Opinión

Una leyenda ‘popular’ de la villa de Redondela de Galicia

“Soy deudor de esta leyenda a mi distinguido amigo el profesor Amado Ricón, quien dice haberla tomado de un libro de viajes escrito por un caballero navarro llamado don Julián Medrano, publicado en París el año 1583”, señala el lexicógrafo y ensayista Leandro Carré Alvarellos en su obra titulada Las leyendas tradicionales gallegas, editorial Espasa-Calpe, Madrid, 1983, 4ª edición.
Una leyenda ‘popular’ de la villa de Redondela de Galicia
“Soy deudor de esta leyenda a mi distinguido amigo el profesor Amado Ricón, quien dice haberla tomado de un libro de viajes escrito por un caballero navarro llamado don Julián Medrano, publicado en París el año 1583”, señala el lexicógrafo y ensayista Leandro Carré Alvarellos en su obra titulada Las leyendas tradicionales gallegas, editorial Espasa-Calpe, Madrid, 1983, 4ª edición. No sería en vano recordar cómo Robert Southey, en su libro Cartas de España y Portugal, al describir su paso por Redondela, incluye este relato. Asimismo a él hace referencia Annette M. B. Meakin en su obra La Suiza española.
Cuenta la narración que allá hacia el año 1520, en la villa de Redondela, un espléndido y recoleto puerto de mar, casi al fondo –o al principio, desde el tímido río Verdugo– de la anchurosa Ría de Vigo, existía un afamado astrólogo y adivino muy apreciado no sólo en la comarca sino también en toda Galicia. Se le juzgaba cual profeta Daniel y respondía al nombre de Marcolfo. Debido a su presencia y dotes personales decidió tomar nuevo estado, pues, estando enamorado de la jovencísima hija de un patrón marinero y hombre principalísimo, a quien por su soberana hermosura llamaban “la linda Almena”, la requirió por esposa y se casó con ella. Vivieron así Almena y Marcolfo en paz y contento y dulce compañía, con riqueza de buenos ducados. Mas tamaña noticia llegó a oídos de un terrible pirata conocido bajo el nombre de “capitán Sempronio”, el cual dominaba el Océano como señero “rey de las aguas”.
De manera que el corsario Sempronio sintió antojos de la grácil Almena, presa para él más sencilla que el botín obtenido de sus abordajes sobre las peligrosas aguas o ante los cañones que defendían las naves. Había por entonces un “santo patrón” no muy lejos de Redondela, cuya fiesta era privativa de los hombres, los cofrades devotos y fieles, permaneciendo solas las mujeres en sus casas. La víspera de la fiesta Sempronio alcanzó la costa y con astucia urdió su plan. Cuando, mediante amigos espías, el pirata supo que los hombres redondelanos habían comido juntos después de la tradicional misa y se dirigían a unos olivares para divertirse con diferentes juegos –convencido de que entre ellos se hallaría el astrólogo Marcolfo con sus sabios pronósticos–, asaltó la casa del adivino con sus compinches armados; entró a saco, apoderándose de las cosas valiosas y, entre ellas, también de la señora Almena.
Prendida de su malvado brazo, el pirata Sempronio la introdujo en su bergantín, la encerró en su camarote y dio orden de desplegar las velas. Llegada la adversa noticia a donde los hombres pasaban la jornada en sana diversión, inmediatamente abandonaron todo para partir rumbo a la villa marinera de Redondela. Mas, nada más llegar, el bergantín, junto a sus preciadas presas, ya había zarpado. Huérfano de bienes materiales y a la vez de esposa, el apesadumbrado Marcolfo se fue a la ribera, se subió a una peña y, trenzando un enorme pañuelo en el extremo de un palo, lo revoleó en el aire y comenzó a gritar, llamando y haciendo señas de su amada Almena. Viendo la inutilidad de su propósito, Marcolfo, desesperado, desde lo alto de la gran piedra, se arrojó a las aguas y pereció. Sus vecinos, al no poder enterrarlo en tierra santa, le hicieron un sepulcro dentro de unas peñas a poca distancia de las orillas. Marcolfo no pudo vaticinar su propia, funesta suerte…