Opinión

Marijuana, la excitante doncella

De su segunda estancia en México, en 1921, el célebre escritor gallego Ramón del Valle Inclán regresa a Galicia, abastecido con tres o cuatro sacos de marijuana –la cannabis sativa que indígenas y mestizos de la península de Yucatán empleaban para sus ceremonias rituales, dándole un nombre femenino compuesto–, obsequio de sus amigos chiapanecas, unido a la experiencia fascinante de aquellas comarcas subtropicales que
Marijuana, la excitante doncella
De su segunda estancia en México, en 1921, el célebre escritor gallego Ramón del Valle Inclán regresa a Galicia, abastecido con tres o cuatro sacos de marijuana –la cannabis sativa que indígenas y mestizos de la península de Yucatán empleaban para sus ceremonias rituales, dándole un nombre femenino compuesto–, obsequio de sus amigos chiapanecas, unido a la experiencia fascinante de aquellas comarcas subtropicales que le llevarían a escribir ‘Tirano Banderas’, “novela de tierras calientes”, como la subtituló, obra notable que servirá de base a ese subgénero de la narrativa sobre tiranos, dictadores, caudillos, sátrapas y tiranuelos de horca y cuchillo, por desgracia abundantes en nuestra Iberoamérica, leit motiv que desarrollaron después Augusto Roa Bastos, Miguel Ángel Asturias, Gabriel García Márquez y nuestro compatriota Walter Garib.
Antes de aquel viaje, el bueno de don Ramón ya fumaba la hechizante marijuana o “cáñamo índico”, como él la denomina y menciona, aludiendo a su pipa de Kif en relatos autobiográficos de ‘La lámpara maravillosa’. Contemporáneos suyos afirmaron que después de la amputación de su antebrazo izquierdo, ocurrida en julio de 1899 en Madrid, producto de una gangrena, tras un artero bastonazo que le propinara el escritor Manuel Bueno en medio de una reyerta literaria, Valle Inclán comenzó a fumar la “hierba sagrada” para aliviar los atroces dolores post operatorios de una cirugía practicada, según su propia solicitud, sin anestesia... Vecinos de Vilanova de Arousa, su pueblo natal en Galicia, aseguraban haberle visto, en frías noches de luna, pasearse en el balcón de su casa solariega “echando humo azulado por nariz, ojos y oídos”, asunto que contribuyó a su fama de descreído y aun de hereje asiduo a pactos luciferinos. Ácidos rivales literarios –que de haberlos siempre los hay– decían que su estro imaginativo provenía de aquellas inhalaciones perversas, afirmación insostenible, porque el alter ego del marqués de Bradomín no precisaba de estimulantes para escribir “como los dioses”, mejor que sus envidiosos contemporáneos.
Como no puedo reflexionar –paciente lector– sino con símiles, alegorías y referencias nacidas de la literatura, he intentado una indagación memoriosa, a propósito del próximo plebiscito convocado en Los Ángeles, tierra de los usaicos (1) del Pacífico, para dejar en manos de la ciudadanía mayoritaria la posible legalización permisiva sobre la venta y uso de la marihuana, sustancia ilícita que se consume hoy a destajo, con toda la perversa red de sus agentes del narcotráfico, auténticos demonios armados que tienen a la mitad del planeta bajo su letal amenaza o desembozado dominio.
Esta doncella verde, de ojos (hojas) lanceolados, que se incinera para gozarla a través de la inhalación profunda, es de antiquísimo origen. Sus primeros vestigios se remontan treinta siglos ha, encontrados en una momia caucásica, al oeste de la China milenaria. También hay rastros descubiertos en Nepal, Siberia, Judea… En aquellas viejas culturas su uso estaba limitado a procesos terapéuticos y adivinatorios. Ha sido eficaz para paliar diversos dolores físicos. Se sabe que la poderosa reina Victoria, la soberana del imperio más extenso después del de Carlos V, empleaba extractos de la cannabis para aliviar su dolores de menstruación (¡cómo serían los de aquella tremenda emperatriz!). Existía también la dulce herba sacra en la América precolombina, con restringidos usos de sanación, rituales y premonitorios, fuera del acceso del común de los súbditos.
