Opinión

E moiro-me d’amor

E moiro-me d’amor reza el título de la obra musical preparada por Paulina Ceremuzynska, una amiga polaca que me regalara su CD con cantigas de desexo e soidade, grabado en la Capela da Madalena de Castrofeito. La evoco, cuando nos ofreciera su canto a decenas y decenas de ex alumnos de los cursos de Lengua y Cultura de Galicia para extranjeros y españoles de fuera de Galicia la semana pasada. Ya es miércoles, estoy en Santiago de Chile.
E moiro-me d’amor reza el título de la obra musical preparada por Paulina Ceremuzynska, una amiga polaca que me regalara su CD con cantigas de desexo e soidade, grabado en la Capela da Madalena de Castrofeito. La evoco, cuando nos ofreciera su canto a decenas y decenas de ex alumnos de los cursos de Lengua y Cultura de Galicia para extranjeros y españoles de fuera de Galicia la semana pasada. Ya es miércoles, estoy en Santiago de Chile. Paulina nos cantó en la Universidad de Santiago de Compostela el miércoles anterior.
Hay otra Paulina, de apellido Valente, que no pudo ir desde Chile a Galicia en esta ocasión. Las dos Paulinas y yo hemos sido alumnos y compañeros en los cursos del Instituto de Lingua Galega. Los tres hemos realizado alguna estancia de investigación en esta tierra. Los tres podemos expresarnos en gallego. Los tres hemos recorrido el Parque de Santo Domingos de Bonaval, ese, en el que reposaran antiguamente los cuerpos de los infantes. Los tres hemos tenido más de cien compañeros durante un mes completo en algún verano.
En este encuentro de apenas tres cortos días decir Manolo significaba decir Manuel González González, únicamente y sin equivocación. En estos veinte años de los cursos  muchos hemos sido los que hemos podido formarnos en estos cursos. De Chile, más de una decena, sólo por nombrar algunos: Verónica, Claudio, Paulina, Valeska, Luis, Carlos, Cristián, Sandra, Claudia y otros más, y claro, el primero de ellos, Edmundo. Cada uno se trasforma en un pequeño embajador por donde vaya de aquel Finisterrae. Hace muchas centurias eran las cantigas las grandes embajadoras de esta tierra. Pero hoy ya no hay cortes en la península, pero la cultura sobrevive, crece, da lugar a nuevas formas. Son estas nuevas formas las que hemos podido conocer en esta época. Los cursos de Lengua y Cultura comenzaron a finales del siglo XX. Ya cambiamos de folio, y continúan, seguro que por mucho más.
En el mundo contemporáneo las lenguas minoritarias se enfrentan a la lucha de un modo muy evidente. Se pueden contabilizar con mucha exactitud a los hablantes, por ejemplo, cuestión que hace siglos, tanto en el continente europeo como en el americano la pérdida de lenguas fue un proceso del que casi no nos dimos cuenta. Sin embargo, he podido constatar un cambio en el uso del gallego. Es una apreciación absolutamente personal, si queréis, tomad nota. El ser gallego se ha ido despojando de complejos de inferioridad, y una de sus consecuencias es el mayor empleo de su lengua propia en la vida cotidiana. Conocí Galicia por vez primera hace diez años, aterrizando en Coruña, en 1998. Algunos daban esta lucha de un modo férreo, otro dejaban su mundo gallego adentro de las paredes de la casa, porque dicho mundo era lo más íntimo. Y he podido ver cómo lo gallego ha salido del patio interior a las rúas, ya sea a través de su lengua o de sus tradiciones. Y todo porque ese complejo de inferioridad ha ido desapareciendo. Creo que países insulares, como el mío, podemos aprender de esta seguridad obtenida con el tiempo. Pero es una cuestión política y cultural, cuando menos, y  tremendamente compleja. Precisa de héroes, y de constancia.
La semana pasada estábamos conversando con mi amiga polaca, en gallego. Me recordé de cuando hablábamos con dificultad, con frases entrecortadas. Y éramos más pequeños, además, pues esos años en que coincidíamos fueron el 2001 y 2004. Le decía yo después a Manolo, ¿e que foi o que fixeches con nos, que podemos falar a vosa lingua case como se fosa a nosa?
Mañana me reuniré con mi amiga Paulina, la de Chile, y le entregaré en sus manos esta música, que nos transporta a un lugar, a un tiempo que perdura en nuestras mentes.

Andrés Suárez, Programa de Estudios
Gallegos. Universidad de Santiago de Chile