Opinión

Literatura oral y sentencial en la cultura bantú

“Antes de la llegada de los colonizadores, los pueblos bantúes no conocían la escritura”, afirma Miguel Combarros Miguélez, misionero redentorista durante veintidós años en África, en el antiguo Zaire, y autor de Dios en África. Valores de la tradición bantú, Editorial ‘Mundo Negro’, Madrid, 2000. Eran poseedores, empero, de numerosas tradiciones orales heredadas de generación en generación.
Literatura oral y sentencial en la cultura bantú
“Antes de la llegada de los colonizadores, los pueblos bantúes no conocían la escritura”, afirma Miguel Combarros Miguélez, misionero redentorista durante veintidós años en África, en el antiguo Zaire, y autor de Dios en África. Valores de la tradición bantú, Editorial ‘Mundo Negro’, Madrid, 2000. Eran poseedores, empero, de numerosas tradiciones orales heredadas de generación en generación. He ahí cuentos y leyendas histórico-míticas, proverbios y adivinanzas, cantos y poemas épico-lírico-religiosos. Creían, pues, en el poder de la palabra sobre todo lo visible y lo invisible. Evocar, invocar, rogar, suplicar, interceder, conjurar y condenar y maldecir mediante la palabra. Si consideramos la literatura “sentencial”, por los proverbios llega a conocerse la sabiduría del anciano, el cual imanta la confianza de todos: Mbuta yuna zeye bingana ye nkunga.
Mbuta es un título honorífico, esto es, el adulto, el sabio, quien transmite la vida del clan. Frente a él, el muchacho falto de experiencia, el que casi no comprende el lenguaje simbólico de los ancianos. Kingana denominan al proverbio en idioma kikongo. Abarca un amplio significado: todo ejemplo, adagio o proverbio, axioma o dicho o parábola. Por norma general están compuestos en un dístico, sistema comparable al paralelístico antitético o sinonímico de la Sagrada Biblia. He aquí uno de ellos: Nzambi ulamba luku, tongo beto bantu (“Dios prepara el pan de mandioca; el condimento somos los hombres”).
En cuanto al contenido o función de los proverbios, toda virtud moral o de convivencia social es susceptible de transformarse en proverbio. El respeto –el llamado luzitu– a los jefes y a los mayores, y el mutuo respeto entre todos los hombres, es uno de los valores más apreciados en la cultura bantú. Por ejemplo: Nkaw’a Mfumu; i Mfumu kwandi (“El bastón del jefe es el jefe mismo. Todo lo que pertenece al jefe es sagrado y merece el mismo respeto que la persona del jefe”). El desacato se castigaba de modo severo. Sería preciso recordar que el clan es eterno, y dentro han de gobernar la paz y la solidaridad entre todos sus miembros. He ahí la esencial premisa para el bienestar del grupo: Kanda ka difwa ko; kunkumuka (“El clan no muere jamás, aunque a veces sea sacudido. Las generaciones pasan, pero el clan perdura”). Leyes y tabúes y venerables costumbres.
Todos los proverbios ejercen, desde luego, una función sustancialmente didáctica y jurídica: Mwana longela mu bingana (“Instruye al niño por proverbios”). O bien: Maza ma tiya, ka mayoka nlele ko (“El agua hirviendo no quema la ropa”), aplicado a un niño que busca consuelo en su madre por el castigo que su padre le ha propinado, cuando ella, como buena educadora, le recuerda dicho proverbio. Para los litigios, los bantúes los resuelven con proverbios: Mfumu kadia ngulu kutu dimosi ko (“El jefe no come el cerdo que tiene una sola oreja. El jefe debe escuchar ambas partes”). Asimismo se emplea una secuencia de proverbios trenzados a la prudencia natural: Kani zikokola, ku mazi zatuka (“Aunque el gallo cante, procede del huevo. Aunque te jactes, tus comienzos han sido humildes”).