Opinión

Lecturas para no ser demagogo o imbécil

Si no imagina, el pensamiento ignora Mario Luzi Por favor, no se ponga pesado. No se comporte como esas amantes que no pueden olvidar al hombre que compartió el lecho y por lo tanto lo agrede. Sé lo que me va a decir: que suena a ingenuo, que es una suerte de romanticismo tardío, que el título corresponde a un semanario libertario del siglo XIX.
Lecturas para no ser demagogo o imbécil

Si no imagina, el pensamiento ignora

Mario Luzi

Por favor, no se ponga pesado. No se comporte como esas amantes que no pueden olvidar al hombre que compartió el lecho y por lo tanto lo agrede. Sé lo que me va a decir: que suena a ingenuo, que es una suerte de romanticismo tardío, que el título corresponde a un semanario libertario del siglo XIX. Puede ser, puede ser…lo cierto es que al menos una o dos generaciones leyeron estas páginas a la luz de una vela o en la cocina de una casa de inquilinato. O en la pieza de la pensión, en los tranvías, en las horas de descanso de un taller gráfico. Hoy la gente, toda la gente, es más bruta, más burra, más elemental. “Los títulos no acortan las orejas”, decía nuestro amado Sarmiento. Y es verdad, hoy los profesionales son más lamentables que en el pasado. El populismo, la irracionalidad, la falta de sensatez, la banalidad han ido socavando lo poco que quedaba. Pero bueno, aquí estamos para recordar algunas frases, algunos nombres, algunos secretos del alma.

El encanto que más interesa a las almas es el encanto del misterio. No hay belleza sin velo, y lo desconocido es aún lo que preferimos. La existencia sería insoportable si no soñásemos siempre. Lo mejor que tiene la vida es la idea que sugiere de algo que no hay en ella. Lo real nos sirve para fabricar mejor o peor un poco de ideal. Es quizá su más grande utilidad. Esto lo escribió uno de los grandes escritores, uno de los hombres que se comprometió de verdad con la belleza, con la libertad, con la búsqueda de otra vida. Hablamos de Analote France. El texto pertenece a El jardín de Epicuro.

Para las nuevas generaciones, y para las no tan nuevas que ignoran casi todo, es válido mencionar dos líneas. Anatole France apoya a Emilio Zola durante el proceso Dreyfus; al día siguiente de la publicación de Yo acuso, firmó la petición exigiendo la revisión del proceso. Devolvió –otros tiempos, otros seres–  la Legión de Honor cuando se la retiraron a Zola. Participó en la fundación de la Liga de los derechos humanos.

Fue, además, partidario de la separación entre la Iglesia y el Estado, de los derechos sindicales y contrario a las prisiones militares. Obtuvo en 1921 el Premio Nobel de Literatura. Hoy esto es pasado. Aquí, en esta tierra, y en el mundo.

Nos olvidamos que Julio Verne y Hans Christian Andersen profesaban ideas socialistas. Nos olvidamos de nombres como los de Moro, Rabelais, Campanella o Cyrano de Bergerac.

El historiador colombiano Luis Giovanni Restrepo Orrego nos dice: “Delacroix, el gran pintor francés representa la Libertad como una bella mujer que enarbola una bandera tricolor y que luce un gorro frigio; Víctor Hugo por su parte, dirá romanticismo es el Liberalismo en literatura. Son alegorías del romanticismo que estrecha su compromiso político cuando canta, siguiendo los ideales de la Revolución Francesa a la libertad de los pueblos; la Libertad lleva aparejada la idea de progreso y por consiguiente la de cambio y revolución. Lamartine compone su Oda a las revoluciones en la que vuelve al significado primitivo de la palabra revolución: Movimiento circular por el cual un objeto (mundo) tiende necesariamente al punto del que partió (Dios). Lamartine soñaba con ser el Padre de una revolución que instauraría en Francia, para siempre, la Justicia y la Libertad, mientras Víctor Hugo concede al poeta una misión y un sentido Mesiánico como el gran conductor de los pueblos”.

Sé que estas pobres líneas no modificarán la conducta de los ministros, ni la de los gobernadores ni la de los cardenales ni la de los gendarmes ni la de los investigadores que tienen el traste sucio. Sé también que la obsecuencia de cientos de miles de intelectuales o artistas viven distraídos. Y que un setenta por ciento de la población es de una ignorancia aterradora. Pero es una necesidad recordar algo. Tal vez sólo se trate de un pacto entre usted y yo. O lo que es peor entre mi ser interior y los fantasmas que me habitan.

Para finalizar, caro lector, una cita que suelo mencionar: Los anarquistas tenemos el entusiasmo de la vida, escribió Rodolfo González Pacheco. Y también: No acaba de comprenderse al anarquista. Y esto se debe –parece una paradoja– a su propia sencillez, su rectitud, su coherencia.