Hoy, su empleo, cada vez más masivo, se extiende por casi todo el orbe, siendo especialmente adictiva entre los jóvenes. Se afirma que es antesala ineludible para drogas ‘duras’, como el hachís, la cocaína, la heroína y algunos fármacos producidos en laboratorios, combinaciones de sustancias que buscan la perfecta enajenación alucinatoria, el fácil escape hacia regiones ‘celestes’, fuera de una realidad cotidiana que se vuelve cada día más insoportable para millones de individuos sujetos a una nueva forma de esclavitud. Pero no se repara en el porqué de este elusivo comportamiento de tantos seres humanos, carentes quizá de otros paliativos, como ofrecían las antiguas religiones con sus difusos paraísos post mortem. Es la doble moral heredada de los hijos de Calvino: pacata, hipócrita y anti hedonista, pero carente de objeciones de conciencia para la explotación inmisericorde del prójimo.
La respuesta de las autoridades gubernativas a este grave problema que afecta al actual sistema socioeconómico mundial, como tumor maligno en permanente crecimiento, es la represión, tanto a productores, comercializadores y distribuidores; en menor grado, a quienes consumen la droga. Guerra que, en las condiciones vigentes, está perdida de antemano. Quizá el síntoma más claro de esta derrota nos lo ofrezca México, principal puerta de entrada de estupefacientes al mayor consumidor del planeta, los Estados Unidos de Norteamérica. En la tierra de Benito Juárez y Emiliano Zapata el poder del narcotráfico parece incontrarrestable, sobre todo por el proceso de corrupción que llevan a cabo los capos de la mafia, que afecta a casi todas las instituciones y estamentos de la república.
La cuestión que ponen en el tapete los legisladores de Los Ángeles nos atañe a todos: ¿Es posible legalizar la droga, comenzando por la marihuana, para aminorar el flagelo de su comercialización gangsteril y de su uso cada día mayor? Los estadounidenses tienen un ejemplo histórico de impotencia represiva: la Ley Seca, con la que se propuso controlar y disminuir la ingesta de bebidas alcohólicas en la población. Conocemos lo que ella generó, a través de un cine particularmente atractivo para adictos al suspenso y a la ‘acción’, que muestra la lucha sin cuartel entre organizaciones delictuales y pandillas que se disputaban el ‘mercado’, con el expediente sangriento del crimen y la extorsión. Por otra parte, debiéramos tener en cuenta que en el tercer mundo la miseria mata cien veces más que la droga, pero eso no altera el equilibrio del sistema ni contradice la ética de sus cínicos vicarios.
Curiosamente, nuestra sociedad occidental no combate la droga del alcohol; vinos, cervezas y licores de distinta gradación se venden indiscriminadamente, como el pan o los medicamentos, pese a que las cifras estadísticas de enfermedades producidas o exacerbadas por su consumo son alarmantes, máxime entre la población joven. Chile, por ejemplo, ostenta el primer o segundo lugar en la ingesta de bebidas espirituosas entre individuos de 14 a 17 años, aun cuando su venta esté prohibida a “menores de edad”. Ostentamos el más promisorio de los alcoholismos, unido al alto índice en el consumo precoz de tabaco.
Nuestros jóvenes, de distintos estratos sociales, beben, especialmente de jueves a domingo, licores fuertes como el pisco, el ron y el vodka, en lugares públicos de diversión o en las calles. Buscan ‘borrarse’, como lo expresan en su propia jerga, es decir, obtener la fuga total de la realidad, aquella que sumerge en la completa inconsciencia, más allá de lo que podríamos estimar como disfrute o goce de un placer compartido, según nuestro añejo criterio de complacerse en una buena conversa al calor del vino o la cerveza, estableciendo el límite allí donde el discernimiento comienza a evaporarse y la torpeza etílica puede llevarnos a confundir, entre otras cosas, el existencialismo con el realismo socialista...
Confieso haber inhalado, en varias oportunidades, la perturbadora marijuana, sin cumplir mayores expectativas de placer… Por el contrario, fuera de cierto sopor agradable, la doncella verde no me llevó más allá del goce prodigado por un buen tinto bebido entre iguales, aligerando la rutina y evocando a quienes se encendían antaño con la palabra creadora, haciéndola consorte luminosa “para toda la vida”, como don Ramón y otros maestros, pues no hay excitación más profunda que la propia existencia y sus cotidianos misterios.
Y de posibles alucinaciones, ni hablar; no encuentro, por ahora, ninguna que supere la imagen prefigurada de malignos gigantes expoliadores transformados en molinos de viento.

(1) Usaicos: Nombre inventado por el escritor Miguel Rojas
Mix para designar a los
habitantes de U.S.A.