Opinión

El mirlo sin nido

El Tribunal Internacional de La Haya avaló que Kosovo, la provincia Serbia en la antigua Yugoslavia, poseía el derecho a ser independiente, lo que contradice anteriores resoluciones y crea un precedente de consecuencias impredecibles.Los análisis sobre la compleja medida tomada no se han hecho esperar, y la mayoría de ellos consideran el fallo tremendamente errado, aún basándose en actitudes consumadas.
El Tribunal Internacional de La Haya avaló que Kosovo, la provincia Serbia en la antigua Yugoslavia, poseía el derecho a ser independiente, lo que contradice anteriores resoluciones y crea un precedente de consecuencias impredecibles.
Los análisis sobre la compleja medida tomada no se han hecho esperar, y la mayoría de ellos consideran el fallo tremendamente errado, aún basándose en actitudes consumadas.
Serbia jamás reconocerá la independencia de Kosovo. Allí, en ese “campos de mirlos”, nació su esencia de pueblo eslavo.
En esas montañas hay una pugna de siglos entre ortodoxos y musulmanes. Allí se levantan los monumentos espirituales del Medioevo serbio. Su religiosidad se halla repartida entre Grachanitsa, Pristina, Banjski y Pec. Iglesias, monasterios y refugios de peregrinos hablan de los seguidores de san Sava y del héroe Knz Lanzar.
Kosovo fue perdida en una terrible batalla contra el sultán Murad el 28 de junio de 1389. Los turcos llenaron las poblaciones de albaneses, y la derrota no sólo significó la pérdida de  la soberanía serbia, sino también la esclavitud ante otra cultura y una nueva religión.
Cuando Rebeca West, autora de ‘La oveja negra y el halcón gris’, visitó estos mismos altozanos, escribió: “Pobres colinas vacías. En un tiempo habían estado vestidas de pueblos y reinaba en ellos una vida apacible y delicada.  Al perder los cristianos la batalla de Kosovo esto desapareció. Nada quedó... sólo algo tan tenue como la sombra que proyecta el sol oculto por una nube”.
Y uno, al recordar esto, habla de una realidad tremebunda.
En los Balcanes el presente no existe. Si uno habla con un serbio, turco, albanés, croata o macedonio, siempre será lo mismo: “Aquí, no allí, es donde realmente empezó el Renacimiento de estas tierras”. Da lo mismo que uno escuche al arzobispo Mijaíl, al cardenal Stepinac o a la madre Tatiana bajo los ojos acusadores de un san Juan Bautista transmutado. Todo es fuego sin consumir. Se va del alfabeto cirílico –ideado por Cerilio y Metodio en el siglo IX para traducir la Biblia del griego al eslavo– a la tragedia trashumante de hoy.
Ahora, en esas recordadas pequeñas lomas en que anidan los mirlos, es verano y el campo está rebosante de vida. Sobre las tapias alzadas a la vera de los caminos, alguna flor de eneldo y el fornido estragón de noble aroma, nos deben recordar. En sus monasterios y en las orillas de los riachuelos, hemos dejado entre crepúsculos de color azulino, la huella de un viajero azuzado por la crudeza del paisaje.