
La diplomacia vaticana enfocó su atención recientemente en dos giras pastorales realizadas a México y Cuba a finales de marzo. De ambas, y por obvias razones del momento político que vive ese país, la de mayor interés estratégico se focalizó en la realizada por el Papa Benedicto XVI a la isla caribeña entre el 26 y 28 de marzo.
El Vaticano observa un aumento del laicismo y, en el caso cubano, de otros ritos sincréticos con el cristianismo, tales como la santería, así como el auge popular en el continente americano de los credos evangélicos. En este sentido, el caso cubano es paradigmático porque confluyen diversos factores: sistema socialista y oficialmente laico, popularidad de la santería, penetración evangélica, incierta coyuntura de transición y ascendente peso político de la Iglesia cubana.
En el caso mexicano, país de enorme raigambre católica pero oficialmente laico desde tiempos de Benito Juárez a mediados del siglo XIX, la visita papal se orientó en formalizar un nuevo acuerdo entre el Estado y la Iglesia en pleno año electoral presidencial. Pero se pasaron por alto los escándalos de pederastia registrados recientemente en miembros de su cúpula católica, a fin obviamente de evitar la fricción de una visita táctica pero no exactamente estratégica.
Una situación similar a la registrada en la visita papal a Cuba, donde se evitó la politización de la visita a la hora de establecer cualquier contacto con la disidencia, mientras la Iglesia católica evitó criticar las recientes detenciones realizadas por el gobierno cubano, principalmente hacia grupos disidentes como las Damas de Blanco.
El Vaticano observa un peso preponderante de la Iglesia cubana en la transición post-Fidel iniciada en 2006, ahora institucionalizada a través de la presidencia de su hermano Raúl. Con sus notorias diferencias de contexto y época, puede que el Vaticano se esfuerce en comparar el actual caso cubano con el “ejemplo polaco” de la década de 1980, especialmente por la conexión establecida entre el fallecido Papa Juan Pablo II (Karol Josef Wojtyla) y Lech Walesa, líder del sindicato Solidaridad y posterior presidente polaco tras la transición comunista. Pero su interés no es sólo político, reforzando la posición moderadora de la Iglesia cubana, sino pastoral, a fin de asegurar cuotas de penetración de la fe católica ante el auge de otros credos como la santería y el evangelismo protestante.
En 1998 se registró en Cuba el encuentro entre dos figuras políticas carismáticas y de peso como el Papa Juan Pablo II y Fidel Castro. Entonces, no ocurrieron los cambios políticos de “abrirse al mundo” pedidos por el Papa polaco en La Habana. En 2012, el carisma y la expectación es notoriamente menor entre dos interlocutores como Benedicto XVI y Raúl Castro, pero puede más bien que sea el pragmatismo la tónica existente entre Cuba y el Vaticano. Un factor que debe ser tomado en serio por los actores involucrados en el momento cubano, siendo estos principalmente Raúl y la institucionalidad de su gobierno, los disidentes, la Iglesia católica, EE UU y el exilio cubano.